Él detuvo el auto en silencio, en su mente las ideas estaban confusas, no hubiera querido asustarla, pero la verdad era esa, nunca la había podido olvidar, habían pasado ocho años, pero ni aun así podía olvidar esos labios perfectos que le sonreían en este momento, ni esos ojos felinos que lo miraban detrás de esas pestañas largas.
Frente a él tenía a su gata, la única mujer que había conseguido moverle el piso, la única mujer por la que incluso se hubiera matado si ella se lo hubiera pedido.
Valentino nunca se pudo perdonar por haberla perdido, por haberse rendido y no haber luchado un poco más. Pero ahora todo eso estaba fuera de lugar, él era un hombre casado y su esposa era una buena mujer que no tenía la culpa de nada, él le había mentido al decirle que la amaba, sin haber olvidado por completo a Luana.
Siempre había soñado con casarse con Luana desde que ella se había mudado al barrio donde él vivía junto a su abuela y a su tía, solo tenía diecinueve años cuando la vio por primera vez y eso, basto para que nunca dejara de pensar en ella, le entristecía ver que ella ni siquiera lo miraba, pero lo cierto era que ella no miraba a nadie, tenía un aire de superioridad y arrogancia que unida a su belleza la volvía inalcanzable.
Él sabía que ella estaba por los dieciséis porque su abuela se lo había comentado una mañana mientras tomaban el desayuno, nunca podría olvidarlo, ya que casi se quemó con el chocolate caliente cuando su abuela le dijo que era muy jovencita para que él se estuviera fijando en ella, se avergonzó, su rostro se volvió color de la grana de inmediato, a su abuela no se le escapaba nada.
La tarde que la vio por primera vez, ella llevaba el cabello castaño suelto y sus ojos verdes enigmáticos se cruzaron por un segundo con su mirada, llevaba el uniforme escolar y la mochila colgada al hombro, sus medias estaban estiradas hasta la altura de la rodilla desde ese momento su corazón fue suyo, se sentía hechizado por sus ojos de gata, cerraba los ojos y la veía observándolo, pero no era el único, más de un muchacho del barrio se sentía de la misma manera.
Casi a finales de aquel año Valentino, después de haberla seguido por muchos días, por fin se decidió a hablarle, aunque con cierto recelo, pues creía que ella no le prestaría la menor atención. Sus piernas temblaban, mientras esperaba que ella saliera del colegio.
Al fin la vio salir, iba sola como siempre, no entendía por qué ella no tenía amigos con lo bonita que era, debería tener una legión de admiradores, pero se sorprendió gratamente al ver que se iba sola, al menos si pasaba vergüenza cuando ella lo mandara por un tubo estarían a solas.
Valentino compró un helado y se lo dio a un chico de la escuela primaria que pasaba por allí para que se lo entregara a ella, junto con una nota.
El muchachito se acercó a Luana y le entrego el helado mientras señalaba en dirección a Valentino, él temblaba al ver que ella caminaba en su dirección. Pensaba en lo que la mayoría comentaba, que ella andaba sola porque era muy déspota y engreída, se arrepentía de haber dado ese paso, pero lo único que le quedaba era asumir lo que había hecho, además pensaba internamente ¿qué era lo peor que podría pasar? ¿Qué le dijera que no? Eso ya lo había asumido, pero aun así se estaba atreviendo a buscarla.
Luana se acercó y sonriendo le dio las gracias, en realidad ese día hacía mucho calor, y el helado le había caído como del cielo.
— ¿Cómo te llamas? — pregunto Luana curiosa mientras habría la envoltura del helado.
—Mi nombre es Valentino — respondió este incrédulo, aún no podía creer que ella, le estuviera hablando.
—Hola Valentino, me parece que te conozco, no es así.
—Si — respondió este
— ¡Ah! Ya sé, tú vives por mi casa, la tuya es aquella de dos pisos que se ve desde mi ventana... ¿No es cierto?
—Si— dijo nuevamente Valentino, que ya se sentía incómodo con aquella conversación, donde ella era la que tomaba la iniciativa — tu nombre es Luana, ¿verdad? — pregunto tímidamente.
—Si — respondió ella— ¿por qué me enviaste el helado?
—La verdad— dijo tímidamente Valentino mientras le tomaba suavemente la mano— es que me gustas mucho y estoy enamorado de ti — en esos momentos sus mejillas se sonrojaron y su vista permaneció tímidamente clavada en el piso.
Luana atónita lo escuchaba, no podía creer que él se le estaba declarando, un chico tan guapo como él, diciéndole que le gustaba, pensó que estaba dentro de un sueño y que en cualquier momento despertaría, nunca había pensado que algo así podría sucederle, pero le gusto sentir que provocaba cierta ternura en
aquel muchachito delgado con cara de niño y además sabía muy bien quien era él, lo recordaba de la vez que llego a visitar a la abuela de él junto con su abuela materna, ella tendría alrededor de siete años cuando lo vio por primera vez, nunca había podido olvidarlo porque la había defendido de aquellos niños
que la estaban molestando tirando de sus, trenzas, aunque ahora él parecía no recordarla. Siempre le había gustado, pero pensó que él jamás se fijaría en ella.
— ¿Me acompañas a casa? — dijo de pronto Luana, cogiéndole la mano.
— ¿Quieres que te acompañe? —pregunto confuso Valentino.
#18370 en Novela romántica
#3444 en Joven Adulto
amor ayuda esperanza, depresion ansiedad dolor muerte, odio amor cáncer amistad
Editado: 16.02.2023