Capítulo 20| Seré como un octopus
*LENA*
—Estírala más, así —Mi abuela extiende sus piernas a lo largo de la esterilla sintética y ambas quedan rectas, inmóviles y poderosas—. ¿Ves? No es difícil, Tink.
—Eso es porque tienes pierna de espagueti —respondo jocosa mientras mi mirada viaja desde la instructora de la televisión a ella. Y en cada momento sus piernas parecen doblarse sobremanera. He aquí donde me arrepiento por no haber huido cuando pude porque mi abuela hace esta rutina todas las mañanas y me incita a hacerlo con ella.
—Cruza las piernas y estira tu espalda hacia atrás. Tienes que seguir la secuencia —indica con un movimiento de cabeza a mis robustas piernas que se encuentran desparramadas sobre el suelo. Y prefiero dejarlas como están porque ni siquiera puedo tocarme la punta de mis pies sin flexionar las rodillas.
—¿Y si me dejas ir a trabajar? —Me da una mirada de desaprobación y sé que no podré salir.
—Trabajar mis codos, siéntate —exige, ya cansada de que siempre me escape—. Hacer esto te ayudará a relajarte espiritualmente.
—Pero no físicamente —objeto, ya con las piernas cruzadas. Mi vista va directo a Candie, donde prefiere acostarse y verme sufrir.
—No te estás estirando bien —espeta con los ojos entrecerrados.
—Claro que sí, abuela —Me estiro más y dejo clavada mi vista al techo.
—Quiero que dejes ir tus problemas y te tranquilices.
—Ay, abuela. Si los dejo ir, ¿quién los resuelve?
—Lena, si algo no va bien. Lo mejor que puedes hacer es ignorarlo por un tiempo —La miro y sé que no es la abuela más organizada de la barriada y tampoco la más arreglada, pero ella es la mujer que me cuidó desde que mamá murió y papá entró en un círculo vicioso. Es la mujer más atenta que conozco.
Le regalo una débil sonrisa como muestra de gratitud.
—Vamos a hacer la pose de la serpiente —incita, levantándose del colchón y asustándome en el proceso. Odio esa pose.
—Así estamos bien. Me siento más relajada —Me mira con firmeza, demostrándome que no se va a creer una mentira como esa. Entonces, aparece mi salvadora: mi celular empieza a sonar con una llamada de Cass.
—Debe ser del trabajo, mejor me apuro —Salgo a trompicones de la casa y mi abuela me regala una mirada cargada de burla—. ¿Qué pasa Cass?
—Hank te está buscando.
Lo que me faltaba.
—Dile que no iré a trabajar —comunico. Mi abuela y Cass saben lo que intento hacer con mi vecino. Pero lo malo, es que no tengo un plan para que juegue con los WildWarriors. ¡Idear un plan es difícil!
—Me está mandando a decir que tres de sus jugadores están en el hospital por comer camarones gigantes —La voz de Cass suena irritada y puedo escuchar en el fondo como mi jefe ha perdido a Jessica de nuevo—. ¿De verdad no vienes a trabajar?
—Hoy no trabajo, Cass —Le recuerdo, mientras volteo a ver hacia la casa. Sé que mentir está mal, pero tenía que salvar mi trasero de esa pose de serpiente.
—Está bien —Enarco las cejas al escuchar su tono de decepción, ¿y eso por qué? Me hago una nota mental sobre esta pregunta que le haré más tarde porque mi vista viaja directo a una específica cabeza de mango. Va con pantalones holgados, una sudadera, sus zapatillas deportivas ¿A correr tan temprano?
Me escondo detrás del carro de la señora Lobestern y veo cómo va andando hacia la parada.
No lo pienso dos veces. Decido seguirlo y fastidiarlo hasta que acepte. Seré como un octopus pegado a su cabeza.
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Lo he visto trotar a lo largo de la cancha. Una y otra vez sin parar a hidratarse.
Tres veces.
Ocho veces.
Quince veces.
¡Veinte veces! ¿Tiene un tanque de oxígeno o qué pedo?
Como sea, ya me aburrí de contar. Ahora solo lo veo. Para ser un chico tan joven corre sin problemas, hasta podría llegar a Centroamérica en dos días.
Me levanto y voy por una lata de soda en una de esas máquinas que vi cuando lo seguía. Si supiese que iba a correr toda la mañana, mejor me hubiera quedado a hacer yoga.
Introduzco una moneda y presiono el botón, pero no sale. Lo intento otra vez. Nada.
—Oh, no te vas a llevar mis monedas —advierto y empiezo a darles golpes con la mano. Nada.
¿Cuál es esa patada que realizaba Cass cuando sucedía cosas como éstas?
Pienso duro mientras realizo algunos movimientos realmente extraños. Luego de pasada los segundos decido golpearla de nuevo con la palma de mi mano. Nada.
—¡Por las papayas de Neptuno, yo solo quiero algo de beber!
—Tienes que golpearla del otro lado —Doy un brinco en mi sitio y automáticamente llevo mi mano al pecho, mientras mango se acerca y me ayuda a recuperar mi soda.
Trago grueso en cuanto mi vista cae en la translucida prenda. Virgen purísima de las verduras, gracias por la vista.
—¿Te gusta lo que ves? —Se explota la burbuja y alzo la vista adoptando una expresión monótona.
—Te mentiría si te dijera que no —¡Frutas, verduras y legumbres! ¿Por qué dije eso? Aprieto mis labios mientras maldigo y al no escuchar una respuesta de su parte, decido mirarlo. Drew tiene el dorso de la mano junto a su boca, como si intentara ocultar algo...
—¿Por qué me seguiste? —pregunta de repente, sin ser capaz de mirarme, ¿dije algo mal?
Como sea, voy directo al grano.
—Quieres ayudarlo —comento—. Y correr no te hará sentirte mejor. Si quieres algo no puedes solo reprimirlo, mango.
—Si estoy corriendo es por otros problemas de la casa —argumenta y no puedo afirmarlo—. ¿Ya me dirás por qué me seguiste?
—¿Ya me dirás por qué odias el béisbol?
—No odio el béisbol.
—¿Le tienes miedo? —Su mirada se suaviza de repente, y luego la aparta—. Dijiste que quieres ayudarlo. No pongas lo que quieres debajo de lo que debes, tu vida no tendrá ni la mitad de la felicidad.