Capítulo 18| Los Ling
*LENA*
—Son doce con cuarenta y cinco —comunico con una voz monótona, mientras miro de reojo al castaño que bebe de su té frío en una mesa apartada. Lleva rato sentado sin despegar su mirada de mí. Me está haciendo sentir incómoda y nerviosa. A este paso tiraré más sodas, y eso que ya estoy acostumbrada a no hacerlo.
¡No quiero más reproches, por favor!
—Señorita, mi cambio —Una voz estruendosa hace que pegue un respingo en mi sitio y que me espabile lo más rápido posible. Me disculpo con el señor y mi vista va directo a la puerta de la cocina. Nadie se asoma, y suelto un aire de alivio. Mi jefe no escuchó eso, pero que escuchará pronto si no dejo de equivocarme con los cambios. Clavo mi vista en él, que sigue bebiendo de ese té como si fuera el último de la tierra y temiese que se agotase. Con todo el valor que reúno, me acerco a pasos firmes y hago una sonrisa forzada.
—¿Qué es lo que buscas de mí? —indago con total calma sin dejar de sonreír. Ahora que lo veo con más detenimiento, tiene una cantidad considerable de lunares esparcidos por su rostro y esa mirada serena la he visto en alguna parte, pero no logro recordar...
—¿Eres su novia? —pregunta de repente, a lo que yo frunzo el ceño y él termina por aclarar la pregunta—. ¿Eres la novia de Drew?
—No, ¿algo más? —Me quedo admirando sus ojos cafés negros hasta que empieza a hablar de nuevo:
—Quiero que convenzas a Drew. Quiero que juegue en el partido.
—¿Y cómo estás seguro de que yo lo podré hacer?
—Porque yo lo conozco desde hace años.
Suspiro ante eso. Este chico Hank, está por jugar uno de los grandes partidos para su universidad, y si recuerdo bien, Drew rechazó reemplazar a otro jugador y ahora cree que su compañera de viaje puede convencerlo.
Menudo chiste.
—La cantidad de años no me dice nada —replico, ya dispuesta a irme—. Lo siento, pero no puedo hacerlo —Doy media vuelta hasta que vuelve a separar sus labios para hablar con una desesperación perceptible.
—Drew solía jugar —declara y, al ver que no me voy, prosigue—. Fue el mejor bateador de nuestro equipo, pero luego de nuestro primer partido, renunció —Volteo despacio hacia su dirección y descubro que su mirada se ha perdido en algún punto de la mesa mientras que sus dedos no paran de moverse sobre su regazo.
El gruñón jugando al béisbol. Y yo creí que solo estudiaba y bebía batidos de guineo.
—¿Tratas de decirme que tienes otro propósito aparte de completar equipos? —El castaño me dirige una mirada despectiva, lo cual provoca que aparte mis ojos de los suyos, ¿dije algo malo?
—Solo dime si lo vas a ayudar o no.
¿Ayudar? ¿Por qué lo dice como si mango estuviese en problemas? ¿De verdad lo está? Abro la boca para emitir mi próxima respuesta cuando alguien entra con una furia sorprendente. Al instante, mis sentidos se activan y mis manos empiezan a sudar.
—¿Dónde está el dueño de este lugar? —espeta con ímpetu, mientras cierra sus puños a cada lado de su cadera—. Quiero ver al jefe.
Cuando nuestras miradas se encuentran, sé que esto es el fin para mi experiencia laboral. Ya estoy visualizándome en un puesto de palomitas con uno de perritos calientes como competencia, y hasta Bob me ganaría con los batidos.
El azabache se acerca con rapidez, y se resiste las ganas de gritarme todo en la cara.
Acabé por enseñarle la foto a Cass, y ella aprovechó que una de sus "novias" fuese su vecina. Vaya a saber qué cosas le dijo para ponerlo como un toro.
—Haré que te despidan... —asegura entre dientes, y luego baja la mirada hasta la placa que cuelga de mi suéter—. Lena Kross.
Trago con fuerza y me resisto las ganas de decirle la clase de persona que es porque quiero conservar mi trabajo.
—¿Qué está pasando aquí? —gruñe mi jefe, y eso bastó para ponerme los pelos de punta. Trevor es exigente en lo que hace y todo lo que sale de su boca son gritos que me hacen sentir diminuta. Y a pesar de eso, me ha perdonado muchas veces y no puedo asegurar que este también.
En este lugar, gano lo suficiente. Sin este trabajo no podré cubrir los gastos de la universidad y las necesidades de la casa. Y sin casa en Manhattan, tendré que regresar a Brooklyn con ese hombre.
Necesitare otro trabajo que me pague igual.
Un puesto de palomitas no servirá.
—Tengo una queja con una de sus empleadas, señor —arrastra la última palabra como una serpiente y veo como se le escapa una sonrisa de lo más espeluznante. De repente, vemos a Cass entrar y dejar los ingredientes sobre la mesa.
—¿Por qué esas caras? —pregunta, y al azabache parece importarle poco su presencia porque dirige su atención a Trevor.
—Lena Kross invadió mi privacidad, nos tomó una fotografía a mi novia y a mí sin autorización.
—¿Se puede explicar mejor? —agrega mi jefe, fastidiado de que lo hayan interrumpido en su hora del almuerzo—. ¿Dónde le tomó una fotografía? ¿En un baño? ¿En un hotel? ¿Y acaso tiene alguna relación con su despido? —El chico parece tan desconcertado como yo que Trevor le roba las palabras de la boca—. Ella puede hacer lo que quiera cuando esté fuera de trabajo, señorito. No soy su padre, y mucho menos la policía. Y espero que lo que esté a punto de salir de su boca tenga lógica.
El azabache se infla y se desinfla como un globo hasta que una de sus comisuras se eleva al cielo dispuesto a utilizar su última carta para tirarme a la calle:
—Sabía que venir a comer pizzas era buena idea, pero no a este lugar. Prefiero los tacos de Roger —alardea, con el fin de que mi jefe se arrepienta de lo que dijo hace un momento, y no tiene idea de la bomba que es Roger para él.
—Chico... No vuelvas a mencionar ese nombre —advierta con una voz siniestra que me hace tragar con fuerza—. Si quieres tacos... ¡Ve y comete unos, pero no te metas con mis empleados! —El azabache se cae de la sorpresa. Se queda ahí y hasta puedo jurar que sus ojos empiezan a cristalizarse.