Perdóname...

Capítulo 101

Regreso a la sala donde estaba Gis, observo a su mujer y a sus hijas que lucían tranquilas sin saber todo lo que estaba pasando alrededor de ellas.

Luana sintió que era observada y giro levemente mientras su mirada se perdía en el hombre que estaba apoyado en el marco de la puerta, mirarlo hizo que su corazón se estrujara de dolor, su hijo era una réplica de su padre, como no pudo darse cuenta antes.

Todo era culpa de Avalos y de aquello que había hecho en su mente. Se odió por ser tan débil y crédula.

—Yo… tengo que salir, hay un problema en la empresa que debo resolver. — Hablo Valentino evitando mirarla a los ojos.

—¿Eso es más importante que nosotros? — pregunto Luana un tanto decepcionada y frustrada, no cabía en su cabeza que él se fuera estando Giselle hospitalizada.

—Cariño, si no fuera importante, no iría; además, tú estás aquí y confío en tu capacidad para resolver cualquier inconveniente que se presente.

—Está bien, apenas den de alta a Gis, la llevaré a casa.

—Ok. Por cierto, Nicolás vendrá por ustedes

Se acercó a sus chicas y les dio un beso en la frente, Giselle ya no tenía fiebre, eso lo dejaba más tranquilo, luego le dio un beso en la boca a Luana y salió dejándola sorprendida por su acción, ya que las niñas aún no sabían de la relación que ambos tenían.

Luana quedo mirando la puerta de manera ansiosa, su corazón no dejaba de latir con fuerza y uno de sus ojos palpitaba con rapidez, sentía que algo estaba a punto de pasar y se arrepentía de no rogarle a Valentino que se quedara, aun así, sabía que su hermano pronto llegaría.

—¿Mami?, ¿estás preocupada? — Pregunto Giselle mirándola detenidamente.

—Mamita, no te preocupes, mi papi vendrá pronto. — Hablo Gia mientras pegaba su carita en el muslo de Luana.

—Lo sé chicas, papi regresará pronto, que les parece si les cuento un cuento mientras llega la enfermera y revisa el suero de Giselle.

—Si mami, es perfecto, pero ya me cansé de estar parada aquí, ¿puedo subir a la cama de Gis?

—Si cariño, pero debes tener cuidado de no golpear el brazo de tu hermanita.

—Está bien mami, yo voy a tener cuidado; sabes mami cuando yo sea grande seré una gran doctora.

—Y yo seré abogada como la tía Diana — dijo Gis, mientras recordaba todo lo que vio en su antigua casa, tenía que ser grande pronto para poder defender a su mamá y no dejar que Maritza la vuelva a lastimar.

Pronto la niña empezó a llorar de nuevo y a sacudirse de manera descontrolada, Luana bajo a Georgia de la cama de inmediato mientras llamaba una enfermera y tomaba a Giselle por los brazos tratando de controlar el movimiento fuerte que tenía la pequeña, miro su boca con nerviosismo temiendo que de un momento a otro se mordiera la lengua debido al ataque convulsivo.

Una enfermera y un médico ingresaron a la sala de inmediato y alejaron a Luana para tener espacio donde maniobrar.

—Señora, espere, afuera, tenemos que atender a la niña — Dijo la enfermera mientras la instaba a retirarse.

Luana salió de la habitación tomada de la mano con Georgia, su corazón se estrujaba de impotencia, le pareció que esas convulsiones le eran conocidas, pero se negaba a creer que su niña hubiera heredado su trastorno,

Minutos después salió el médico. — Señora — hablo mientras miraba a Luana. — Las convulsiones se deben a la fiebre, pero la niña no tiene ningún problema físico.

—¿Por qué tienes que darle información a esa perra, sobre lo que tiene mi hija? — Se escuchó decir a una mujer.

La mirada de todos se desvió hacia la recién llegada, una mujer delgada, de rostro muy maquillado, que vestía un suéter negro sobre unos pantalones de vestir blancos y sus pies estaban cubiertos de unas botas negras hasta la rodilla.

Luana apretó sus puños a los costados de su cuerpo, llena de rabia, por fin vio a la causante del mayor daño que había recibido en su vida.

—Ni te atrevas a acercarte a las niñas. — Rugió Luana, parándose en la puerta de la habitación.

—¿Quién eres tú?, hasta donde yo sé, soy la madre de las niñas y solo a mí me pueden informar sobre la salud de mis hijas. ¿Oíste? Mis hijas. —Reitero mientras se burlaba en su cara y gozaba al ver su sufrimiento.

El doctor se quedó extrañado por cómo habían cambiado las tornas, ya no sabía ni a quien informar.

Maritza abrió su bolso y saco unos papeles de él.

—Doctor, estas son las partidas de nacimiento de mis hijas, necesito que saque a esta mujerzuela de la habitación de Giselle, no es digna de estar aquí.

—Hija, ¿hay algún problema? — Se escuchó la voz gruesa de un hombre.

—Papito, gracias por venir. — Respondió Maritza haciendo un puchero.

—Cariño, tú sabes que siempre estaré para ti, tu madre está subiendo, fue a comprar unas pastillas para el dolor de cabeza, ya sabes sus migrañas.

—Lo sé papi, ayúdame a que esa mujer salga de mi presencia, no la soporto.




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