La voz ha callado, dejando a su paso el tenue silencio que rodea todo el lugar; sin embargo, este podría ser completo, si no fuera por la canción que se escucha de fondo, aquella de Leonas Lewis titulada "I to you". No me quejo del ambiente, pues me permite darme el gusto de ver como desde la ventana de la habitación, el cielo me observa con imponente atención, detallando de sobre manera cada uno de mis movimientos, más, no los de mi acompañante.
Es inevitable pensar que aquel cielo curioso me observa con cautela, como si intentara descifrar mis próximas acciones. Por mi parte, veo sin interés alguno, aquellos labios que pronuncian de manera rápida las palabras que yo ya no puedo escuchar; sin embargo, mi atención se halla en sus ojos, los cuales muestran un extraño nerviosismos, temblando sin parar, y es eso, lo que me hace mantenerme en alerta.
Dos pasos hacia atrás, ponen en alerta todos sus sentidos. Escucho como su voz grita mi nombre, exigiendo de manera autoritaria mi atención, pero no puedo, algo dentro de mi grita, que no debo de escucharlo, no debo de creer en lo que dice, sobre todo, me suplica tener la voluntad de irme ya, antes que sea tarde.
Tres pasos hacia la izquierda con cautela, mientras escucho su risa llena de ironía. Lo sé, ha llegado a su límite de paciencia, por lo que entiendo que debo darme prisa y salir de aquí de inmediato. Camina cuatro pasos hacia mí y yo retrocedo uno, manteniendo la distancia más fija entre los dos. Me permito verlo, solo para observar sus ojos oscuros llenos de impotencia, esos que me miran de arriba a abajo, mientras vuelve a reír. Lo hace durante unos segundos y de la nada, sin yo esperarlo, se da la vuelta, caminando en dirección contraria como si estuviera pensando en sus próximos movimientos contra mí.
Escucho la voz de mi conciencia, me grita que esta es mi oportunidad, el momento de realizar mi siguiente jugada, ha llegado. Doy cinco pasos hacia la derecha, logrando tomar la lámpara de noche que se encuentra a un costado de mí, y antes que él decida darse la vuelta, la estampo contra su cabeza con gran fuerza. Pierde el equilibrio y es eso, lo que logra darme la oportunidad para correr. Salgó a toda velocidad de la habitación, dirigiéndome con toda prisa hacia las escaleras, mientras que todos mis sentidos se ponen en alerta al sentir unos pasos ajenos a mí.
La adrenalina se hace presente en el momento en que logró tocar el último escalón, sintiendo como todas mis esperanzas brillan al poder ver el pasillo que da a la puerta de salida. Sin vacilar ni un segundo, sigo corriendo directo hacia mi libertad. Los pasos suenan cada vez peor, me hacen entrar en pánico; el pasillo parece eterno, me hace sentir que no lo lograré, pero es ahí en donde puedo vislumbrar la puerta hacia mi libertad. Mis piernas no se detienen y me hacen estampar contra ella, pero no me importa, solo siento el alivio de tocar el pomo de la dichosa puerta.
Sé que toque la puerta, lo hice, yo toque el pomo dispuesta a salir huyendo de aquí; pero antes de tan siquiera terminar con mi cometido, siento como mi cabello es tironeado con total brutalidad, haciendo que retroceda por instinto. Forcejeo y mis gritos no se hacen esperar, pero por mucho que insisto, no logro soltarme de su agarre. Me tomó de la cintura con firmeza y me arrastra hacia donde estábamos antes, el terror me invade; entonces, sintiendo el asco de mis acciones, a sabiendas de que cometeré un insoportable dolor.
El constante forcejeo lo mantiene concentrado en no soltarme, por lo que aprovechó para hacer un rápido movimiento en mi rodilla, tocando mi tobillo y agarrar las pequeñas tijeras escondidas en una de mis largas medias por si esto llegaba a pasar. Sin pensarlo ni un segundo más y antes de dejarlo subir tan solo el primer escalón, le clavó las pequeñas tijeras justo en su cara, sintiendo como estas desgarrando uno de sus ojos y en efecto, provocó que de golpe me dejara caer. Sus gritos no se hacen esperar, retumban por todo el lugar y yo por mi parte, sin pensarlo, empecé a correr una vez más. El llamado de mi nombre a gritos, me eriza la piel, pero no logran pararme, sigo corriendo, sabiendo que lo que acabo de hacer causará, ahora sí, el verdadero final de una corta vida.
En ningún momento volteo, tampoco sé cuánto tiempo llevo corriendo, pero siento como el aire empieza a faltar en mis pulmones, mi cuello duele como si alguien me ahorcará, y mis piernas sienten un dolor tremendo. No entiendo qué ha pasado en tan poco tiempo, ni quién es aquel que se hallaba delante de mí, intentando arrebatarme lo que se suponía que solo yo sabía.
El dolor se vuelve turbio, me ha obligado a detenerme de golpe, aunque en mi mente las palabras "seguir corriendo" me atormentan. Esto de verdad parece ser tan sempiterno, que en mis ojos las lágrimas empiezan a brotar sin intención de parar, y lo entiendo, he entrado en pánico, ya no sé a dónde correr, no lo sé, hasta que mi vista logra observar como a varios metros de mí, hay un edificio en ruinas, y es ahí dónde puedo sentir que tengo una segunda oportunidad.
Lo debo de admitir, mi cuerpo duele como el infierno y las dudas sobre adentrarme en ese lugar, me sucumben. Tal vez, ya he llegado a mi limite, no quiero saber que más me podría esperar, y todo esto simplemente por esos secretos ¡bendita mi suerte! Es lo que pienso, pero aquello queda en un segundo plano, cuando logro escuchar a la distancia unas pisadas que parecen tener apuro; entonces, entiendo que no hay tiempo para pensar en lo que es correcto y lo que no lo es.
Enseguida me volví una intrusa en ese abandonado edificio. Me permito observar, solo hay suciedad y escombros por todos lados, por lo que decido caminar con sigilo, acercándome a las escaleras con la mera intención de esconderme en el último piso. El miedo me lleva al piso quince, junto ahí logró dar con la azotea del lugar; sin embargo las desgracias continúan, pues la puerta se halla oxidada y es difícil abrirla. Grito llena de impotencia, los nervios me están matando, pero no soy alguien que se rinde fácil y menos si se trata de mi vida, por lo que utilizo mi cuerpo para empujar a la vieja puerta pero no lo niego, el dolor me hace pensar que me he fracturado el brazo, pero tras varios empujones, al fin consigo mi cometido, respiro hondo y me adentro a la totalidad de la aquella azotea.