Perdóname...

Capítulo 108

—Mamá —Grito Alex dormido, su rostro estaba húmedo por el sudor. Su cuerpo temblaba ligeramente, pero sus gritos no se dejaban de oír en toda la casa.

María Ugarte salió corriendo de su pequeña habitación ansiosa por los gritos de su nieto, cuando se acercó a su cama lo vio agitarse y llorar de manera incontrolable, las lágrimas surcaron su rostro debido a la impotencia, ella jamás pensó en lastimar a su pequeño nieto, pero no podía hacer otra cosa, temía demasiado a su marido.

Se tocó inconscientemente su mejilla izquierda, su cuerpo se estremeció por el dolor, aún tenía la herida abierta por el fuerte puñetazo que le proporcionara su marido por la mañana.

Acaricio los cabellos del pequeño y trato de no pensar en las palabras de su hija la última vez que hablaron, justo antes del accidente.

—Mamá, no es tu nieto. Entiéndelo, lo que mi padre quiere hacer es ridículo. Alex es adoptado, no lleva la sangre putrefacta de él.

—Virginia, no mientas, él tiene un gran parecido con la familia, no puedes negarlo. Deja de decir estupideces.

—Claro que tiene parecido con la familia, es hijo de Luana, tu sobrina, ¿recuerdas?

—Es imposible — Respondió María. —Esa chica jamás tuvo hijos, estás mintiendo para no entregarnos a Alex. Si lo entregas, tu padre se calmará.

—Madre, así fuera mi hijo, no se los daría a ustedes, ¿olvidas la clase de mierda que es tu marido? Olvídalo.

—Hija por favor.

—Mamita ¿Por qué no te haces un favor? Déjalo, mi marido y yo podríamos ayudarte, esconderte y no tendrías que aguantar más tiempo sus estupideces. Mami, por favor, deja que te ayudemos.

—Eres una mala hija como puedes desear que tu padre y yo nos separemos, nos casamos por la ley de Dios, no está permitido el divorcio, un matrimonio es hasta la muerte.

—Entonces prefieres morir a dejarlo — Grito Virginia. — Estás mal mami- No puedes dejar que tu vida se acabe solo porque él es tu marido. ¿Qué pensaría la abuela Yaya, su supieras como termino su hija favorita, la luz de sus ojos?

—No la menciones, ella me abandono.

—La Yaya, solo quería que te alejaras de él, mami. La abuela tenía razón, déjame ayudarte.

—Eres una mala hija, no entiendes todo lo que sacrifique por ustedes.

—Nadie te pidió ese sacrificio, lo hiciste por tu cuenta.

—Hija, por favor — rogó María nuevamente.

—Olvídalo madre, y no vuelvas a llamarme, o mejor dicho hazlo el día que te decidas a dejar a mi padre, no puedo ver cómo te lastimas a ti misma.  Adiós.

Las lágrimas de María caían como cascada por su rostro, su herida abierta ardía por la sal de sus lágrimas, pero no podía detener el torrente, pronto su cuerpo empezó a resentir el llanto, sus hombros temblaban, un grito urgente quería salir por sus labios, pero solo atino a llevarse un puño a sus labios y tratar de reprimir los espasmos que se producían en su cuerpo.

Tenía que hacer algo. Virginia no le perdonaría jamás que Alex saliera lastimado. Respiro profundo y se levantó en silencio. Regreso a su habitación despacio, agarrándose el costado, sabía que algunas de sus costillas estaban rotas. Le faltaba el aire, aun así se arriesgó, no era la primera vez que se encontraba en esas condiciones y lo más probable es que no fuera la última.

Llego a su habitación, miro por el piso y vio su celular tirado en el suelo, la pantalla estaba rota, las lágrimas volvieron a deslizarse, rogaba porque aun pudiera hacer esa llamada.

El timbre se dejó escuchar en el silencio de la habitación, el hombre en la cama se revolvió entre las mantas, no tenía ganas de contestar, se había acostado hace poco, sus cejas se juntaron en un fruncido de coraje, ¿Quién demonios lo llamaba en la madrugada?

Decidió dejar que siguiera sonando, no tenía ganas de atender, si era importante volverían a llamarlo, el timbre continuo por unos cinco minutos más, decidió que era importante, se estiró tratando de alcanzar su celular a tientas en la oscuridad de la noche, pronto lo encontró y deslizo la llamada.

—¿Hola? — Dijo, sin mirar siquiera el remitente.

—¿Nicolás?

Nicolás se sentó de inmediato y vio que el número era desconocido, pero la voz le era familiar —¿Tía María?

—Nico, necesito tu ayuda — respondió la mujer susurrando como si no quisieran que la escucharan — ven por nosotros por favor — rogó entre sollozos.

—Tía dime donde estás — respondió Nicolás mientras trataba de conectar su celular a la laptop para poder rastrear la llamada. —Tía, — volvió a decir, mientras escuchaba la respiración asustada de la mujer, silencio y luego gritos desesperados.

—Suéltame, por favor me estás lastimando — escucho gritar a la mujer, luego golpes y cosas que caían, ya casi no faltaba nada para poder obtener la ubicación del celular, cuando un grito le estrujo hasta el alma, —Abuela, abuelo suéltala, estás lastimándola — escucho gritar a Alex.

Nicolás no sabía qué hacer, el celular en su oreja, sus manos poniéndose el pantalón, y luego poniéndose las botas de manera apresurada., no tenía tiempo para llamar a nadie, no podía colgar la llamada, salió de su habitación con el celular pegado a su oreja y la laptop en la otra.




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