Perdóname...

Capítulo 67

Estuvimos viviendo con los niños por espacio de dos años, pensábamos que todo estaría bien, que todos los problemas habían terminado y que por fin todo estaba en su lugar.»

—¿Entonces como fueron a parar dos de los niños con su padre de nuevo? — pregunto Julieta, tomando la mano de Nicolás, que no levantaba los ojos del piso, sabía que no debería tener vergüenza por su pasado, él tan solo era un niño, pero, aun así, sentía mucho asco de su pasado.

Carmen los miro y sintió mucha pena por Nicolás, se sentía culpable por no haber podido hacer nada para rescatarlo cuando desapareció con su padre.

«El día del cumpleaños de los niños, salimos a realizar compras a un centro comercial, todo iba bien, Máximo estaba trabajando y se reuniría con nosotros para cenar en un local de comida rápida, los niños estuvieron jugando en el tío vivo, luego subieron al gusanito, se divirtieron mucho. Mi celular vibró en el bolsillo del pantalón, al principio no lo escuche, seguía mirando a los niños, pero ante la insistencia conteste.

Era un compañero de Max, me dijo que él estaba en el hospital, que le habían disparado a quemarropa y estaba agonizando, que necesitaban que fuera de inmediato.  Desesperada colgué y busqué a los niños, pero no los encontraba, habían desaparecido en mis narices mientras atendía el teléfono.

No sabía qué hacer, por un lado, tenía a mi marido en el hospital y por otra los pequeños estaban desaparecidos, trate de calmarme y empecé a caminar hacia el área administrativa, para que los monitorearan y comprobar que alguien los hubiera visto.

Cuando estaba llegando escuche que alguien me llamaba por el altavoz del centro, diciéndome que Nicolás y Luana me esperaban en recepción. Apresuré mis pasos y los encontré ahí sentados esperándome, pero no había ni rastro de Maritza. De pronto la vi a parecer de la mano de una jovencita como de quince años, la abrace muy fuerte, pero ella me rechazo, como siempre lo hacía desde que la rescatamos. Era como si ella odiara estar con nosotros.

Los llevé a casa, y los dejé con la niñera que hacía poco habíamos contratado para que me ayudara con los niños.

Cuando llegue al hospital, mi marido ya había fallecido. Me volví a quedar sola.»

—¿Quieres seguir hablando? —pregunto Nicolás, al ver Carmen con los ojos llenos de lágrimas debido a que le costaba mucho recordar el pasado.

—No hijo, creo que es hora que cuentes tu parte.

Nicolás, aspiro profundo para poder llenarse de valor y narrar su historia.

«No les diré lo que sucedió antes de que me encontrara Carmen, les contaré lo que sucedió aquel fatídico día.

Carmen estaba acostada en su habitación, había llorado mucho luego del entierro de papá Max y llevaba varios días deprimida, y sumado a eso empezó a tener fiebre, la niñera se había ido a su casa, ya que era su día de descanso.

Mamá Carmen deliraba debido a la fiebre y mis hermanitas estaban asustadas, desesperado salí a la calle para buscar a la vecina y ver si ella podía ayudarnos. Toque y toque, pero no me habría, toque las otras puertas y no conseguí quien pudiera ayudarnos, empecé a caminar, buscando un policía, quería llegar a la comisaria donde estaban los amigos de papá, pero no encontré a nadie, había pasado mucho rato desde que saliera de casa así que regrese apresurado.

Cuando llegue a la casa, la puerta estaba abierta, pero yo la había cerrado, así que estaba asustado, aun así, ingrese, pero jamás pensé que mi peor pesadilla se haría realidad.

En medio de la sala estaban los cuerpos tirados de mamá Carmen y Luana estaba en un charco de sangre, sus pantaloncitos estaban a la altura de sus tobillos, mientras que la bestia de nuestro padre tenía el cinturón y los pantalones desabrochados.

Mi pobre hermanita, había sido víctima de ese degenerado y yo no sabía qué hacer, parecía como muerta, de pronto vi un ligero movimiento en ella y tomé la mejor decisión que pude tomar a mis escasos cinco años.

—Papá, papá, ¡Que has hecho! — le dije mientras me ponía delante de Luana para que él no se diera cuenta de que aún seguía viva.

—Que te importa mierda, solo le di lo que merecía — respondió.

—Papá, tienes que irte, la policía llegara pronto, yo fui a buscarlos, porque Carmen estaba enferma. — Mentí descaradamente.

—Eres un imbécil, como has podido hacer eso. — rugió lleno de rabia —Pero tú vendrás conmigo y esa mocosa que está sentada en esa esquina — dijo mirando en dirección a Maritza, quien se levantó de inmediato y tomo su mano, como si ella hubiera esperado que él llegara.

Tiempo después me enteré de que Maritza le había dicho donde vivíamos y fue ella misma quien lo dejo entrar a la casa.

Salimos de allí, con rumbo desconocido, creyendo que las personas que quedaban en casa estaban muertas. Al menos una de ellas parecía estarlo.

Nos fuimos del país con mi madre y vivimos en Italia por algún tiempo, en ese lugar sufrí todo tipo de vejaciones, hasta que cumplí los dieciocho años y me escapé del país.

Regrese al Perú, con la intención de averiguar si Luana y Carmen seguían con vida.

No volví a ver a mis padres hasta el día de hoy que los vi aparecer en la clínica, lo más probable es que Maritza los llamara. Yo sabía que ellos habían regresado al Perú por la misma fecha en que yo escape y se habían instalado en Huánuco.»




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