Perdona Si Te Enamoro-Tercer Libro-

Capítulo 2

"Si ella era luz, yo solo podía quedarme en su sombra

"Si ella era luz, yo solo podía quedarme en su sombra."-Cole

"-Cole

COLE

Desde siempre he asegurado que mi color favorito era el azul, pero en esos momentos, cuando mis ojos la ven a ella, me doy cuenta de que mi color favorito no es el azul, es el rosa: el rosa de su pijama, el rosa de sus mejillas cuando se sonroja, el rosa de sus labios.

Tengo que apartar la mirada por unos segundos. Fijo mi atención en un punto del salón, intentando que Esmeralda no viera que estaba impregnado por toda ella.

Nadie lo sabe, ni siquiera Aria y Eri, pero llevo embelesado por Esmeralda desde el momento en el que la vi, desde el instante en que sentí esa conexión profunda, extraña, que se abrió paso sin darme cuenta. Yo pensaba que eso no existía, que no podía ser que con una persona llegase a conectar de esa manera, pero ahí estaba, contemplando a esa mujer como si fuera una maldita diosa y yo un maldito mortal deseoso de que me hiciera caso.

Esconder los sentimientos que tenía hacia ella se me había hecho cuesta arriba. Me había esforzado al máximo para que nadie se diese cuenta de lo que verdaderamente sentía por ella. Ingenuo: solo tendría que verme los ojos y sabría todo lo que pasa por mi mente cuando ella está delante.

El silencio era lo mejor, o eso suponía. Me había intentado autoengañar de mil maneras; intenté verla de otra forma, como una amiga al igual que Aria y Eri, pero no, porque a ellas no me daban ganas de besarlas, pero a Esmeralda sí. Y soñaba con hacerlo, pero no me atrevía.

"El mundo es para los valientes", me había dicho continuamente mi madre, pero yo me sentía como un cobarde. Y no podía. No podía decirle a mi Esmeralda todo lo que sentía, todo lo que pasaba por mi mente. Era algo que decidí guardar para mí mismo.

—¡Buenos días, Solecito! —puse una dosis más de entusiasmo, en un intento de que no se diera cuenta de que la había mirado más de la cuenta.

Esmeralda se sobresaltó un poco. Se giró y me esbozó una sonrisa que casi hace que me desmaye. Demasiado preciosa para ser real.

Esmeralda me recordaba a los unicornios, sí. Seres poco visibles en las historias de fantasía, casi míticos, que pocos han visto, pero cuando los ves, tu mundo cambia. Es extraño pero precioso, asustadizo pero valiente. Para mí, Esmeralda era eso: un unicornio hermoso y feroz, capaz de hacer que me quedara embelesado solo con su presencia, con miedo a tocarla, por si se va, observándola de lejos.

—Dios, Arcoíris, me has asustado —se llevó una mano al pecho.

Sonreí. Vi que su pijama rosado estaba un poco abierto por la parte de arriba. Un calor pequeño se apoderó de mí. Aparté la mirada y fingí que me centraba en el cuadro de Stacy que le había regalado a Esmeralda por su cumpleaños.

—No soy tan feo; me considero bastante atractivo —bromeé, aunque desearía que ella me dijera que era lo más bonito que había visto en su vida. Al menos estaríamos en igualdad de condiciones.

—Sigue soñando, Arcoíris, no eres NADA guapo —me guiñó un ojo.

Hice un puchero. No es que me ofendiera que me dijera eso, pero no podía evitar que un dolor punzante se apoderara de mí. No me veía como alguien atractivo, sino como su amigo, y esa idea solo me hacía sentir extrañamente raro. Por una parte comprendía que me viera de ese modo: no era su estilo, quizás le gustaban los hombres con un estilo diferente, una personalidad distinta, y eso estaba bien... ¿no?

—Bueno, tendríamos que hacer una encuesta para ver cómo me verían las otras chicas —me acerqué a la encimera y apoyé mi cabeza en su hombro. Se puso tensa.

—Huele muy bien —y precisamente no me refería a la comida; me refería a ella, pero no debía saberlo.

—¿Has dormido bien? —noté un poco de nerviosismo en su voz.

Me separé de inmediato; quizás le incomodaba que hiciera eso. Me mordí el labio. Debía haber pensado antes de hacerlo; ya de por sí la situación era extraña como para añadirle más rareza.

—Sí, como un bebé. No he echado de menos la cama de la residencia... claro, cómo la iba a echar de menos si me clavo los muelles —dije arqueando la espalda de manera exagerada, haciendo que Esmeralda se riera.

Esa risa haría que un músico envidiase el sonido tan hermoso que ella produce; ni siquiera una jodida orquesta haría algo tan precioso como la risa de aquella mujer.

Le ayudé haciendo el desayuno. Nos tocábamos, y yo sentía la electricidad que me consumía por dentro. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no suspirar ante su toque, aunque fuera sutil.

—¿Qué vas a hacer con tu compañero de habitación? —preguntó, dándole la vuelta a las tortitas.

—No lo sé. Hoy me ha mandado un mensaje diciendo que esta noche vendrá de nuevo otra compañía. Es frustrante, pero como ya te he dado el follón —aunque sé que mi presencia es lo mejor de este mundo—, le he hablado a Eri para quedarme en su casa. No es que me guste, porque ella y Stacy están en una especie de burbuja de amor muy rosa que me da arcadas —mentí.

Era hermosa la relación que tenían mis amigas, era hermosa la manera en la que se miraban con sus parejas, cómo bromeaban, cómo se ilusionaban cada vez que se veían a pesar de que vivían juntas.




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