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Desde que Laura se fue, cada día ha sido una batalla. Una batalla contra el dolor, contra la desesperación, contra la sensación de vacío que dejó su partida. No hay palabras suficientes para describir lo que sentí cuando recibí la noticia de su fallecimiento. Una parte de mí se rompió en ese momento, y desde entonces he estado tratando de juntar los pedazos.
La culpa ha sido una de las emociones más difíciles con las que he lidiado y colocarla en palabras me ha permitido ir expulsando esa emoción de mí. La culpa ha comenzado a perder poder en mi vida. La consciencia se ha comenzado a instalar en ese lugar, he comenzado a estar consciente de todo lo que viví. Me duele saber el daño que mi hija, Laura, causó a tantas personas. Sin embargo, también me llena de gratitud ver cómo, a pesar del sufrimiento, esas personas han extendido su compasión hacia mí.
El diario se convirtió en mi confidente, en el único lugar donde podía expresar mis pensamientos más profundos y oscuros. No había juicio ni expectativas; solo páginas en blanco esperando ser llenadas con mis palabras. Al escribir un diario, logré ver mi experiencia desde una perspectiva más amplia y fui encontrando la compasión que necesitaba para perdonarme a mí misma y a Laura. Ese perdón me ha permitido avanzar en la reconstrucción de mi salud emocional.
A medida que continúo escribiendo en mi diario, sé que el camino hacia la sanación aún es largo y no siempre fácil. Pero ahora tengo una herramienta poderosa a mi disposición, una herramienta que me ayuda a enfrentar cada día con valentía y determinación.
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Según la investigación de la policía, Laura había estado siguiendo a Sara por un tiempo antes del día del ataque. Por eso conocía un poco su rutina. Sara iba con regularidad a clases de danza y canto. Laura lo sabía y llegó esa mañana al parqueadero de la escuela de canto, portando un arma de fuego que, según la policía, debió adquirir en el mercado negro.
Todo ocurrió según los vecinos del sector muy rápido porque los disparos se escucharon uno detrás del otro. Laura le disparó a Sara y luego procedió a suicidarse. Cuando los vecinos salieron al escuchar las detonaciones para observar qué había pasado, Sara aún estaba con vida. Aunque los esfuerzos de los vecinos y la ambulancia fueron rápidos, la gravedad de las heridas resultó insuperable. Sara falleció en la ambulancia.
Los únicos testigos del incidente, una pareja que iba a recoger su automóvil en el mismo parqueadero, describieron el evento como un acto fulminante. Laura se aproximó a Sara, aparentemente sin signos de hostilidad, y repentinamente le gritó “mentirosa” antes de dispararle. La pareja afirmó que en ese momento, Laura no mostraba ninguna señal que hiciera pensar que iba a atacar a Sara.
La policía durante el reconocimiento del lugar de los hechos encontró además del arma homicida, los documentos y el teléfono de Laura. Esos objetos fueron la pista clave para que el caso se resolviera con rapidez.
La habilidad adquirida en el tiro deportivo, inicialmente inocente, se había convertido en una herramienta letal en manos equivocadas. La historia de Laura se desplegaba como un drama criminal, revelando capas de engaño y obsesión.
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Después de la pérdida de Sara, su familia creó la Fundación “Sara Cliville” en su honor, con el objetivo de brindar apoyo a quienes enfrentaban desafíos en su salud mental. La familia de Sara convirtió su dolor en una oportunidad para marcar una diferencia en la vida de otros.
El día en que su familia inauguró la fundación, la voz de su madre resonó con determinación mientras compartía la historia de Sara y cómo, a pesar de la adversidad, habían decidido convertir su dolor en un acto de amor y compasión hacia los demás. "Hoy no solo inauguramos un edificio, sino que iniciamos una misión: la misión de prevenir que otros experimenten el mismo sufrimiento que nosotros. La Fundación Sara Cliville está aquí para ofrecer apoyo a aquellos que sientan que una fuerza, ya sea una sustancia, una actividad o cualquier cosa, está tomando control de sus vidas".
La hermana de Sara, con voz temblorosa, habló sobre su decisión de estudiar una carrera que le permitiera contribuir a la fundación. "Sé que no puedo traer a Sara de vuelta, pero puedo dedicar mi vida a ayudar a otros. La educación y el apoyo son herramientas poderosas, y estoy comprometida a utilizarlas para marcar la diferencia. Deseamos que esta fundación sea el legado que mi hermana dejó, un legado de amor y compasión”.
Con el tiempo, la Fundación Sara Cliville se convirtió en un faro de esperanza para aquellos que enfrentaban desafíos en su salud mental. Ofrecían programas educativos, grupos de apoyo y recursos para ayudar a las personas a encontrar la fuerza interior necesaria para superar las adversidades. La historia de Sara se transformó en un recordatorio de que, incluso en la oscuridad, se puede encontrar luz.