—Suegro, suegra —Hablo Valentino mientras se llevaba una taza con café a los labios. —¿Vinieron a visitar a alguien?
—Valentino, hace mucho tiempo que no tenía el gusto de verte — Hablo la delgada mujer mientras lo miraba absorta, su presencia la intimidaba y a la vez la excitaba, se relamió los labios con gusto sin importarle que su marido estuviera a su costado. Jalo una silla y se sentó frente a él, al hacerlo su abrigo se abrió y dejo a la vista unas piernas largas, blancas y bien esculpidas.
Si la mirabas bien, la mujer era guapa, bien vestida y no aparentaba la edad que tenía, pero su mirada delataba la podredumbre de su alma. Valentino se asqueó de solo mirarla. Se quedó mirándolos un rato mientras terminaba su café, esperando la respuesta de ellos, al ver que no hablaban dejo la taza en la mesa y se levantó.
—Bueno, me retiro. Tengo cosas que hacer. — Dijo y se dio la vuelta para alejarse de ese par de rufianes asquerosos
—Valentino — Se escuchó la voz gruesa de Gerardo. — ¿A dónde vas?
—¿Le importa? Yo no sabía que tenía que darle explicaciones de mis actos. — Respondió suavemente.
Gerardo se quedó callado, no espero que Valentino le contestara de esa manera, Isabela a su costado replico. —Querido, no es por nosotros, es que estamos preocupados por Maritza, por eso vinimos, queríamos hacernos cargo de Giselle para que pudieras ir a cuidarla, ella te necesita.
Valentino les dio una mirada de muerte y siguió caminando.
—Valentino — Rogó Isabela — Giselle no está en su habitación ¿Dónde está?
—Con su madre — Respondió este mientras caminaba sin detenerse. Se detuvo un momento y giro poniéndose frente ellos. —Volvió con su verdadera madre. Su nieta está con Luana la otra hija de ustedes. Con eso siguió su camino y se dirigió al ascensor. Su celular volvió a sonar.
—Jefe, un tipo salió de la casa y lo seguimos, pero se nos perdió en la oscuridad.
—¿Pudieron ver su rostro?
—No, señor, estaba vestido de negro, llevaba una máscara negra y una gorra con visera. Lo lamento fue imposible seguirlo, era muy cuidadoso.
—Está bien, voy en camino. Sigan vigilando.
Saco las llaves del bolsillo, hizo sonar el mando de apertura, se subió al auto, espero unos minutos en el estacionamiento mientras miraba por el espejo retrovisor al ver que ya se disponían a seguirlo, arranco en dirección a la casa de las Magnolias.
El aire era frío mientras manejaba en dirección a su antigua casa, a la casa de su niñez, todo había cambiado desde entonces, vivió por años en esa casa observando sin parar a Luana mientras esta crecía, se hacía su novia y luego lo abandonaba como si él no valiera nada.
Recordaba con claridad el abandono, como se le rompió el corazón cuando ella lo dejo en medio de la avenida sin volver a mirarlo siquiera por un segundo, si hubiera sabido todo lo que sabía sobre ella en ese momento la abría, detenido, abrazado con fuerza y no la hubiera dejado partir.
Pero las cosas ya estaban hechas, todo era irremediable y ya estaban en ese punto en el que él hubiera no existía.
La luz roja lo detuvo en una intersección, la luna de media noche era grande en el cielo y aprovecho para tomarle una fotografía, se quedó mirando la imagen y luego la envió con una nota «siempre te prometí que te daría todo aquello que quisieras, aquí te envió una luna llena como testigo de mi renovación de votos, Luana, eres y serás la única mujer de mi vida, te amaré hasta el último día de mi existencia y si eso no es suficiente también lo haré en mi próxima vida.»
Sonrió, feliz.
Detuvo el auto frente a su casa, se bajó y miro hacia la esquina, una sonrisa se vislumbró en su cara, la casa blanca de su vecina se veía imponente en la oscuridad de la noche. Se detuvo y miro hacia el segundo piso, en su mente imágenes de Luana en la ventana saludándolo aparecieron, se quedó mirando por un rato y luego dio la vuelta, ingreso a la casa que en ese momento se encontraba a oscuras.
Se dirigió a su despacho en medio de la oscuridad, no pretendía poner en sobre aviso a Maritza a pesar de que sabía que sus padres ya le habían informado de sus pasos.
Prendió la luz de la habitación y vio a Maritza sentada en el sillón giratorio, no llevaba más que un camisón translúcido en el cuerpo que dejaba ver su cuerpo completamente desnudo a través de la tela.
—¿Te gusta lo que ves? — Ronroneo.
—¿Tú qué crees? — Respondió Valentino.
—Que sí, somos esposos y por ende es lógico que mi cuerpo te guste.
—Pues estás equivocada, tú me das asco.
—Antes no decías eso. — Refuto.
—Antes te tenía lástima y creía que eras otro tipo de persona, pero ahora ya no puedes engañarme. Así que aquí estoy, dime cuáles son tus condiciones para entregarme a Alex.
—Debes quedarte conmigo para siempre, si quieres recuperar al bastardito.
—Ten cuidado con tus palabras Maritza, no te conviene enfadarme.
—¿Y qué podrías hacerme? Tengo a tu hijo, un paso en falso y no lo volverás a ver nunca más en tu vida. Así que cariño, muéstrate más cariñoso conmigo o no obtendrás nada de mí a cambio.
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Editado: 16.02.2023