Perfecta

PARTE 39

 

 

WILLIAM

 

 

Los malnacidos que se atrevieron atacarme están dos metros bajo tierra y aun así no puedo hallar a esa fugitiva, lo peor de todo es que no he dejado de pensar en ella todas estas noches, la quiero en mi cama, la necesito, es como si me faltara su cuerpo para dormir tranquilo, eso no es posible, necesito de sus manos acariciando mi cuerpo, necesito absorber todos sus sentidos, quiero su boca sobre mi piel, quiero saborearla toda ¡Maldición! No puedo evitar golpear la mesa de una manera que todo se termina cayendo, estoy mirando sus fotografías, aquellas que tenía guardadas de cuando le hacía seguimiento, su rostro es tan dulce, parece una muñequita, delicada, suave y una piel tan lozana y tersa.

 

—Señor Nina, esta lista para usted — Me avisan por el intercomunicador, pero no tengo ganas de nadie, no dejo de pensar en ella otra vez, de manera repetitiva, como un disco rayado, pero no debe ser así, no debo nublar mis sentidos.

 

—Has que entre, pero dé a gatas.

 

Y como siempre, hacen las cosas que digo, está frente a mí y acercándose como una perra obediente, me mira gustosa, quiero ver cada parte de ella, cada espacio en su cuerpo, pero a mi mente solo viene una mujer en específico, cambia su rostro como si de magia fuera, como el recuerdo de la primera noche juntos regresara, aquella en que use su cuerpo como si hubiera sido solo un cuerpo hecho para mi placer, la primera noche juntos tal vez no la recuerde ella muy bien, pero en mi mente esta cada detalle está en mí, cada azote, cada vez que jalaba su cabello y le gritaba lo ramera que era al entregarse a un hombre que no conocía ni un mes, recuerdo obligarla a caminar así a gatas con un collar de cuero a su alrededor, quería humillarla, quería hacer con ella lo que quisiera y como quisiera por eso tuve que usar esos polvos mágicos, era tanta mi rabia contra su padre que no medí nada.

 

—¡¿Qué haces?! — Cuando veo que intenta bajar la cremallera de mi pantalón, no me había dado cuenta en qué momento se acercó, pero no puedo, algo dentro de mí hace que no reaccione como siempre, la tomo de la mano y la arrojo a un lado, la oigo quejar, pero no me importa, lo que más me interesa es que mi cuerpo no reacciono solo por el hecho de estar pensando en Anarosa, más la pienso, más loco me estoy volviendo.

 

 

—No has pensado en ese amiguito tuyo, como era que se llamaba claro Clark, no crees que es muy conveniente que justo hoy ande de viaje, me parece extraño la verdad — Lorenzo tiene razón, es algo que también rondaba en mi cabeza, pero me niego a creerlo, se supone que es mi amigo, el único que tengo por así decirlo, lo conozco desde hace años, desde que éramos jóvenes, él debe saber que si la ayuda es como traicionarme.

 

—No lo creo, se lo dije la última vez que lo vi, si se atrevía a traicionarme no me importaría quién sea, no iba a salir vivo.

 

Bebo un trago y me sirvo otro de inmediato, mientras veo mujeres danzar música del oriente, parecen sacas de las mil y unas noches, o una noche en Arabia, más de una tiene sus ojos en mí, ni que fuera idiota para no darme cuenta, solo basta con mirarme para saber que darían lo que sea por estar bajo mis sabanas, pero ninguna provoca nada, eso me enfada, me hierve la sangre, no quiero creer que una mujercita tan pequeña, tan diminuta y aparentemente frágil tenga ese poder sobre mí.

 

Ahora estoy en el cuarto oscuro, con una de ellas besando mi cuello y otra masajeando mi entre pierna, hacen sonidos supuestamente estimulantes, quiero concentrarme, quiero alejar los recuerdos de mí, pero no puedo, lo intento y no salen de mi cabeza, su risa, sus ojos cuando los entre cierra y arruga su nariz, el lunar en su quijada, su cabello tan suave que mis dedos pasaban fácil sobre ellos, su aroma ¡Mierda!

 

—¡Lárguense! No me sirven para nada.

 

Ellas salen despavoridas por mi grito, es que no me cabe en la cabeza y me llena de frustración, necesito que venga, follarla, luego hacerla sufrir, eso es lo que necesito para sacarla de mi cabeza, de mi sistema, necesito oírla gritar mi nombre, oírla como disfrutaba por medio de sus alaridos y pedir más, eso es lo que me hace para quitar todas estas estupideces que me impide seguir con mi vida normal.

 

 

—Te dije que ese idiota estaba metido en todo eso y tú no me quisiste creer, solo mira con tus propios ojos — Me arroja unas fotografías, de él conduciendo un auto con provisiones con nieve a los lados, no entiendo un comino, se supone que me dijo que estaba en el caribe, no puede ser lo que estoy pensando, no puede estar traicionándome, no puede estar ayudándola.

 

—No tiene idea lo que está haciendo.

 

—Se supone que no debes dejar que nadie se burle de ti, no puedes dejar que ande por ahí tirándose a tu mujer, seguro lo tenían planeado y deben estar riéndose de ti, eres su burla, eres su payaso, de verdad qué pena me das, tan temido por muchos para que el final una insignificante mosca muerta te termine traicionando con tu mejor amigo, no es más que una




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