Capítulo 17| Una lección de por vida
*DREW*
Si hay algo que conozco a la perfección, es mi lista.
Y el hecho de que Lena no está bien.
Los monosílabos, su manera cortante de contestar y el silencio son prueba de que algo anda mal. Esa mezcla de marrón con verde menta ha perdido su autenticidad. Están apagados.
Y para empeorar la situación: no come de su helado de chocolate.
—Extraño a mi madre —confiesa de repente, haciendo que una lágrima se deslice por su pálida mejilla—. La extraño tanto —masculla para posteriormente ahogarse los jadeos y limpiar los restos de lágrimas que amenazan en deslizarse hasta su mentón.
La primera vez que la vi llorar fue frente a la casa de su ex novio. Y el sentimiento comparado con aquella vez es diferente. Algo me oprime el pecho cuando la veo así.
—Llora, la única persona que nos mirará será el señor de los helados —Ella niega rotundamente con la cabeza y cuando recupera la compostura procede a comerse el helado que le compré.
No debería reservarse todo. A veces es bueno apoyarse en alguien más.
Le doy el suficiente tiempo para que se tranquilice, así que el único sonido que nos rodea es el agua.
—Hoy no es nuestro día, mango —Deja a un lado el vaso y alza la vista al cielo—. Ni siquiera hay estrellas. Todas son nubes grises.
—¿Por qué supones que la mía no lo es?
—Es obvio, te vuelves un ogro bastante gruñón que le gusta correr y gritarle al aire que no tiene la más mínima culpa —Posa sus pupilas en mí y hace una mueca de burla—. ¿Por qué crees que te arrastré hasta aquí? Los dos necesitamos distraernos un poco y todavía es temprano.
—¿Y qué sugieres hacer? Porque no tengo un plan.
—Sabes que conmigo no necesitas malgastar papeles, para eso existe la espontaneidad —Se sorbe la nariz y me obliga a levantarme de la escultura—. La diversión es lo importante.
Es increíble la rapidez con que se ha recuperado, es como si hubiese tocado un botón y ya está. Pero sé que lo oculta, y bastante mal.
De camino, paramos en varios puestos de comida hasta que llegamos al centro comercial más cercano. Lena es insoportable, eso ya se sabe, pero también insistente porque hemos parado en el área de los videojuegos, algo que le gusta hacer.
—¡Esta es la fruta divina! —grita con euforia sin dejar de repasar el lugar con la boca abierta—. Cassie estaría fascinada.
De repente, me sostiene de la muñeca y me lleva a mirar los juegos con ella.
Es la primera vez que vengo, ya que tanto Hank como yo nunca nos interesamos por estas cosas.
El olor de este lugar es algo desagradable, es como polvo en mi nariz y apuesto que es el enorme tapiz que nadie se molesta en limpiar. Debe tener más ácaros que todos los sillones de Manhattan juntos.
A lo ancho del lugar se despliegan máquinas, y luego de eso siguen los juegos más evolutivos del siglo. En el centro están los que son más complicados y que incluye más complexiones de tu cuerpo que los dedos.
—¿Probamos esta? —Toca todos los aparatos habidos y por haber para luego mirarme con una chispa en sus ojos.
No me resisto, ella lo necesita y quizás yo también. Después de todo es solo un juego.
Un juego que perdí cinco veces consecutivas.
—Te dejé que me golpearas primero y, aun así, perdiste —Se burla, y algo inexplicable surge desde mis adentros: demostrarle que también puedo jugar bien.
Y claramente, perdí en todas.
—No te sientas mal, Drew. Todavía queda la máquina de baile y puede que ganes. Mis pies son tontos —Ignoro el hecho de que me llamó por mi nombre y no a una fruta.
—No jugaré a eso —Niego sin vacilar y Lena sonríe como respuesta.
—Lo sospeché.
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El silencio es reconfortante.
—¿No te pican las pantorrillas?
El silencio era reconfortante.
—Si te sigues rascando te vas a dañar la dermis —advierto sin dejar de ver el movimiento de las nubes en el negruzco cielo. Acabamos viniendo al parque infantil más cercano. Y recostarse en el césped no es lo más higiénico y saludable, pero dado el hecho de que hemos caminado un buen rato sin rumbo y que hemos quebrado económicamente para comprar una botella de agua, no me importó tirarme mientras recuperaba las energías necesarias.
—Cuando me mude aquí, no creí que me acostaría en el césped con la persona más gruñona que he conocido en todo Manhattan —declara con cierta melancolía sin dejar de jugar con sus dedos que descansan sobre su panza—. ¿Qué te gusta hacer? —La miro hasta que sus ojos conectan con los míos y enarco las cejas.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque los amigos se conocen y yo quiero saber más de ti.
—No vamos a ser amigos.
—A este paso, vas a tener que aceptarlo —Sonrío en la penumbra mientras los grillos no paran de frotarse las alas y no, los grillos no cantan porque no tienen voz propia. Solo emiten un sonido estridente que me causa cierta tranquilidad.
Extraños, vecinos, compañeros de viaje o amigos. Esas cosas solo son etiquetas, lo que se toma en cuenta son las acciones, las actitudes y lo que realmente se va desarrollando a lo largo de tu vida porque un extraño se puede volver tu vecino y luego en tu compañero de viaje. Todo es posible y nada queda para siempre.
No sé de la amistad; no sé si lo que comparten juntos se queda dentro de las cuatro paredes o si dura muy poco. No tengo idea si mi relación con Hank sea amistosa, pero estoy seguro que hemos compartido historias y que lo seguimos haciendo. Eva me dijo que para llegar a la cima se debe escalar cada peldaño. En este caso, la cima sería mi confianza y Lena solo ha subido nueve de doce escalones. Y estoy seguro que logrará llegar.
—Me gusta hacer planes —Se queda callada y espera a que diga más—. Tener tu vida organizada es algo necesario.