Perfecta

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Cuando tuve en mis manos los tres diarios de mi hija, no pude evitar sentir una mezcla de curiosidad e incomodidad. Sabía que esos documentos encerraban pensamientos que mi hija había guardado a lo largo de los años. Eran un vistazo a su mente, a sus emociones, y en ese momento, me dieron la oportunidad de comprender mejor su mundo interior.

Al abrir el primer diario, encontré su caligrafía, la cual había olvidado. Pasé mis dedos por encima de las hojas. Esos diarios eran una de las pocas cosas que quedaban de mi hija. Al leerlos me di cuenta de que ninguno tenía fecha al inicio de cada entrada, estaban escritos de manera desordenada y debido a que Laura fue fan de Sara por varios años, tuve que adentrarme mucho en la historia para poder establecer un orden cronológico en los acontecimientos.

En estos escritos se podía ver que sus pensamientos estaban consumidos por sus creencias en la relación entre Sara y Karen. La función que tenían esos diarios era capturar la historia de Sara y de Karen desde el punto de vista de mi hija y guardar sus comentarios de admiración por Sara. Me sentí afortunada de poder compartir este pedazo de su mente, y al mismo tiempo, un poco invasiva al leer sus pensamientos más íntimos. Pero mi necesidad de entenderla y conectar con su mundo era más fuerte.

En las páginas de aquellos diarios, entendí cómo mi hija veía la relación entre Karen y Sara. Sus palabras eran una ventana a sus emociones, sus alegrías y preocupaciones. A medida que avanzaba en la lectura, pude ver cómo esa relación se había convertido en un componente vital en su vida. El dolor de leer este diario fue muy fuerte, porque leer todas esas palabras fue darme cuenta de la profundidad del daño que el fanatismo había hecho a mi hija.

Me di cuenta de que mi hija en ningún momento escribió un pensamiento de reflexión cuestionando si su comportamiento era sano para ella y para otros. Ella estaba completamente atrapada por sus creencias. La duda sobre esa relación se dio por la reconciliación entre Sara y su novio, y la rabia que produjo el compromiso de Sara desencadenó el comienzo del fin.

En ese momento, sentí que era importante compartir con otras personas la forma de pensar de mi hija. Quise que otros comprendieran la importancia que ella le dio a la relación de Karen y Sara en su vida. Sus diarios no eran solo palabras en papel; eran el testimonio de una joven que se perdió en una fantasía.

En este viaje de lectura, aprendí que, como madre, no siempre podemos estar al tanto de cada pensamiento y sentimiento de nuestros hijos. Los diarios de mi hija me mostraron que no podemos entender completamente a nuestros seres queridos, pero podemos amarlos, apoyarlos y ayudarlos en la medida que ellos lo permitan.

 

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Aunque al principio acordamos no mudarnos de la casa que compartimos con nuestra hija Laura, el tiempo y nuestro proceso de duelo nos llevaron a reconsiderar nuestra decisión. Fueron cinco meses en que los recuerdos venían a nosotros con mucha frecuencia, parecían salir como fantasmas de los rincones de nuestra casa, haciéndonos retroceder en nuestro camino a la sanación.

Un día, mientras almorzábamos, mi esposo expresó que seguir viviendo en la casa en la que compartimos con nuestra hija retrocedía su proceso de sanación. Mencionó que, a veces, cuando se movía por la casa, los recuerdos de la vida con Laura lo asaltaban. La idea no me desagradó, yo también experimentaba constantemente recuerdos de nuestra hija cuando pasaba por su antiguo cuarto. Fue entonces cuando él sugirió una solución que no habíamos pensado antes: arrendar nuestra casa y mudarnos a un nuevo lugar.

La casa en la que vivíamos era de nuestra propiedad, así que decidimos buscar la ayuda de una inmobiliaria para facilitar el proceso de alquiler. Aunque no era fácil dejar la casa que habíamos construido como familia, entendimos que era una decisión necesaria para avanzar. Mi esposo propuso mudarnos a un domicilio cercano a donde vive nuestro hijo para tener un nuevo comienzo.

Una vez que tomamos la decisión, comenzamos las diligencias necesarias para hacer realidad este cambio. El proceso de empacar nuestras pertenencias fue agridulce, con cada objeto nos llevábamos una parte de nuestra historia. Los objetos que eran propiedad de Laura como su ropa y otros fueron donados a un hogar geriátrico. Sin embargo, a medida que vaciábamos la casa, también sentíamos cómo se aligeraba el peso de nuestra tristeza y cómo construíamos caminos hacia el futuro.

Con cada caja empacada y cada contrato firmado, sentíamos que estábamos cerrando un capítulo y abriendo otro. Nuestra casa, antes llena de amor y risas, ahora esperaba a nuevos inquilinos que llenarían sus habitaciones con sus propias historias. Mientras nos dirigíamos hacia nuestro nuevo hogar, decidimos construir un futuro en el que Laura viviría en la alegría de los momentos que compartimos.

 

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Laura desde muy pequeña se convirtió en la niña consentida de papá. Mi esposo, un hombre cariñoso y atento, siempre encontró la manera de mimar y apoyar a nuestra hija. Laura solía decirle a mi esposo: “La vida me ha premiado con un gran papá”.

Desde sus primeros pasos hasta sus logros académicos, mi esposo siempre estuvo presente para celebrar cada momento en la vida de Laura. Somos una familia de clase media y si bien Laura no tuvo lujos a borbotones, nunca le faltaron los recursos necesarios para vivir y desarrollarse en los diferentes contextos en los que estuvo.

Mi esposo no solo estaba presente en los momentos felices, sino que también actuaba como un guía en los momentos difíciles. Cuando Laura enfrentaba desafíos en la escuela o en su vida personal, era a su papá a quien recurría en busca de consuelo y orientación. En un momento pensé que podría considerar buscar ayuda psicológica si su papá se lo pedía, igualmente, pensé que se abriría emocionalmente con él.




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