Perdona Si Te Enamoro-Tercer Libro-

Capítulo 4

"A veces el infierno no es perder a alguien, sino tenerlo demasiado cerca sin poder tocarlo

"A veces el infierno no es perder a alguien, sino tenerlo demasiado cerca sin poder tocarlo."-Cole

"-Cole

COLE

No voy a negar que, en el momento en que empecé a dejar mis cosas, las dudas me asaltaron casi de inmediato. La sensación de convivir con ella se apoderó de mí, impidiéndome dormir en toda la noche. Era como si me estuviera condenando a una muerte perpetua: saber que estaba ahí, tan cerca y, a la vez, tan lejos.
La necesidad de besarla, de tocarla, de decirle que era lo mejor de mi vida... pero todas esas ideas no eran más que eso: ideas. O, quizás, sueños.

Cuando poco a poco mis pertenencias quedaron esparcidas por la casa de Esmeralda, supe que aquello era más real de lo que había imaginado. La vi sonreír, aunque esa sonrisa no le llegaba a los ojos. La preocupación se apoderó de mí.
¿Y si le molestaba?
¿Y si la había metido en un compromiso que no quería?

Dudas. Más dudas. Ninguna encontraba respuesta, porque la mujer de mis sueños no decía nada. Solo observaba, atenta, mirando todo como si no terminara de creerse lo que estaba pasando.
Quizás le había fastidiado alguna cita...
Esa idea fue como una quemazón. Qué digo, fue como fuego abrasador recorriéndome por completo, haciendo que mi corazón se detuviera durante unos microsegundos. Debía ser consciente de que eso pasaría: Esmeralda tendría citas, más de una. Quizás algún chico —o chica— vendría aquí a comer con ella.

La idea se convirtió en una pesadilla recurrente que me paralizó por completo.
¿Cómo iba a afrontarlo?
¿Cómo podría mirar a la cara de Esmeralda o de su pretendiente cuando vinieran?

Debería actuar con naturalidad. Alegrarme por ella, aunque me estuviera matando por dentro. Porque a veces querer es eso: apoyar incondicionalmente a la persona que amas, incluso cuando sus decisiones te duelen.
Pero no quería pensar en eso. No ahora. No cuando tenía que disfrutar, aunque fuera un instante, de su presencia.

Mi imaginación se adueñó de mi mente. Me imaginé que estábamos juntos, compartiendo algo especial: una risa, una prueba absurda, cualquier excusa para estar cerca. Después nos haríamos cualquier comida rápida, hablaríamos, nos besaríamos como si el mundo no existiera... o como si, al menos, esa casa fuera nuestro mundo.

Me imaginé sus manos entrelazadas con las mías, su sonrisa tímida. Y juro que, durante unos segundos, fue real. Único.

Pero al abrir los ojos, la realidad me golpeó con tanta fuerza que casi me desmoroné. Lo disimulé.
Porque con ella había aprendido a ser actor.
A ser el amigo leal.
A ser quien siempre estaba cuando más lo necesitaba.

—Bueno, lo que me da más pereza es meter las cosas —suspiré.
Ella se rió por lo bajo.

—Yo te daré ánimos desde el trabajo —dijo, haciendo un pequeño baile como si me estuviera animando.

No dije nada; solo asentí. En esos momentos los sentimientos eran tan abrumadores que las palabras no querían salir de mi boca. Por ello empecé a coger cajas y maletas, adentrándolas en la habitación. Era un buen modo de dejar de pensar, de no darle vueltas a lo que había pasado con aquel chico... solo recordarlo hacía que me hirviera la sangre.
Ese tío, ¿quién era? No nos había hablado de él. Tampoco nos había dicho que estuviera conociendo a otra persona.

Los celos eran un castigo que no deseaba a nadie. Mi inseguridad, al saber que en realidad yo la quería y que ella seguramente no me daría más que amistad, dolía. Pero podía soportarlo.
La pregunta era: ¿cuánto tiempo?
No lo sabía.

Poco a poco, la pequeña habitación se fue adueñando de mis cosas. El olor de mi colonia no tardó en impregnar el ambiente, haciéndome sentir más tranquilo. Era mi pequeño rincón, mi refugio. El alivio que sentí al saber que no compartía habitación con nadie me hizo sentir un poco mejor... solo un poco.

Cuando estaba colocando la ropa, el móvil sonó.

Fruncí el ceño al ver quién llamaba. Me quedé perplejo al comprobar que se trataba de Ava. Suspiré. No quería hablar con ella; quería quedarme allí, esperar a Esmeralda. Pero quizá era importante, así que cogí la llamada.

Enseguida su voz sonó lenta y suave al otro lado del teléfono.
Me forcé a sonreír.
Las sonrisas eran la cura para cualquier mal.

—Cole, ¿te pillo mal? —preguntó, dudosa.

—No, estaba instalándome en la casa de Esmeralda, pero ya está. ¿Pasa algo? —respondí, un poco preocupado.

—No... nada del otro mundo... —hizo una pausa—. Es que necesito ayuda para coger los billetes de avión. No entiendo muy bien lo que pone, aunque es lógico, estoy aprendiendo español —rió, nerviosa.

Me quedé un poco parado. Que yo supiera, las páginas tenían traductores del español al inglés y viceversa. Aquello me olió raro. Dudé. Dudé de verdad. Pero al final dije:

—Si quieres, te los puedo coger yo. Dime día y hora y te lo mando por mensaje —respondí con un tono animado.

Se quedó en silencio.

—Ah... claro... también es otra opción —otra risa nerviosa.

—¿Seguro que estás bien? —pregunté, cada vez más dudoso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.