Perfecto a tu manera

Capítulo 2

Capítulo 2| Mi asesino se ríe de mí

*LENA*

Desde que decidí dejar Brooklyn, no me había sentido tan bien como ahora. En parte, de mi padre porque lo demás, desgraciadamente, se quedó conmigo: la mala suerte y los problemas.

Me deshice de los recuerdos en cuanto pisé tierra desconocida. Me aleje de los problemas para encontrarme otras más grandes y bochornosas en mi nuevo hogar—nótese el sarcasmo—, en Manhattan: mi abuela no dejo de abrir la boca para contarle sobre mi niñez a quién sea que se sentase a su lado en el transporte público, cabe recalcar que no me refiero a la parte bonita de la historia porque ahora conocen a la chica que usó un sostén como casco militar. La señora Lobestern, mi nueva vecina de canas verdes, aborrece tanto a los felinos que aprovechó mi distracción frente al espejo y un vestido nuevo para lanzar a sus labradores contra mi gato. Tuve que correr millas con unos tacones del infierno para alcanzarla. Si ella aborrece a los felinos, entonces yo sería ella, y ella un felino. Por último, un chico me vio las bragas de ositos de goma por accidente. No soy una chica que le guste la violencia, pero esa era necesaria para apartar su mirada de mi prenda. Y cuando quise cavar un hoyo y meterme completamente por mostrar semejante ropa, resulta que el chico es mi vecino.

A ver, madre naturaleza ¿cuándo piensas partirte en dos y tragarme de una vez por todas?

El rubio de esta tarde me observa horrorizado, y por lo desorbitado que están sus ojos puedo distinguir el color de sus iris: grisáceos con una mezcla de amarillo fundido en ellos.

Ha apartado una bolsa de guisantes de su miembro. Y no puedo evitar sentirme culpable por eso. Ha de dolerle un montón porque lo golpeé con la punta del talón.

—Tú... —lo único que puede articular en estos momentos. Y mi mirada cae directamente en su pecho: un hilo de sudor recorre su camiseta, que antes estuvo blanca del todo. Su pecho se infla y desinfla con una velocidad increíble mientras su ceño se frunce con lentitud.

Cuando se levanta con dolor reprimido, mis ojos deciden escudriñar algo más arriba de su tronco: la cabeza. El contorno de su rostro es redondo y a la vez afilado, sus cejas están lo suficientemente alargadas para cubrir sus grisáceos y amarillentos ojos, mientras que su cabello rubio se alinea a un lado haciendo la forma perfecta de un mango.

—Desaparece de mi vista —ordena entre dientes—. No quiero ver a la responsable de mi desdicha.

Trago grueso en cuanto sus palabras hirientes salen sin frenos.

—Ya te dije que lo lamen-

—Eso no arregla las cosas —me interrumpe con una cólera en sus ojos. Es tan alto que me hace sentir como una hormiga frente a un sabueso que me inmoviliza el paso y me roba la seguridad.

—¿Tú fuiste la que deformó sus esferas? —pregunta una voz a sus espaldas. Inconscientemente, retrocedo unos pasos para observarla junto al marco de la cocina con los brazos cruzados.

—No lo quise hacer a propósito.

—Está bien, no te preocupes —dice la rubia—. Él se comporta de esta manera todo el tiempo. No le hagas mucho caso —Hace un ademán de irrelevancia con las manos para luego llevarse un mechón de su cabello detrás de la oreja.

—Tiene derecho a estar enojado conmigo, le arruine su cita —Miro mis pies, los causantes de este lío.

—Claro que tengo derecho —Vuelve a atraer mi atención y su aliento a menta golpea mi cara—. Sé que no quisiste hacerlo, pero ¿No pensaste en utilizar pantalones? O simplemente ser más responsable y atenta con tus mascotas —brama con un resoplido.

Aprieto mi mano y al segundo la suelto cuando recuerdo las uñas postizas que debo cuidar para esta noche. No suelo discutir con la gente, odio buscarme problemas—aunque ella siempre me encuentra a mí—, pero esta puede ser la excepción. Yo no permitiré que me llame una irresponsable con mi mascota, y menos cuando le doy más atención que a mi propia abuela (esa señora tiene su sistema inmune por los aires).

—El trabajo con mi mascota no es de tu incumbencia —sentencio con una autoridad desconocida, pero mi labio inferior me delata porque comienza a temblar con frenesí. Lo muerdo para que no lo note—. Ya me disculpé contigo, apestosa cabeza de mango —respiro despacio. No quiero que se note a simple vista lo que ha provocado decir ciertas palabras.

—¿Cómo me llamaste? —cuestiona con indignación, mientras una leve risa se oye de fondo.

—Escuchaste bien, cabeza de mango.

De acuerdo, no soy buena para los apodos ofensivos, pero se siente increíble no ser pisoteada una y otra vez sin siquiera alzar la voz.

—Si no hubieras dejado escapar a esa cosa peluda, no estaría explotando —masculla y sus ojos son como un huracán que amenaza con llevarme por los aires para no volver jamás.

Hago como si su mirada no fuera intimidante.

Ruedo los ojos.

—Se llama Candie.

—¿Candie? —se ríe un poco mientras lleva las manos a los bolsillos de sus pantalones negros y se inclina hacia adelante—. ¿No se te pudo ocurrir un nombre mejor? Como... arruina citas.

No sé en qué momento sucedió. La palma de mi mano quema y hace cosquillas. Su cabeza está ligeramente torcida a un lado mientras una expresión de sorpresa inunda sus ojos de metal.

Mi visión es borrosa y la garganta me quema. De todos los problemas en Manhattan, él es la peor parte de la historia.

—Eres horrible —Fue lo último que dije antes de partir y salir corriendo a la entrada.

Doy grandes bocanadas de aire en un intento de tragarme las lágrimas.

No pienso arruinar mi maquillaje por él.

Hoy es el cumpleaños de Isaac, mi novio. Me mude especialmente aquí por él, ahora no tendré que cruzar el puente y esperar a que los buses vengan. Solo debo dar unos pasos y ya está, pasaremos más tiempo juntos. Además de que ahora no tendré que madrugar para ir a mi nueva universidad y tampoco fingir amabilidad frente a cada chica que papá trae a casa. Ya ni siquiera se comporta como uno.




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