Perfecta

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Recuerdo que la última vez que hablé con mi hija fue una noche antes de los hechos. Sonaba desganada, le pregunté si le pasaba algo; ella me aseguró que estaba bien, solo estaba cansada porque el trabajo en los últimos días estaba un poco pesado. La llamada habitual que hacíamos todas las noches consistía en reportar que estábamos bien y en contar algún suceso que hubiera sido relevante durante el día. Sin embargo, ese día no tuvo nada importante que contarme. Solo me envió un beso, me dijo que me amaba y que se iba a dormir porque estaba cansada.

Mi hija comenzó a seguir a esta cantante cuando tenía 21 años, la misma edad que la cantante. Sin embargo, cuando noté que a los 23 años invertía demasiado de su tiempo libre en seguir a esta artista, en revisar sus redes sociales y en investigar cada aspecto de su vida, decidí intervenir y le pedí que considerara adoptar otros pasatiempos.

En respuesta, ella me dijo que estaba exagerando, afirmó que era un pasatiempo inocente, que no dañaba a nadie. Me confesó que a ella le encantaba la música de esta cantante, el talento tan maravilloso que tenía. Yo expresé mi preocupación porque no me parecía una actividad acorde a su edad; no estaba de acuerdo con que una persona de 23 años dedicara tanto de su tiempo libre a una tarea tan poco productiva.

Mi hija, por su parte, añadió que yo pensaba de esa manera porque a mis 23 años ya tenía un hijo y era esposa, pero ella no tenía ese tipo de obligaciones. Me mantuve firme en mi postura y le dije que ella adoptaba otros pasatiempos o me vería obligada a suspender el servicio de Internet.

Recuerdo claramente que esta conversación ocurrió dos meses después de su graduación universitaria. Ella argumentó que, si cortaba el Internet, ¿cómo esperaba que buscara empleo? Mi respuesta fue sencilla: le sugerí que para conseguir empleo sería suficiente con que fuera dos horas a un cibercafé para enviar currículos.

Al día siguiente, cuando llegué a casa, mi hija me mostró que se había inscrito a un curso de natación que tomaría dos días a la semana; me contó que planeaba pagar la mensualidad con sus ahorros. Además, me mostró un libro que había comprado. Ella comenzó a leer el libro de inmediato y sus clases de natación comenzaron a la semana. Con estas dos actividades, me sentí un poco tranquila y pensé que su afición por la cantante iba a disminuir.

Aunque ella había tenido diversos trabajos mientras estudiaba en la universidad para ayudar con lo que podía en la manutención de esta, vi con buenos ojos que, una vez egresada, se tomara el tiempo para buscar un empleo que le permitiera ejercer su carrera. Durante el tiempo que le llevó conseguir un empleo acorde a su profesión, su afición por la cantante aumentó.

3

Recuerdo que al ver tan obsesionada a mi hija con Sara y con la relación de Sara y Karen, decidí unirme al bando de Karen para ver cómo se veía esa relación desde el otro lado. Así que comencé a seguir a Karen en las redes sociales, a escuchar su música y a investigar un poco sobre su supuesto romance. En ese momento, me di cuenta de que su relación se había vuelto muy popular y que se había convertido en el centro de atención de sus fans. Unas fans muy creativas, debo reconocerlo, porque habían creado fanfics, podcast y hasta videos analizando si respiraban sincronizadas. En los videos se presentaban diversas teorías sobre las interacciones de Karen y Sara; a mi manera de ver, todas eran interpretaciones de sus fans, sin una prueba contundente, pero para ellas todo era una prueba.

Empecé a ver algunos de estos videos, a escuchar algunos podcasts y a leer algunos fanfics. Sin embargo, los fanfics fueron demasiado para mí. La sexualización que se hacía de ambas en estas historias no me agradó. También leí algunos comentarios de las redes sociales de Karen. Los comentarios reflejaban opiniones diversas e interesantes. Algunas fans creían que ellas tenían una relación, pero no querían hacerla pública porque no les gustaba que la gente husmeara en sus vidas y se amaban tanto que querían proteger su amor. Otros pedían que respetaran su privacidad. Varios pensaban que no era necesario perseguirlas para confirmar algo que solo les incumbía a ellas. Algunos más argumentaban que era imposible que ambas pudieran conseguir los mismos artículos sin tener una relación; consideraban que algo así era mucha casualidad y que las casualidades no existían. Insistían una y otra vez en un collar que apareció primero en el cuello de una y días después en el de la otra. Unos pocos pensaban que la historia de ellas se basaba en coincidencias que ingeniosamente sus fans relacionaban.

Aunque hubo un comentario que me hizo sentir incómoda. La chica que lo escribía manifestaba tener miedo por el nivel de obsesión que tenían algunas fans con el supuesto romance. Decía que tenía miedo de que entre todas esas fans hubiera una fan tóxica que no pudiera entender las decisiones de ellas dos y que, producto de su desilusión, quisiera lastimarlas. Me pareció chocante que alguien quisiera lastimar a otra persona por no cumplir sus fantasías, pero no imposible. Como respuesta a este comentario, la chica obtuvo un “si nosotras queremos seguirlas vinculando toda nuestra vida, es nuestro problema”. Ahora, cuando veo este comentario en retrospectiva, no entiendo cómo no vi que ese peligro se estaba materializando en mi propia casa.

4

Tiempo después, la idea del suicidio comenzó a danzar en mi cabeza. Había días en que el dolor era insoportable, pero dos personas detenían ese baile en mi mente: mi esposo y mi hijo. Ya era demasiado para ellos con lo que había sucedido como para que yo añadiera a su dolor mi fácil escape.

Sentí un extraño alivio en que mi madre ya no estuviera viva. No hubiera sabido cómo mirarla a la cara para contarle mi tragedia; hubiera sentido vergüenza. El día en que se lo conté a mi único hermano, mis palabras no eran claras; las lágrimas no me permitían vocalizar correctamente. Sentía una cascada de emociones y sentimientos que me desbordaban. Le pedí disculpas por traer a su vida esta tragedia, temí que la gente lo reconociera como nuestro familiar y lo convirtiera en un paria. Mi hermano es el hijo menor y sus ojos solo me miraron como mi hijo me había mirado, como a una madre, una madre viviendo el peor momento de su vida. Él solo tomó mis manos entre las suyas y me dijo que no me preocupara por nada, que atravesaríamos esto juntos.




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