Perfecto a tu manera

Capítulo 24

Capítulo 24| Nuevos sentimientos
 


*LENA*

 

Tenía pensado tomar el viaje sola.

Drew no dijo nada durante todo el camino, y pocas veces le dirigía la mirada. Lo preferí así. Estaré de regreso con mi padre, y quién sabe qué mujer estará ocupando las mismas sábanas que mi madre solía acurrucarse. Desde que ella se fue, todo ha sido difícil. Intente ser fuerte por él. De verdad lo intente, pero siempre parecía faltar un poco más de esfuerzo para lograrlo.

—¿Estás bien? —Abro los ojos de golpe y las luces de los autos me recuerdan que estoy justo en el puente que separa a la vieja Lena que soportaba y fingía que todo estaba bien mientras que del otro lado está la nueva Lena, la que quiere seguir adelante y construir una nueva vida que la separe de su pasado, pero a veces olvido que ambas están conectadas. Conectadas por un puente—. ¿Lena?

No lo soporto.

Odio que todavía tenga empatía por él. Odio que no pueda cuidarse solo y no pueda ni siquiera afeitarse la barba. Odio que salga con tantas mujeres para olvidarse de ella y no pueda soportar ni una semana sin beber.

Me odio por seguir adelante sin él.

—Lena...

Encuentro sus característicos y hermosos iris hasta que de repente todo se vuelve nublado. Lágrimas caen y no soy capaz de detenerlas todas, ¿por qué él siempre tiene que verme llorar? Esto es vergonzoso. Bloqueo mi rostro de su mirada mientras hago un intento por tranquilizarme. Sin embargo, su mano se enrosca alrededor de mi brazo y la aparta de mi rostro con suavidad.

—No tienes que retenerlas, estaré aquí hasta que caiga la última lágrima.

El picor en mi nariz crece y mi boca se seca. No digo nada cuando mango se acerca despacio hasta acortar nuestra distancia. No se mueve, solo está ahí, en espera de que llore así que termino por reducir cualquier espacio entre los dos.

—La extraño mucho... —Logro decir entre sollozos mientras estrujo su camisa entre mis manos.

Mamá, ¿qué debería hacer? Por favor, ayúdame. Quiero que mi padre siga adelante, que se consiga una nueva y mejor vida sin ti. Quiero que sea feliz.

Papá nunca estuvo de acuerdo con mis sugerencias de ir al psicólogo. Estuvo días encerrado en su habitación, y cada vez que entraba para llevarle algo de comer siempre se encontraba en el suelo mirando el cuadro de recién casados. Ese era la quinta semana desde que mamá se fue. Y aunque ya nada sería igual sin ella, logre salir de la burbuja con ayuda de mi abuela. Siempre estuvo animándome a salir más y a ver películas los viernes por la noche. Le cuesta expresarse conmigo, pero sus intenciones y consejos son suficientes para mí. Con ella sabía que no estaba sola.

Y aunque su presencia podía llenar el silencio que reinaba la casa, nunca pudo llenar de nuevo el vacío que carga su hijo en el pecho.

Mañana se cumplirá cinco meses desde su partida y papá está en su peor estado. Mucho peor que los demás días, según lo que me ha contado la señora Dalia, una de las vecinas del barrio que pasa de vez en cuando a dejar pan a casa.

Pero ese no es el problema, llevo semanas que no soporto su compartimiento cerrado. Por aferrarse a mamá por tanto tiempo y por no ser capaz de sacar un pie fuera del hoyo que no lo permite avanzar. Quiero lo mejor para él, pero se niega a cooperar. Además, me ignora. Tiene los oídos cerrados cuando le hablo, es como si yo tuviese la culpa y me está castigando con su silencio.

No pude resistir su negatividad bajo el mismo techo. Me fui de casa en busca de un nuevo ambiente, y quizás eso sea una de mis decisiones más egoístas. Sin embargo, me sentí libre una vez que crucé este mismo puente.

Ya no habría ataduras ni responsabilidades. Ya no existirían noches de angustias.

Ahora, todo eso volvió como una ráfaga de viento.

Papá me necesita. Papá está mal. Yo me siento pésima por haberlo abandonado a la suerte. Mi abuela tenía razón: me iba a arrepentir.

Despego mi frente de su pecho con despacio. No alzo la mirada porque debo de verme fatal.

—Me tengo que ir —articulo, y temo que no me haya escuchado.

—¿Estarás bien?

Asiento una vez que me recompongo.

—Adiós, mango —Busco mi maleta y voy camino al otro extremo del puente, pero él termina por detenerme.

—No me digas adiós. Eso suena permanente —articula con un hilo de voz, lo cual provoca que ladee la cabeza e intente descifrar esa mirada, ¿está triste? —. ¿Puedo pedirte un favor?

—Claro.

—Confía en mí como yo lo hago contigo. Quiero que me tomes en cuenta como a alguien a quién puedes contarle sus inquietudes —Su mirada se profundiza, y por un momento me siento hipnotizada—. No he dado consejos antes, pero intentaré dar lo mejor.

Trago saliva y desvío la mirada. Mis mejillas están calientes, frutas...

—To-Tomaré eso en cuenta.

—¿Me dirás por qué estabas llorando?

—¿Desde cuándo eres tan curioso?

—No lo soy, es solo que esta vez... supongo que porque eres tú... —Enarca las cejas, sin comprender lo que sale de su boca. Sonrío y dirijo mi mirada al cielo nocturno. Hoy también se ven las nubes.

—Mañana se cumple cinco meses desde que mamá murió —comienzo, y siento su mirada sobre mi rostro—. Iré a verla con mi padre. Él... no la ha podido superar y yo lo deje solo en Brooklyn. Soy una pésima hija, lo sé.

El silencio reina entre ambos. Solo se logra escuchar los autos y el viento que golpea contra mi oreja.

Estando justo en medio del puente a saber cuántos metros sobre el agua, admito que tengo miedo. Tengo miedo regresar e irme sin haber logrado un cambio en él. Después de todo, fuimos felices. Juntos. No tengo idea cuándo podré regresar a serlo otra vez, con papá.

—No lo creo —dice, rompiendo mi burbuja—. Si fueras pésima, no estarías aquí a punto de cruzar el puente para ir a verlo, pero...

Su mirada desciende hacia la carretera, y el tiempo que le brindo no es suficiente para que siga hablando.




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