Perdóname...

Capítulo 40

Se metió a la ducha, necesitaba un baño refrescante y de preferencia helado para poder refrescar su mente, habían pasado muchas cosas en tan pocos días, y tenía demasiadas cosas por resolver, las dudas invadían su mente formando un caos y dejándolo en la penumbra total.

Salió de la ducha con la toalla atada a su cintura, su cabello estaba más largo de lo normal y se notaba a simple vista que había pasado un buen tiempo desde la última rasurada. Hizo una mueca de sonrisa mientras se miraba en el espejo del baño, decidió dejarse la barba, como la había tenido varios años atrás.

A Luana le fascinaba su barba, al menos eso era lo que le decía cuando aún estaban juntos, después que terminaran no había dejado crecer ni su cabello ni su barba, había tratado por todos los medios posibles de esconder sus sentimientos para no herir a su esposa.

Ahora ya ni sabía quién era ella, tenía tantas dudas en su cabeza y el temor de que cada una de esas dudas lo llevara a odiar a la que había sido su compañera de vida durante los últimos años.

Se sentó en el borde de la cama, miro su habitación, era un lugar en el que muy pocas veces había estado en todo ese tiempo, sus negocios lo tenían generalmente viajando de un lado para el otro y luego con la enfermedad de Maritza, prácticamente dormía en el mueble.

Cinco años habían pasado desde que le detectaran el cáncer a Maritza, los dolores se habían vuelto insoportables mientras él se encontraba en Escocia en una convención de desarrollo tecnológico en la ingeniería civil, estaba muy interesado en una pintura ecológica basada en nanotecnología, cuando fue llamado por su tía diciéndole que habían internado a Maritza en la clínica y que le habían detectado un cáncer en el cuello uterino en estado avanzado.

Él no podía marcharse de inmediato a pesar de que quería volar de regreso para estar con su esposa y con sus pequeñas hijas, pero él también tenía que presentar su software que recreaba edificios de la nada. Se quedó una semana más y en ese tiempo Maritza fue atendida por el mejor oncólogo de la clínica mayo.

Lastimosamente, le comunicaron, que ya no había nada que hacer y que lo único que quedaba era darle calidad de vida y las dosis de quimioterapia cada cierto tiempo.

Cuando regreso a casa, ella continuaba en la clínica, había empezado a perder el cabello y lloro mucho cuando él llegó,

—Odio verme de esta manera —dijo con los ojos hinchados de tanto llorar

—No te pongas así Mari, ya llegué y me quedaré contigo hasta que te recuperes.

—Tenía mucho miedo ¿Por qué no viniste, apenas te enteraste?, ¿tan poco te importo?

—No digas eso, acuérdate que eres mi esposa y solo estuve fuera porque tenía que presentar un proyecto de la empresa en la que trabajo.

—¿Pero no había nadie más que lo hiciera por ti?  ¿Por qué tenías que ser tú específicamente?, ¿no hay más empleados en esa empresa?

—Sabes que soy el encargado de esa área, de mi trabajo es que podemos vivir como lo hacemos, ¿lo has olvidado?

—Lo lamento, es que me siento tan mal y sola.

—Pero ya no digas eso, aquí estoy contigo, pediré permiso para mantenerme a tu lado hasta que te recuperes.

—¡Por qué dices eso! — gritó presa de un ataque de nervios —el oncólogo ha dicho que me estoy muriendo, y tú dices que me tranquilice, yo creo que lo que tú quieres es que yo me muera para correr tras de tu Luana.

—Por dios Maritza, porque tienes que nombrarla después de tantos años. Estoy aquí contigo y con mis hijas, que más quieres de mí. No es suficiente todo lo que hago.

—Lo siento cariño, no debí alterarme, es que tengo miedo. Si me muero que será de las niñas, quien las cuidará.

—Maritza —dijo valentino suspirando— No te pasará nada, los médicos dijeron que, con la quimioterapia, te pondrás mejor, que vas a recuperarte.

Valentino sacudió la cabeza tratando de olvidar esa época; se levantó y se dirigió al closet, saco una polera azul y unos jeans rasgados, mientras buscaba una camiseta vio una caja en el fondo del closet y él trajo recuerdos era una simple caja y sabía que en su interior había una camiseta, la última que Luana le había obsequiado antes de abandonarlo, la saco de ahí, la miro con nostalgia y la puso sobre la cama.

Luego recordó que tenía unos objetos que había escondido de su vista por muchos años, por temor a ceder, por temor a buscar a la mujer que amaba, pero no podía traicionar a su esposa, había pensado en el momento que oculto esas piezas.

Se acercó al closet y tanteo con los dedos, presiono un botón oculto y una gaveta se abrió, sonrió al recordar que la habían construido cuando Maritza se encontraba en Huánuco embarazada de las mellizas. Miro el interior y en una cuerda de cuero se encontraban dos anillos de compromiso, los puso sobre su mano y recordó el tiempo en Escocia.

Se marchó cansado de los reclamos de Maritza, ya no soportaba estar con ella, no entendía como se habían casado, si muy fácil habría sido simplemente hacerse cargo de las mellizas y pasarles su manutención, el había tomado esa decisión antes de casarse, pero las cosas se complicaron, los padres de Maritza al enterarse de su embarazo la echaron de casa y un día ella se apareció con una mochila en su puerta, con la cara golpeada y diciéndole que sus padres la querían obligar a abortar.




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