"A veces el corazón quiere quedarse justo donde más le duele." -Esmeralda
ESMERALDA
Mi pie se movía con nerviosismo debajo de la mesa. No sé las veces que tuve que apartar la mirada, o fingir que estaba atenta a mis apuntes, que descansaban delante de mí en la mesa de madera oscura. No creía que esto podía llegar a ser tan duro; dudaba que el universo pudiera darme más castigos, no cuando estaba presenciando cómo el amor de mi vida se reía de una cosa sin gracia; en mi opinión, de lo que estaba diciendo Ava.
Di pequeños golpecitos con el lápiz, pero ni con esas conseguí captar la atención de aquellos dos, que parecían ajenos a que hubiera una tercera persona. Dubitativa, sopesé la idea de golpear a Cole con un libro, una enciclopedia, quizás la más grande que hubiera en la estantería, para que por lo menos me mirase aunque fueran cinco minutos.
Torci el morro, estaba un tanto cabreada. Intenté enfocarme en otras cosas, en otros pensamientos que no implicaran la presencia de Cole. Al final le iba a tener que pedir alquiler por habitar en mis pensamientos de esa manera.
El lápiz se me cayó al suelo. Apretando la mandíbula, me agaché para cogerlo cuando, de repente, mis ojos se posaron en los marrones de Cole. Estábamos a escasos centímetros de nuestros labios... uno o dos centímetros más. Vi que esbozó una sonrisa y provocó que nuevamente se me cayera el lápiz al suelo. Si por un momento pudiese ser dueña de mi cuerpo y no ponerme de esa manera cuando lo veía, sería fantástico.
Cole iba a decir algo, pero no se lo permití. No cuando todos mis sentidos estaban confundidos, mis sentimientos desordenados; por ello, me senté nuevamente en la silla y fingí estar apuntando algo. Ava simplemente nos miró, pero no dijo nada, cosa que agradecí; no estaba para lidiar con miraditas o comentarios que incrementaran mi ya evidente mal humor.
No había sido una buena idea, me dije a mí misma. Debía haber dicho que no, que tenía otros planes, aunque solo fuera mirar el techo de mi casa, quitar las bolas de mis camisetas una a una... joder, incluso hubiera preferido contar los granos de azúcar antes que estar aquí viendo cómo Ava se tocaba el pelo, cómo disimulaba y pasaba su mano por el brazo de Cole. Qué imbécil, no se percataba de esas muestras de coqueteo, pero yo sí. Las veía. Y dolían. Dolían demasiado. Y ya había tenido suficiente esta semana.
Tuve que aguantar que Cole estuviera rodeado de chicas, sonrientes y coquetas, y como había dicho, era tan tonto que no se daba cuenta del efecto que causaba en todas ellas. Me recordaba al sol: atrayente, lleno de energía, te hace sentir viva... pero, si lo miras más tiempo del necesario, te quema, hace que ardas. Pues así estaba el club de Cole, donde sin duda yo había sido la fundadora de manera inconsciente. Era un tanto extraño. Me di cuenta de que Cole tenía una gran cola de admiradoras; no fui más consciente de ello hasta que vi a cinco chicas rodeándolo, preguntándole cosas de su tierra natal, pidiéndole que por favor dijera algo en español.
Cole era demasiado educado, y aunque no había pasado un límite con las chicas —se había mantenido alejado, como si no quisiera que invadieran su espacio personal—, seguían pegadas a él. Y era normal: era alto, metro ochenta, de cabello azulado, ojos marrones claros, complexión no muy fuerte pero hombros anchos. Sin duda un adonis, y no era de extrañar que tuviera un gran público. O quizás era yo, que lo veía así por los celos que cada día me costaba más ocultar. Temía que eso estallara de un momento a otro, pero podía hacerlo. Sabía que podía... mejor dicho, debía hacerlo.
—Bueno, me voy —mi voz sonó un tanto seca. Cole me miró ceñudo, abrió la boca; por ello me apresuré a guardar de cualquier manera mis apuntes en la cartera.
Me la coloqué en el hombro y salí sin mirar atrás. Las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos, pero no lo iba a permitir. Me lo había buscado al aceptar o pensar que podía ser amiga de Cole, cuando la realidad es que no. Que no podía ser amiga de él, porque mi corazón me susurraba: "Por favor, dile que lo quieres, no aguanto más", mientras mi mente decía: "No lo hagas, te va a destrozar". Y yo era más propensa a hacerle caso a la mente. El corazón era ciego y la mente veía más allá de lo que los sentimientos podían ocasionar en ti.
—¡Esme! —gritó Cole, pero no me giré. Abrí la puerta y salí.
Me agobié por un momento; sentí que me iba a asfixiar ahí mismo. Oí los pasos de Cole detrás de mí; podía sentirlo aunque estuviera a kilómetros de distancia. No lo pensé mucho, no actué en esos momentos con la mente —a pesar de que, como había dicho anteriormente, me dejaba llevar mucho por ella—, y por ello cogí un brazo. No supe de quién, simplemente lo cogí.