Perdóname...

Capítulo 59

—Nicolás, ¿seguirás aquí, tratando de defenderla? No tienes miedo de que él te descubra.

—De que hablas.

—Tic toc, tic toc — replicó Maritza

—Está loca mujer, que estás hablando.

—Ya llega, Nicolás. No podrás seguir escondiéndote.

El corazón de Nicolás se aceleró, sus manos sudaban de manera incontrolable, tenía que salir de ahí, algo malo estaba llegando.

Salió de la habitación, y se escondió detrás de una máquina dispensadora, trato de calmarse, no quería tener una crisis de pánico, era imposible, creía que ya lo había superado, pero solo de pensar en aquel hombre, su cuerpo temblaba de manera descontrolada.

Sintió que una mano tocaba su espalda y dio un salto asustado.

—Oye guapo, sucede algo — le pregunto la recién llegada.

—July, gracias a dios que eres tú, no vuelvas a hacer eso casi me da un infarto.

—¿De quién te ocultas?

Nicolás escuchó unos pasos acercándose y su cuerpo empezó a temblar nuevamente, observo al tipo que caminaba en dirección a ellos, se veía casi igual como si no hubieran pasado los años, aunque ahora tenía más canas, pero seguía mostrando ese aire frío que lo acompañaba.

—¿Nico? ¿Estás bien?

—No, cariño —trato de respirar hondo para tranquilizarse. — Necesito hablar con Avalos urgente.

—Sabes que puedes contar conmigo, ¿no?

—Si July, lo sé, pero esto que está pasando necesita de la ayuda de Avalos. Debo ir a buscarlo.

—¿Quieres que te acompañe?

—Si por favor. Pero antes debo hablar con Valentino, dame un momento, por favor.

Nicolás sacó su celular y llamo de manera inmediata a Valentino.

—Hola — respondió Valentino al otro lado de la línea — ¿sucede algo?

—Si, cuñado. Necesito hacerte una pregunta y respóndeme con la verdad.

—Claro, dime.

—¿Cuánto sabes de mi pasado?

—Lo suficiente para saber que eres hermano de Luana.

—Entonces no sabes nada. Hablaremos cuando regrese a la oficina, cuida de Luana y no dejes que se quede sola por nada del mundo, iré por Carmen a su casa, necesito ubicarla en un lugar seguro. ¿Sabes a donde podría llevarla?

—Tráela a la empresa y de aquí partiremos a mi casa.

—¿Tu casa? Eso es muy cerca de donde viven.

—No, lo llevaré a mi casa, a la casa que compre para Luana. Nadie podrá ubicarlas ahí, pero dime que está pasando.

—Un tipo de nuestro pasado ha regresado y debemos protegerlas, les tiene demasiado odio y será capaz de hacer cualquier cosa para hacerles daño. Las niñas tampoco deben regresar a su casa.

—Necesitas decirme que está pasando.

—Lo haré, voy por Carmen, luego donde Avalos y regreso a la empresa. No permitas que Luana salga sola o intente regresar a casa.

—Está bien, la mantendré aquí.

Nicolás colgó, más tranquilo y se acercó a la habitación de Maritza, la puerta estaba semi-abierta y pudo velos conversar, aunque no pudo entender todo lo que decían, pero el nombre de Luana y el de las niñas, se repetía constantemente, quería quedarse a escuchar más cuando el ruido de unos tacos lo sorprendió.

La pareja maldita había regresado. Se retiró y volvió a esconderse detrás de la máquina expendedora.  Una mujer de largos cabellos negros, se acercaba un abrigo, cubría su cuerpo delgado, no había necesidad de decir su nombre, sabía quien era ella.

—Nico, ¿la conoces?

—Si —respondió parcamente Nicolás. Conocía a la mujer que acababa de ingresar a la habitación de Maritza. Aún recordaba su risa sádica mientras veía como lo atacaban una y otra vez. Apretó sus dientes, no importaba cuan lejos se hubiera marchado, esa gente siempre lo encontraba, pero esta vez él ya no era un pequeño niño y mucho menos un adolescente, ahora era un hombre adulto y nadie podría lastimarlo de nuevo

—¿Me dirás quién es? —volvió a preguntar Julieta.

—Esa mujer es doña Isabela, mi madre.

—¿Tu madre? —respondió Julieta, asombrada, se suponía que Nicolás era huérfano, al menos es lo que él siempre decía. Se dio cuenta de su nerviosismo y no sabía si seguir preguntando o no.

—Salgamos de aquí, antes de que salgan, no pueden verme.

Nicolás tomó la mano de Julieta y prácticamente la arrastro tras de sí, estaba desesperado, tenía que proteger a los seres que más amaba.

Salieron de la clínica, cuando su celular vibro, al ver el número en la pantalla su mano tembló y el celular cayó al piso, rompiéndose la pantalla, se quedó paralizado en el lugar, no podía atar ni desatar, estaba paralizado, como se atrevía a llamarlo, era indigente, pero que podía esperar de semejante basura.

Salió del trance y camino directo al estacionamiento seguido por Julieta que había levantado el celular.




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