Perfecta

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Después del trágico suceso, la policía centró su atención en Diana, la compañera de piso de Laura. Investigaron si ella también compartía el gusto por Sara o si conocía y había participado de alguna manera en el plan. Sin embargo, Diana manifestó que, a pesar de que ella también era fan de Sara, en ningún momento estuvo al tanto ni participó en el plan del asesinato.

Diana explicó que el día del incidente, Laura no se levantó para ir al trabajo. Cuando ella la llamó pensando que se había quedado dormida, Laura se quejó de un fuerte dolor de estómago y dijo que iría de urgencias al médico en lugar de ir a trabajar. Laura le pidió el favor a Diana de hablar con su jefe y explicarle la situación, asegurándole que llevaría luego la incapacidad médica.

La falta de sospechas de Diana se basó en la confianza y la amistad que compartían. Laura nunca expresó su deseo de querer terminar con su vida. Lo único que Diana notó fue un cambio en el comportamiento de Laura en las últimas dos semanas previas al incidente: Laura se volvió más callada y un día en el trabajo, Diana la encontró observando fijamente la pantalla del computador con la mirada perdida durante unos diez minutos hasta que Diana le habló. Sin embargo, cuando Diana le preguntó qué le pasaba, Laura mencionó que extrañaba mucho a su familia y que estaba considerando la posibilidad de regresar a nuestro país.

Diana me contó que enfrentó consecuencias emocionales muy fuertes a pesar de su inocencia. Aunque se demostró que no tuvo ninguna participación en el macabro plan de Laura, la responsabilidad de llevarla a trabajar en esa empresa y de la muerte de Sara le afectó profundamente. De alguna manera, ella temía por la imagen que la empresa podría tener al haber traído al país a una persona que luego realizó una acción como la que realizó Laura. La empresa también se sometió a un proceso de investigación debido a lo sucedido.

Diana tuvo que buscar ayuda profesional para superar todo el malestar emocional que le causó la situación. Este proceso fue esencial para desentrañar los sentimientos de culpa y tristeza que la atormentaban.

 

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La tensión entre mi hija y yo persistía desde hacía meses, alimentada por su creciente obsesión por Sara y la discordia con su hermano sobre la terapia. Laura había buscado en múltiples ocasiones a su papá para convertirlo en un aliado suyo y así evitar que volviéramos a comentar sobre el tema de Sara. Sin embargo, a pesar de los intentos de Laura por tranquilizar a su padre y restar importancia a su obsesión, este se mostró firme en su opinión sobre el asunto.

Un día, Laura me sorprendió con una invitación a almorzar a un restaurante. Acepté la invitación, buscando una oportunidad para reconectar y comprender qué estaba pasando en ese momento en su vida. Nos habíamos distanciado mucho debido a la discusión con su hermano. La conversación fluía sobre trivialidades hasta que un mensaje interrumpió el momento.

Ella leyó ese mensaje y se quedó pensativa. Después de unos minutos de silencio, finalmente hablé: “¿Pasa algo?” pregunté con cautela, intentando no sonar invasiva. “Nada muy importante”, me contestó, pero una sombra de preocupación se reflejó en sus ojos; sin embargo, no dio ningún detalle. Aunque sabía que el mensaje provenía del grupo, porque le quitó el sonido al teléfono.

En ese momento decidí cambiar el rumbo de la conversación. "Háblame de tu trabajo. ¿Cómo te sientes allí?" pregunté.  En ese momento se relajó y empezó a hablar de su empleo, de sus logros y de todo lo que había aprendido durante el tiempo que llevaba trabajando ahí. "Creo que estoy lista para algo diferente", confesó. "Quiero explorar nuevas oportunidades, desafiarme a mí misma de maneras que no he hecho antes".

Su revelación me sorprendió, pero también me llenó de esperanza. Era un indicio de que, a pesar de las tensiones familiares y del gran tema que ocupaba la cabeza de Laura, ella estaba interesada en un cambio, en buscar su propio camino.

A medida que el almuerzo continuaba, nuestra conversación se volvía más abierta y honesta. Fue entonces cuando ella mencionó la posibilidad de irse a trabajar en la empresa donde trabajaba Diana. Se sentía emocionada por la posibilidad de mudarse al extranjero y compartir esta experiencia con su amiga. Aunque la idea de que se fuera al mismo país en donde Sara vivía no me entusiasmaba, opté por no expresar mi preocupación en ese momento, pensando que la situación no se prestaría para complicaciones.

El destino de Laura parecía estar tomando un nuevo rumbo, y mientras exploraba estas oportunidades, esperaba que encontrara la claridad y la independencia que tanto buscaba.

 

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La muerte de Sara dejó un vacío inexplicable en la vida de todos los que la conocieron. Con el paso de los días, las teorías sobre las circunstancias que rodearon su trágico final se multiplicaban, tomando formas cada vez más descabelladas. Entre todas las teorías que ya había tenido que escuchar, una teoría se alzó como la más absurda de todas: la idea de que su asesinato había sido un encargo, ejecutado por alguien celoso de su creciente éxito.

Muchos fans aseguraban que en la industria musical estaba plagada de envidia y rivalidades y que alguien en el medio se había sentido opacado por el éxito que Sara estaba teniendo y había decidido quitarla del camino. Algunas personas aseguraban que el medio del entretenimiento es voraz con los artistas.

 A medida que esta teoría se difundía, me sentía más sorprendida y asqueada. No era posible que las personas creyeran que mi hija había sido una persona contratada para lastimar a Sara por envidia. La vida de mi hija había llegado a su fin en ese suceso.

Los medios de comunicación se deleitaban con la especulación, alimentando las llamas de la teoría del encargo. Cada día, nuevos detalles salían a la luz, alimentando el morbo de aquellos que buscaban respuestas. Mientras tanto, yo intentaba comprender cómo mi hija había pasado de ser una fan trastornada a una asesina a sueldo.




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