Perfectamente imperfectos

Prólogo.

Grace.

Mis pies se mueven con rapidez hacia la multitud; nunca antes había visto el campus de fútbol tan repleto. La ocasión debe ser especial, pero no logro entender por qué.

De repente, logro ver la razón del alboroto y mis pies se detienen.
No puedo creer lo que mis ojos están viendo.

Alguien ha comenzado un incendio en un cesto de basura. Es solo el primer mes de clases, cielos, ¿por qué tanto caos?

Logro escabullirme entre la multitud, y mi corazón se acelera al darme cuenta de que Ian Walker es el causante del espectáculo. Está quemando una pila de libros. Mis libros.

La ira se apodera de mí, y me dirijo hacia él casi corriendo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —vocifero, mi voz suena con fuerza, haciendo que la multitud guarde silencio. Si que lo están disfrutando, al igual que él.

—Me pongo a mano contigo —dice, con una sonrisa ladeada en señal de victoria. Quiero golpearlo—. ¿Ya olvidaste lo que le hiciste a mi auto?

El recuerdo de la semana pasada invade mi mente. En mi defensa, realmente no lo había visto, y mi auto terminó más destruido que el suyo. Ahora mi hermano es mi chófer y no está muy a gusto con la idea. Mis ojos se clavan en él, la adrenalina comienza a recorrer mi pecho, y lo que él está haciendo ahora me saca de quicio. Ya no quiero golpearlo, quiero verlo muerto.

El muy idiota está quemando mis libros. Mis libros. No va a poder razonar conmigo después de esto.

—Eres un imbécil —apreto los puños con fuerza, viendo su cara de satisfacción ante mi ira. Es como si disfrutara cada momento. ¿Dónde está el director Miller cuando lo necesitas?

—¿Qué pasa, Murphy? ¿No puedes soportar una pequeña broma?

Veo a Donovan a su lado y no puedo evitar pensar que tiene algo que ver con esto. Todos ríen, y mis libros arden en llamas. Todo pasa tan rápido que apenas puedo procesarlo.

Suelto mis puños, dirijo mi mano izquierda hacia mi mano derecha, y giro el anillo que papá me regaló hace unos años en mi cumpleaños. Respiro hondo y me acerco aún más a Ian, quedando frente a él. Mi acercamiento lo toma por sorpresa, al igual que a todos los demás. No dudo ni un instante en lo que haré a continuación.

—Idiota —le digo, viendo cómo su rostro se aproxima al mío, más alto de lo que quisiera admitir. Sin embargo, eso no impide que lanze un golpe a su rostro, borrando esa sonrisa de satisfacción.

El silencio cae sobre nosotros de nuevo, y veo cómo lleva una mano a su ceja izquierda. Ha comenzado a sangrar.

—Ahora sí estamos a mano —digo, sintiendo una mezcla de adrenalina y satisfacción antes de alejarme.




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