Perdóname...

Capítulo 25

Al otro lado de la línea, una mujer apretaba los labios con fuerza mientras las lágrimas corrían sin detenerse por su rostro. Él estaba con ella, no tenía la menor duda.

—Maldita mujer, la odio, si no estuviera aquí en esta clínica, mi marido no estaría con ella —pensó en su mente, mientras su cara cambiaba de un rictus de rabia a uno más tranquilo.

—¿Maritza? —Pregunto Valentino —¿por qué me llamas de este número?

—Amor, no me siento, ¿podrías venir?

—Maritza son las tres de la mañana — respondió mientras miraba la hora en el celular y luego su mirada se dirigía hacia la mujer acostada en la cama, que sabía que lo necesitaba más que a nadie. — estás en la clínica, ellos te están cuidando, pásame con tu enfermera, por favor.

—Estoy sola, me siento muy deprimida y el dolor ha vuelto de manera insoportable.

—Está bien, me cambiaré e iré a verte — dijo angustiado porque no sabía que decisión tomar, se sentía preocupado por dejar sola a Luana, ya la había abandonado por mucho tiempo y no era justo, pero tampoco era justo con su esposa, ella era la madre de sus hijos el cáncer la estaba matando.

Termino la llamada y se sentó en el borde de la cama mientras acariciaba tiernamente los cabellos del amor de su vida. Finalmente tomo una decisión.

—Doctor Quezada, disculpe que lo llame tan tarde, me acaba de llamar Maritza, me dice que tiene mucho dolor, ¿usted está de guardia el día de hoy? —escribió en el aplicativo de mensajería.

Espero por un momento mientras veía los tres puntos suspensivos que indicaban que la otra persona estaba escribiendo, finalmente llego la respuesta.

—No se preocupe, señor Ordóñez, acaban de ponerle una inyección para calmar el dolor a su esposa, se está quedando dormida.

—Gracias doctor, mañana pasaré un rato por la mañana para ver cómo sigue ella.

—No hay de que, lo espero, mañana necesito hablar con usted sobre la enfermedad de la señora y tomar una decisión

—Ahí estaré — respondió ya más tranquilo. Apago el celular mientras miraba a su mujer, porque esa mujer acostada en esa cama era suya y siempre lo sería, para amar y cuidar.

Luana se movió de manera inquieta y estiro su mano buscándolo entre sueños.

—Tino, ¿dónde estás?

—Aquí estoy amor —respondió mientras se metía debajo de la colcha y la abrazaba con fuerza, pegándola a su cuerpo.

Algunos minutos después ambos dormían de una manera muy pacífica.

Sonó el despertador a las seis de la mañana, Luana se estiró con los ojos cerrados mientras trataba de cancelar el ruido, pero no pudo hacerlo.

—Tino, apaga el celular, por favor, quiero dormir otros diez minutos más — dijo con la voz muy queda y un tanto ronca.

Al seguir escuchando el ruido del despertador y no oír respuesta de parte de Tino, abrió los ojos y sacudió la cabeza.

Su cama estaba vacía, ella dormía sola, sonrió tristemente, todo había sido un sueño, él está casado, recordó, debe estar con su esposa en este momento. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro, al menos había tenido un buen sueño luego de toda la pesadilla.

Se metió a la ducha, se dio un baño relajante mientras su mente seguía recordando el sueño como si hubiera pasado en realidad.

Antes de cambiarse arreglo su cama, sacudió las sabanas y ahueco las almohadas, sin embargo, unos cabellos negros y rizados la sorprendieron, esos no eran sus cabellos,

Debe ser un error, se dijo, es imposible que alguien durmiera conmigo. No, estoy volviéndome loca.

Se cambió la ropa y bajo a desayunar, su madre ya estaba frente al mesón preparando unos huevos, mientras Dorita, la empleada de servicio, ponía el desayuno sobre la mesa.

—Mami, buenos días, buenos días Dorita —Saludo de muy buen humor.

—Señorita Luana, está feliz — respondió Dorita

—Es que tuve un sueño encantador — respondió Luana mientras recordaba el sueño donde Valentino dormía con ella abrazado toda la noche, se sonrojó solo de recordarlo.

—Qué bueno que este feliz y tranquila hija —Sonrió Carmen mientras respondía a su hija y la veía radiante, llena de energía, como hacía mucho tiempo no la veía.

Tomaron el desayuno mientras conversaban, luego se levantaron y salieron rumbo al albergue, ya el transportista los estaba esperando.

—Luana, ¿no crees que nos hace falta un auto?

—Si ma, pero ya sabes que soy miedosa, no quiero enfrentarme al tráfico de Lima, además te imaginas que me ponga mal, que me dé una crisis y provoque un accidente, no gracias, prefiero seguir usando un transporte de aplicativo.

—Uhmmm — murmuro Carmen.

—Pero tal vez sería mejor que tú aprendieras a conducir y sacaras tu brevete ¿Qué dices? Así podríamos comprar un auto para que tú lo utilices.

—No sé, ya veremos luego, ahora es importante recuperar a Alex.

Llegaron diez minutos antes de la cita con Diana, pero ella ya las estaba esperando en la sala de recepción del albergue.




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