Perenne [kacchako]

Perenne

Disclaimer: Los personajes no son de mi propiedad, pertenecen a su creador Kōhei Horikoshi.

Pareja principal: Bakugō Katsuki equis Uraraka Ochako.

Categoría: Maduro.

Género: Humor, romance.

Extensión: 3153 palabras.

Nota: La historia escrita a continuación fue realizada con el propósito de conmemorar la Kacchako Week 2020. Conjunto de one-shot que subí a mi cuenta de «wattpad».

Cuarto día: Lluvia de estrellas.

 

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«Todos los habitantes de la Tierra de una latitud ven las mismas estrellas en el cielo. Y, sin embargo, no hay dos culturas que vean las mismas constelaciones. Él había visto pruebas de aquel fenómeno una y otra vez: las pautas que percibimos vienen determinadas por las historias que deseamos creer».

 

John Verdon, No confíes en Peter Pan.

 

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Ochako tocó con la yema de sus dedos los zapatos y la ropa que estaba vistiendo, con el propósito de eliminar la gravedad, y permitirle saltar más alto de lo habitual. En su mano derecha, firmemente inmovilizado, retenía su teléfono celular, y en su izquierda, mantenía activada su particularidad con la finalidad de flotar un poco más en el cielo.

 

Uravity comprobó que su móvil seguía sin señal.

 

—¡Manjū! —La contundente voz de su novio, pronunciando aquel apetitoso pseudónimo, se escuchó en el vasto campo—. ¡Ni siquiera se te ocurra ir más lejos! —aulló irritado, y murmuró—: lo único que me falta es que salgas de la órbita terrestre intentando encontrar una red de telefonía.

 

—¡¿Qué?! —gritó—. ¡¿Has dicho algo más, Katsuki?! —Uravity le preguntó a su novio con una estridente voz.

 

—¡Baja de una puta vez! —ordenó enfurecido.

 

Ochako decidió hacerle caso, y descendió con calma. Quizá, conseguía algo de señal en el proceso; evidentemente, eso no ocurrió.

 

Bakugō soltó la septuagésima séptima maldición, y pateó una piedra que se perdió en la frondosa maleza.

 

—Mataré a ese bastardo —gruñó malhumorado—. Manjū, prepárate, porque ese pendejo estará a cien metros bajo tierra el lunes al mediodía.

 

—¿Quién? ¿Eijirō? —le preguntó con un timbre de voz simpático.

 

—¡Ni se te ocurra volver a pronunciar su nombre! —advirtió a regañadientes—. ¡Aquel imbécil pagará con sangre esta traición!

 

—Katsuki. —Ochako pronunció su nombre dulcemente—. Ei- es decir, él no tiene la culpa del fallo que hubo en la unidad de control.

 

—¿Y de quién es la maldita culpa? —refunfuñó taciturno—. ¿De aquel repugnante hijo de puta que alquiló el vehículo?

 

Ochako se levantó de hombros displicente.

 

—¿Estás seguro que no quieres empujar el carro? —preguntó con curiosidad.

 

—Lo más probable es que terminemos de dañar esa mierda —señaló de mala gana el vehículo—. Escuché que si la batería está muy desgastada, se dañará el catalizador del coche porque saldrá carburante sin quemar por el escape, y- —se interrumpió al ver que su novia intentaba entender lo que él estaba diciendo—. Además, ¿a dónde vamos a ir? Llegar aquí nos tomó cuatro horas desde la última área de descanso, y todavía nos faltan cien kilómetros, más o menos.

 

Ochako suspiró derrotada, y caminó hasta tocar con su mano izquierda el baúl.

 

—¿Quieres cenar? —propuso, y esbozó una vergonzosa sonrisa—. A decir verdad, no es la gran cosa, cociné para una especie de tentempié…

 

—¿Qué cocinaste? —le preguntó. Bakugō introdujo la llave en el maletero, y abrió este.

 

En el interior del baúl se encontraba una nevera portátil, y dos maletas de viaje medianas, una era de color rosa pastel con negro y la otra aguamarina.

 

Ochako contempló el maletín de viaje color rosa pastel con negro, y esbozó una malévola sonrisa.

 

—¿No es esa la primera versión del traje de Uravity? —inquirió despreocupada—. ¿En dónde conseguiste ese producto premium?

 

—Aquel maldito nerd me lo regaló de cumpleaños —contestó sin voltear a verla. Bakugō saco la nevera portátil del baúl, y la señaló—. ¿En dónde vamos a comer?

 

Ochako volteó a ver el puesto de observación, y apuntó a las mesas de pícnic.

 

—Tengo una sábana de color blanco con flores rosas en mi maleta —informó entusiasmada—. Creo que podemos arreglar la mesa, y tener un pícnic a la luz de la luna.

 

—¿Por qué mierda suenas tan excitada? —protestó.

 

—A decir verdad… —Uraraka mordió su labio inferior—. Hemos estado ocupados desde nuestra graduación, y el tiempo de pasar juntos ha disminuido notablemente tras comenzar a trabajar como héroes profesionales… así que intento disfrutar cada minuto que paso contigo.

 

Bakugō contempló incómodo la expresión sincera de su novia.

 

—Manjū, ¿cuál fue el tentempié que hiciste? —Cambió abruptamente el tema de la conversación.

 

—¡Ah!, olvidé decirte lo que cociné.

 

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—¿Eh?, ¿eh?, ¿eh?, ¿eh? —Mina se levantó de un salto, y colocó con fuerza la palma de su mano derecha en la mesa de madera, y exclamó—: ¡¿te vas a proponer el sábado en la lluvia de estrellas?

 




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