Capítulo 3| No es nuestra noche
*LENA*
Siento que me sumerjo en un gran océano. Tengo miedo. No escucho otra cosa más que zumbidos. No respiro. No veo nada. Muevo todas mis extremidades para alcanzar la superficie. Pero no lo logro. Y de repente, siento frío. Mucho frío.
La garganta me quema sobre manera. Y no sé en qué momento el vino se ha resbalado de mi mano para caer sobre mis pies.
Parpadeo varias veces, y trago sin éxito. ¿Desde cuándo? ¿Nunca me quiso? ¿Solo era yo? Es muy injusto que tú lo des todo, y al final solo eras un juego más.
Elevo mi barbilla y respiro hondo varias veces en un intento por desgarrar el nudo en mi garganta. No funciona. Nada me está funcionando.
Algo frío resbala de mi mejilla hasta alcanzar mi lóbulo izquierdo. Lo ignoro. Mi vista se nubla de agua, aun así, puedo ver los puntos blanquecinos en el negruzco cielo.
Ni las lágrimas pueden borrar su brillo.
—Toma —Una voz varonil hace acto de presencia. Genial, mi novio y su "amigo" se divierten con una chica mientras mi nuevo vecino me ve llorar a moco tendido en primera fila—. Quédate con el pañuelo.
Vacilo por unos instantes. Y al final, la tomo.
—Gracias —susurro para luego ocultarme detrás de la cortina de cabello improvisado. Debe estar por burlarse de mí, como todos hicieron alguna vez. Sin embargo, no llega nada parecido a una burla.
—Ya deja de llorar —me dice a lo bajo, hasta puedo jurar escuchar un poco de súplica en su tono—. Tus llantos no son agradables de escuchar.
—Un problema auditivo no estaría mal —bromeo en un intento de eliminar la tensión en mis hombros.
—Llanto con excitación no es una buena combinación —apunta mientras me termino de limpiar las lágrimas. Por lo menos, este chico sí sabe ir a favor de la corriente.
—Vayámonos de aquí —digo en un susurro, no quiero permanecer otro minuto más.
Empiezo a alejarme de la entrada, y mi acompañante camina detrás en silencio. De repente, la noche se siente más fría y desolada. Mis piernas parecen moverse poco a poco hasta el punto de no levantar ni un centímetro del suelo. Y cuando menos me lo espero, el nudo vuelve y mis piernas parecen fallar, pero logro mantenerme e ir avanzando, esta vez, más rápido.
¿Tus inesperadas visitas eran porque estabas aburrido? ¿Y qué con todo lo que me dijiste? ¿Eran mentiras? ¿Nunca me quisiste de verdad?
Me arranco una lágrima e inhalo hondo.
Fui una tonta por creerte. Todo era mentira. Tú eres un mentiroso ¿Y sabes qué? Vete a la mierda.
Doy un fuerte golpe en la mesa que las latas saltan y caen, al igual que mi acompañante. Claro, él no se cae.
—¿Por qué... me seguiste? —articulo con dificultad, mientras me llevo otra lata de cerveza a los labios. De repente, de solo mirar el vestido me causa cierta repulsión.
—La probabilidad de que llegues a salvo a casa está por debajo de cinco —argumenta y suelto un resoplido.
—¿Bromeas? —Mis comisuras se elevan al cielo—. Estoy perfectamente bien —apunto, sin dejar de sonreír.
—Ese adjetivo no te define ahora mismo —añade, y de repente, me levanto de un salto que la silla se cae y mango se pega más al respaldo de su asiento por mi reacción.
Mala idea. El mundo empezó a dar vueltas ¿o soy yo?
Mi cabeza me pesa y el helado asfalto bajo mis pies se dejó de sentir. Y al instante, el color caoba de la mesa empezó a apoderarse de mi visión.
*DREW*
Está claro que ascender sobre una loma con una ebria en la espalda no era uno de mis planes en la vida. Debí irme en cuanto pude, pero no lo hice, y ahora estoy pagando las consecuencias.
Lena ha parado de tirar su vómito en cada arbusto que viera y eso es un avance. No puedo creer que haya soportado tanto alcohol en ese cuerpo tan pequeño.
—Mango... —dice cerca de mi oído, haciéndome cosquillas—. Hueles bien.
—Tú apestas.
Está tan fuera de sí que mi ofensa no le afecta, en cambio, se ríe.
—¿Cómo pude ser tan tonta? —comienza a hablar de nuevo, y me gusta más cuando no lo hace—. Este vestido me está dando asco, ¿puedes quitármelo?
—No —respondo sin rodeos—. Te deshaces de ella en tu casa.
—¡Quítame la ropa, mango! —insiste e inconscientemente miro alrededor. No hay nadie cerca, pero eso no quita el hecho de que los vecinos no la hayan escuchado y que ahora asoman un ojo por la ventana.
—¿Puedes hacer silencio? Y no te quitaré la ropa, hazlo tu sola.
—¿Eres así de gruñón? —Sin previo aviso, toca mi mejilla varias veces con su dedo haciendo que su uña me lastime.
Estiro mi cuello a un lado. Lejos de esos inquietos falanges.
—Tú eres insoportable.
En el momento que decidí seguirla, sabía que no terminaría muy bien. Pero jamás me vi en esta situación. Eva va a tener que pagarme el doble por esto.
Su respiración se siente más pesada en mi espalda que estoy a media palabra de agradecerle a los dioses por callarla, hasta que comienza a sollozar.
Dejo escapar un suspiro. No quiero más llantos.
—Si sigues llorando, te vas a deshidratar y tu cuerpo no te lo va a agradecer —aconsejo con severidad—. Además, existen muchas otras formas de sobrellevar un dolor emocional.
Se sorbe el moco con, lo que sé, es mi camiseta. Arrugo la nariz al instante.
—¿Cómo le haces tú? —cuestiona con una voz ronca mezclada uniformemente con una pizca de curiosidad.
La primera vez que sufrí un dolor emocional fue con mi padre, cuando llegó a casa e ignoró las calificaciones y el diploma de secundaria que dejé en su oficina. Simplemente lo apartó. No le importó mis esfuerzos.
Lo único que hice fue correr millas sin importarme la velocidad y los gritos que soltaba contra el aire. Y a veces pienso que es mejor librarse de una roca, que coleccionarlas cada vez que tropiezas o te lancen una.