—Nuevamente, gracias por todo —Dijo Valentino mientras le ofrecía la mano en señal de agradecimiento.
—Okey —Respondió Nicolás mientras sonreía de lado de manera burlona y dejaba la mano estirada de Valentino, ignorándola de manera premeditada. —Ya es tarde, ¿Qué fue con los documentos? ¿Los enviaste?
—Si llamé a un Uber y envié la documentación a Jimmy, que ya se encontraba en el ministerio de transportes. No podemos darnos el lujo de perder esta licitación, hay demasiado invertido.
—Qué bueno, aunque para mí ha sido una sorpresa saber que eres el jefe de jefes ¿Luana sabe que trabajamos para ti?
—No, ella no sabe nada y espero que esto siga siendo un secreto para ella.
—No te preocupes, guardaré tu secreto. Viendo que ya no tengo nada que hacer aquí, me retiro. Por cierto, si necesitas más sangre no dudes en avisarme, ya sabes dónde encontrarme.
Valentino sonrió de manera agradecida ante el comentario de Nicolás, pero en el fondo sentía rabia, al saber que le debía dos favores. Estuvo para Luana, cuando cayó enferma y ahora era el salvador de Maritza, odiaba esta situación, pero no había nada que hacer, las cosas se habían dado así.
Retrocedió sobre sus pasos y regreso a la habitación de Maritza. Se la quedó mirando mientras ella dormía profundamente, tenía un brazo conectado a una bolsa de suero y una máquina midiendo sus signos vitales, se le veía tan indefensa.
Mientras más la miraba, menos podía creer todo lo que se había enterado hasta ese momento, ¿era posible que su tierna esposa fuera esa persona que describía Luana en sus delirios?
Movió la cabeza de un lado al otro, era imposible, tenía casi ocho años viviendo con Maritza, y en todo ese tiempo fue una mujer tierna que jamás levantaba la voz, que nunca se oponía a las decisiones que él tomaba.
Ella aún suponía que él era un asalariado, jamás le comento que era el dueño de una constructora y que encima tenía trabajando para él a Luana.
Cerro los ojos y recordó el día que Luana se graduó, estaba muy orgulloso de verla con su toga y su birrete de graduación recibiendo el premio al primer puesto y dando las palabras de agradecimiento, nunca entendió por qué se graduó un año después de lo esperado, pero ahora esa incógnita había sido resuelta. Muchas cosas estaban siendo aclaradas con el paso del tiempo.
Eran las cuatro de la tarde, cuando salió de la clínica, Maritza estaba fuera de peligro, pero debía continuar hospitalizada para que controlaran el conteo de sus glóbulos rojos y ver si existía la necesidad de una nueva transfusión.
Subió a su carro y sin pensarlo se dirigió a la casa de Luana, él prometió regresar y no incumpliría su promesa. Llego antes de las cinco, justo cuando una mujer alta, delgada de cabellos negros muy cortos y unas gafas cuadradas, tocaba el timbre de la casa.
Se bajó del auto apresurado, se imaginaba que la mujer en cuestión era la psicoterapeuta, por eso también su apresuramiento, quería hablar con ella para saber exactamente qué estaba pasando con Luana.
—Buenas tardes, ¿Es usted la doctora Julieta Vargas?
—Es correcto ¿Con quién tengo el gusto? —pregunto la mujer que tenía una apariencia muy juvenil a pesar del traje a medida que estaba usando y que le daba un aspecto muy profesional.
—Mi nombre es Valentino Ordóñez, soy amigo de Luana y estoy muy preocupado por su condición en este momento. ¿Podría hacerme el favor de informarme cuál es la situación de ella?
—Mire señor Ordóñez, Luana es mi paciente y yo no puedo informarle nada a usted sin el consentimiento de su familia.
Valentino frunció el ceño con furia, estaba acostumbrado a que lo obedecieran sin preguntar, pero en este caso tenía todas las de perder. La puerta se abrió en ese momento y la empleada los recibió en el umbral.
—Pasen por favor —Les dijo mientras los guiaba por el pequeño caminito que unía la puerta de la entrada con la puerta de la sala.
Doña Carmen estaba sentada en la sala, angustiada cuando los vio ingresar, se levantó y abrazó a Julia muy efusivamente mientras le pedía que se sentara.
—¿Desea tomar algo Julita?
—Si, por favor, una taza de café bien cargado si no es mucha molestia —pidió mientras cruzaba sus piernas al momento de sentarse.
—¿Valentino deseas algo?
—Sí, deseo que me expliquen que sucedió con Luana antes y por qué se encuentra de esta manera ahora.
—No crees que eres demasiado presuntuoso, para querer saber todo sobre la vida de Luana —Respondió Carmen de manera fría. —Acuérdate que eres un hombre casado y nada te ata a mi hija.
—Lo sé, pero también sabes que solo me mantendré alejado, sí sé que ella está bien.
—Julita, puedes hablar con él, no hay problema.
—Muy bien Carmencita, pero recuerde que solamente le puedo comentar generalidades, lo demás es secreto médico paciente y así usted insista no podré decir nada.
—Está bien, acepto.
—Hace ocho años Luana tuvo una crisis psicótica que culmino con su internamiento de seis meses en el hospital mental de la ciudad. Había perdido el habla y no reaccionaba con nada, estuvo perdida en su mundo particular tratando de ocultar el dolor que sentía por la perdida de…
—Noooo —se oyó nuevamente un grito proveniente de la habitación de Luana
Todos corrieron y el primero en ingresar a la habitación fue Valentino, Luana estaba sentada en la cama, su cuerpo pegado al respaldar de la cama mientras miraba con miedo las sabanas
—Hay sangre, mucha sangre —grito. —Mamá, mi bebe, estoy perdiendo a mi bebe. Valentino, ayúdame, estoy perdiendo a nuestro hijo. —Le dijo mientras lloraba de manera descontrolada.
Valentino miró a las dos mujeres asustadas, él no veía nada en la sabana, estaba inmaculada sin rastros de sangre, se acercó a Luana y la abrazo contra su pecho.
—Lo siento, amor, lo siento mucho —dijo ella mientras lloraba desconsoladamente.
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Editado: 16.02.2023