Perfectos Mentirosos

capítulo 17

(Perspectiva de Valentine)

Despierto, miro telefono y son las 6:30 de la mañana,tengo reunión con inversionistas, y Mattheo,porque si, al final acepte su propuesta,asociarnos conStongate sera bueno para Oasis Inn,pero maldita sea siento que que esta en todas partes.

El recuerdo de la noche del bar vuelve a mi cabeza.

Lo dio. Lo deseo.

Quiero sentir sus labios contra los mi-,me interrumpo ese pensamiento.

Que mierda me pasa?.

Me ducho,si, mis tipicas duchas de 30 minutos,amo relajarme,salgo con la toalla alrededor de mi cuerpo me planto frente al espejo,me miro, y luego voy hacia al closet, me vitso con ropa elegante unos pantalos de oficina una blusa negra ceñida en la cinrura y un lindo blazer, me peino el cabelo difiniendo mis rizos y luego em maquillo un poco, desayuno algo ligero, y pido un Uber hacia Oasis Inn. MI empresa, SI,me gusta alardear y que?.

Llego a las 7:40AM, tengo diez minutos para llegar a la sala de juntas, camino,saludo al personal,y a mi secretaria,llego al elvedor y entro.

El zumbido del elevador siempre había sido un sonido rutinario en el Oasis Inn, pero aquella mañana no parecía normal. Había demasiada electricidad en el aire, demasiadas palabras no dichas flotando desde aquella noche en el bar, y la reunión con los inversionistas apenas era un pretexto para volver a ver a Matheo en un mismo espacio.

Subí al ascensor intentando aparentar calma, con una carpeta bajo el brazo y la determinación de no cruzar miradas con nadie. El aroma metálico y el eco de mis tacones eran lo único que me acompañaba… hasta que la puerta se abrió en el siguiente piso y él apareció.

Matheo.

Traje oscuro, corbata floja, mirada azul que me atravesó sin esfuerzo. Un “buenos días” se quedó atascado en su garganta, igual que en la mía, y en lugar de hablar, solo entró. La puerta se cerró tras él y el espacio reducido se volvió un campo de batalla invisible.

Durante los primeros segundos, ninguno se atrevió a decir nada. Yo clavé los ojos en los números que ascendían lentamente en el panel, como si de verdad me importara. Pero su presencia me rodeaba, su perfume amaderado y limpio, su respiración lenta, sus hombros apenas a centímetros de los míos. Era imposible ignorarlo.

Y entonces, un temblor.

El elevador se sacudió bruscamente. Las luces parpadearon. El aire se volvió más denso. Y de pronto, todo quedó en un silencio sepulcral. El ascensor se detuvo a mitad del recorrido.

—¿Estás bromeando? —murmuré, presionando el botón de emergencia. Nada.

Matheo arqueó una ceja, con esa calma insolente que tanto me irritaba. —Parece que tendremos que esperar.

—No puedo quedarme aquí —dije, más para mí misma que para él. Mis manos temblaban, y no era solo por el encierro. Era por la cercanía. Por el recuerdo quemante de su cuerpo contra el mío en aquel bar, días atrás.

—¿Te incomoda estar encerrada conmigo, Valentine? —preguntó en un susurro cargado de veneno.

Lo miré. Grave error. Sus ojos azules eran océanos furiosos, y me estaban arrastrando. —No eres tan importante —mentí.

Él sonrió, sin rastro de humor, y se acercó un paso. Un simple movimiento que redujo aún más el espacio entre nosotros. —Entonces, ¿por qué tu respiración se acelera cada vez que estoy cerca?

Sentí el calor subir a mis mejillas. Me odié por ello.

—Porque me das rabia, Matheo —respondí con los dientes apretados.

Su mano rozó apenas la pared, muy cerca de mi hombro, acorralándome sin tocarme. —La rabia y el deseo suelen confundirse fácilmente —susurró, tan bajo que casi no lo escuché, pero lo sentí vibrar en mis huesos.

Mi cuerpo entero se tensó. El aire estaba cargado de electricidad, de peligro. Su proximidad me envolvía, y yo, contra toda lógica, lo permitía.

Intenté retroceder, pero la pared de metal frío me lo impidió. Matheo inclinó la cabeza, sus labios peligrosamente cerca de mi oído. —Dime, mariposa… ¿cuánto tiempo más piensas seguir huyendo?

Cerré los ojos, tragando el nudo en mi garganta. La palabra resonó en mí como un eco de otro tiempo. Mariposa. La forma en la que solía llamarme, la forma en la que me ataba sin cadenas.

Abrí los ojos de golpe, intentando recuperar control, y lo empujé con ambas manos contra el pecho. No se movió. Apenas retrocedió un centímetro, pero la sonrisa ladeada en su rostro me indicó que ya había ganado.

—Eres un maldito arrogante —escupí.

—Y tú todavía tiemblas con solo estar cerca de mí —replicó, su voz ronca, cargada de una seguridad que me partía en dos.

El silencio volvió, espeso, sofocante. Solo el ruido de nuestras respiraciones llenaba el elevador detenido. Yo sentía la sangre correr demasiado rápido por mis venas, como si cada segundo encerrada allí fuera un recordatorio de todo lo que intentaba negar.

De repente, un sonido metálico anunció que el ascensor volvía a la vida. Las luces parpadearon otra vez y comenzó a moverse lentamente.

Matheo no se apartó. Permaneció inclinado, tan cerca, como si el tiempo se hubiese detenido solo para atormentarnos.




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