Perfectos Mentirosos

capítulo 16

(Perspectiva de Valentine)

El silencio tras mi última frase se volvió insoportable. Mattheo no apartaba los ojos de mí, esos ojos azules que parecían desarmar cada barrera que me obligaba a mantener erguida.

De pronto, se levantó con brusquedad. La silla chirrió contra el suelo y antes de que pudiera reaccionar, rodeó la mesa y se plantó frente a mí.

—Levántate —ordenó con voz grave.

—¿Perdón? —quise sonar altiva, pero mi corazón palpitaba tan fuerte que temí que pudiera escucharlo.

—Levántate, Valentine —repitió, más bajo, más peligroso.

Quise desafiarlo, quedarme sentada, demostrarle que ya no tenía poder sobre mí. Pero mis piernas se movieron solas, como si la gravedad que emanaba de él fuera imposible de resistir. Me incorporé, y en un instante, Mattheo me empujó suavemente contra la pared lateral del bar.

La madera fría chocó contra mi espalda, y su mano se posó sobre mi muñeca, firme, no violenta, pero con la fuerza suficiente para recordarme que era él, que siempre había sido él.

—No vuelvas a decir que estuve ausente —susurró a un centímetro de mis labios—. Porque estuve, Valentine. Más de lo que puedes imaginar.

Su respiración rozaba la mía. El calor de su cuerpo se mezclaba con el mío, y cada segundo en esa posición era un tormento. La cercanía era insoportable, tanto como deliciosa.

—Me dejaste sola —repetí, aunque mi voz se quebró.

Él presionó más su cuerpo contra el mío, como si quisiera atravesar cada mentira, cada capa de odio que había tejido en su contra. —Te juro que si supieras la verdad… nunca volverías a verme igual.

Mis labios se entreabrieron, mi garganta seca, mi cuerpo ardiendo. Y entonces lo vi inclinarse, lento, inevitable, sus ojos fijos en mi boca.

Estábamos a un respiro del abismo.

Casi.

Cuando sus labios apenas rozaron los míos—

—¡Valentine! —la voz de una mujer retumbó en el bar.

Me separé de golpe, como si un balde de agua helada me hubiese caído encima. Matheo soltó mi muñeca, sus ojos ardiendo de frustración.

Era Helena. La socia del Oasis Inn. De pie en el centro del lugar, con una mirada helada que alternaba entre él y yo.

—Creo que están causando demasiado espectáculo —dijo con sarcasmo, antes de girarse y marcharse como si nada.

Yo me quedé temblando. Matheo me miraba aún con esa furia insaciable, como un animal interrumpido en plena caza.

—Esto no terminó —prometió en un susurro oscuro, antes de alejarse, dejándome sola contra la pared, con el corazón desbocado y los labios ardiendo por un beso que nunca llegó.

Mierda.




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