Capítulo 05| Encerrado con una payasa
*DREW*
Llevo automáticamente los dedos a los orificios de mi nariz y trato de adaptarme a la poca iluminación que presenta el cuarto. ¿Por qué nadie me advirtió de esto? Es como meterse dentro de una basura.
Termino utilizando el borde superior de mi camiseta como mascarilla y avanzo con cuidado entre los vestuarios viejos. En cuanto acabe la presentación, el director tendrá que escuchar mis sugerencias de higiene y aseo, lugares como estos pueden traer enfermedades víricas de ratas.
Esquivo los disfraces extravagantes y con cada paso que doy, es polvo ocupando las masas de aire. Creo que saldré enfermo de aquí. Busco rápidamente con la mirada el número que me indicó Kelly, pero en este lugar no hay ni siquiera una criatura con vida. Y espero que no lo haya.
Deslizo prenda por prenda, y más polvo danza en el aire. Joder, ¿dónde demonios está ese disfraz de bestia? Comienzo a toser hasta que algo golpea mi espalda y caigo de bruces en el cochino suelo. Conmocionado por el repentino golpe en un lugar que debería estar solo yo, volteo hacia mi agresor de una manera vacilante, y un grito trepa por las paredes de mi garganta.
—¡Joder! ¡¿Pero qué eres?! —Me arrastro sobre el suelo con los huevos en la garganta—. ¡Aléjate! —Repito con frenesí hasta chocar con más ropa polvorienta que termina cayéndome encima, y una carcajada traspasa mi momento de pavor.
—El que debería estar asustada soy yo, mango.
¿Mango?
El payaso poseído se quita la peluca y una cabellera chocolatosa sale sin problemas. Trago con fuerza y maldigo entre dientes. Puedo sentir mis mejillas calientes, y no dudo que mis orejas también. Me levanto con rapidez e inmediatamente reemplazo mi vergüenza con enojo.
—¡¿Por qué estás aquí?! ¿Qué haces vestida de payasa endemoniada? —farfullo con la cien latiéndome con fuerza.
—Cálmate, ¿quieres? —Se burla, y yo aprieto los dientes.
—¿Te gratifica burlarte de las personas? —pregunto con brusquedad, y su sonrisa desaparece.
—No me burlo de las personas —reitera con despacio mientras adopta una postura de defensa.
—¿No es lo que estás haciendo ahora?
—Hay excepciones.
Debí dejarla tirada en esa mesa, pero ya es demasiado tarde para arrepentirse. Y como no tengo otra opción, decido buscar ese vestuario lo antes posible. Su presencia es peor que el olor a rata muerta.
—Pensé que eras algún espíritu que busca espantar a las personas —parlotea a mi lado, y pongo los ojos en blanco.
—¿Y cómo pretendías matar a un fantasma? —Repaso su atuendo, y alzo una ceja—. ¿De risa?
—No... yo solo pretendía... —Su excusa se desvanece a medida que el miedo nos invade a ambos—. ¿Qué fue ese sonido?
No le presto atención y voy directo hacia la puerta. Hago todo lo que se debe hacer con ella hasta que el pánico me invade. No cede. Y me niego a creer que estamos encerados.
—No puede estar pasando —musito, y la payasa me quita el lugar para hacer todo lo que yo hice con la puerta.
—¡¿Hay alguien ahí?! ¡Estamos encerrados! —exclama mientras golpea del metal—. ¿¡Hola?! ¡Sáquenos!
—Es inútil —susurro rendido. Ya cuando me quiero dar cuenta, mi cabeza ha creado un sin fin de situaciones perjudiciales que incluyen enfermedades víricas. Y todo por buscar un vestuario de hace siglos. Demonios, Kelly debe estar esperándome. Saco mi celular y empiezo a marcarle, pero me manda al buzón de voz. Vuelvo a intentar. Me vuelve a mandar al buzón—. ¡Joder, alguien que nos saque! —Golpeo del frío metal, pero no hay señales de alguien afuera. Repaso el lugar con detenimiento y no encuentro ninguna otra salida. Estoy jodidamente encerrado con una payasa.
—¡¿Por qué me persigue la desgracia?! —exclama con furor, y poso mi mirada en ella para verla reclamar al techo—. ¿No te basta perseguirme toda tu vida? He sido buena, y tu solo me tiras más sal.
Resoplo con fuerza mientras me paso varias veces las manos por la cabeza. Acabo de dejar plantada a mi novia, ¡maldición! Pateo una de las cajetas vacías sin control como si mi enojo fuese transferido a ese inservible material.
—La cajeta no tiene la culpa —defiende ella, recién salida de su conversación con el techo.
—¿No puedes llamar a alguien para que nos saque? ¡Tengo una audición que salvar!
—Espera —Hace una mueca de estar pensando y luego posa sus ojos sobre los míos—. Creo que tengo el número de soy nueva aquí, zoquete.
Resoplo de una manera que no le termina de agradar en ningún sentido.
—Esto es tu culpa —aclaro casi de manera automática con la cólera adornando mi rostro—. Si no estuvieses aquí, ya tendría el disfraz y hasta estaría bailando.
—¿Perdón? No es mi culpa que un don no le fascine una simple mancha en un cuadro ¡Una mancha no se compara con todo esto! —espeta con la misma intensidad de enojo que la mía e inmediatamente me arrepiento por haberle gritado. Lena da un fuerte golpe con su pie para posteriormente levantar con furia una escobilla que yace en el suelo.
—¿Qué harás? —pregunto sin pensar, y eso es algo que no debería hacer.
—Volaré en círculos mientras limpio esto con un movimiento de varitas, ¿qué te parece? —añade con sarcasmo, y solo puedo rodar los ojos.
—Espeluznante viniendo de un payaso.
Resopla como un caballo.
—Debo limpiar esto —comenta con un tono lleno de frustración mientras hace un mohín—. Y no dispondré de un receso de comida. ¿Y sabes que significa? Que si no hay comida no hay fuerzas, y si no hay fuerzas no hay trabajo, y si no hay trabajo dormiré aquí, mango —farfulla sin pararse a pensar en que yo también dormiré aquí.
—No seas exagerada —corrijo mientras le quito la escobilla y ella intenta arrebatármelo, pero yo se lo impido—. Hay que remover por lo menos el setenta por ciento de suciedad, así se ahorra la ida al hospital.