Capítulo 07| Falta de emociones
*LENA*
He pasado de tirar sodas voladoras a contar carrizos porque mi jefe detesta que los clientes, más los niños, las utilicen para algo más que su propio propósito de ser creadas. Eso implica más gastos, y que según él contarlas lo ayudará a hacer cuentas para la próxima compra que haga Arthur. No detesto mi trabajo, contar pajillas es mi especialidad.
—¿Ya se fue Cassie? —Me interrumpe, y alzo la cabeza para ver como Arthur se coloca frente a mí, desviando el aire artificial de mi rostro.
—Hace una hora que se fue.
—Demonios —Da un golpe sobre el mostrador mientras muerde su labio inferior por milisegundos—. ¿Y sabes dónde queda su universidad?
Alzo una ceja por su impaciencia, y miro más abajo de su hombro.
—¿Estás alterado porque se le quedó el almuerzo que tú le hiciste? —Hago referencia a la bolsa que trae en su mano, y que trata de ocultar sin éxito.
Ensancha sus ojos y niega rotundamente mi pregunta.
—Yo no lo hice. ¿Dónde está su universidad? —insiste de nuevo, ya con las llaves de seguridad de su bicicleta.
—No he ido, así que no sé.
Suspira con frustración, y se va a sentar en una de las mesas con las piernas desparramadas.
—Hice esto por nada —Se queja con un resoplido mientras deja caer la bolsa chocolatosa en la tabla.
¿Ahora quién dice que no lo hizo?
—Ella se fue antes porque tenía práctica de banda —agrego, mirando las pajillas sobre toda la mesa, y en segundos se me sube la sangre a la cabeza. Frutas, ¿en qué número quedé?
—¿Te la quieres llevar tú? —Me saca de mi trance y hace que parpadee varias veces.
—No rechazo la comida, pero ¿me ayudas a contar los carrizos?
Les da una ojeada a los plásticos e inmediatamente aplana sus labios.
—Ese es tu especialidad, compañera.
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—¡Quiero ver arte! —grita nuestro profesor de pintura—. Debe transmitir sentimientos, conmover mi pesado corazón. ¡Vamos! Dejen de mirarme y comiencen con la magia —Como era de esperarse, pone música de los setenta a todo volumen como método de relajación y concentración. Sin comprender que nadie puede concentrarse mientras él baila por todo el salón.
Alcanzo el lienzo que descansa sobre la mesilla y la llevo a un colorido azul.
¿Qué debería dibujar? No tengo una idea y tampoco inspiración. Miro de reojo a mis compañeros y más de la mitad se están quejando de la música. Pero desde mi perspectiva, el profesor Dallas quiere que dibujemos según lo que las melodías fuertes nos transmiten, pero ¿qué?
—No le temas al blanco —comenta el profesor junto a mí, provocando que dé un brinco en mi sitio—. Ya has bañado el lienzo de azul, solo te queda hacerlo con el cuadro.
—Pero no tengo una idea en concreta, profesor —le justifico.
—¿Crees que debas tener una? —cuestiona, mirándome como si le hubiese dicho que la tierra es plana.
—¿No es así como se empieza? —inquiero con cierta extrañeza.
—Uno dibuja lo que ve, lo que le gusta y lo que le piden que haga, pero ¿por qué no transmitir nuestros sentimientos a través de una pintura? —vuelvo la vista al cuadro blanco y al lienzo con pintura azul—. Dibuja lo que sientas en estos momentos, en lo que quieres mostrar a los demás. Exprésate con ese lienzo, niña.
Doy un suspiro largo y cierro los ojos. Me dejo llevar por la música que sale de su teléfono, pero por más que la escuche no me transmite nada. Absolutamente nada.
Solo puedo dibujar cielos estrellados y... a mamá. ¿Esos dibujos transmitirán algo? ¿Qué sentimientos evocaré si alguien los ve a parte de mi abuela?
Mi vista se posa en la paleta de colores y en la pintura fría que ha caído en mi muslo.
No soy como mamá. No puedo hacerlo igual que ella.
—¿Estás...bien? —Una delicada voz traspasa mi burbuja de presión y me encuentro con unos ojos aguamarina llenos de preocupación—. Estás temblando —asegura con una voz de queda.
Aprieto mis manos para estabilizarme, ¿qué me pasa? No vine aquí para que una simple música me intimide. Haré lo que mejor sé hacer.
—Sí, estoy bien, gracias.
Relajo los hombros y me sacudo un poco. En un movimiento involuntario, mi brazo se alza y recorre todo ese papel blanco hasta darle forma al cielo estrellado que miro todas las noches por mi ventana. Mis manos parecían trabajar por sí solas y es una sensación que me encanta.
—¡Bravísimo! Todas fueron... —el profesor se lleva la mano al rostro e insinúa limpiarse una lágrima—. Fueron conmovedores, nos vemos la próxima semana con nueva música desbloqueada —chilla de una manera que no creí que haría y luego da aplausos a lo alto de su cabeza.
Creo que estamos avanzando porque la semana anterior no aplaudía con ese entusiasmo. Recojo mis cosas y me hecho la correa de mi bolso al hombro. Creo que Ramón, el conserje, está afuera esperando que se desaloje el lugar para limpiar la última clase del día, y es mejor salir antes de que me encierre de nuevo.
—¿Kross? –interroga mi profesor, mientras hace un movimiento de dedo para indicarme que me acerque. Trago con fuerza. Ha evocado la misma mirada que nos dio hace una semana atrás, ¿hice algo mal? —. ¿Podrías acercarte más rápido, Kross?
—Le juro que di lo mejor, pero solo pude dibujar estrellas —digo, con firmeza. Estaba segura de que lo hice bien, ¿qué salió mal?
Mi profesor suspira con pesadez por mi excusa o quizás porque no hago lo que me pide.
—No me molesta que dibujes estrellas, pero me preocupa que no... que no plasmes ningún sentimiento en un cuadro.
Sus palabras fueron como un golpe en el estómago.
—No sé cómo hacerlo...
Ya cuando me doy cuenta, las palabras han salido sin más.
—No tienes por qué. Mira Lena, te aconsejo que te relajes un poco, y vive más del momento. La mejor manera de crear algo sensacional es viajando al mismo recuerdo. Al mismo sentimiento. Veremos tu progreso la próxima clase.