Perfectos Mentirosos

capítulo 23

El salón brillaba entre risas y copas de champán. Yo me obligaba a sonreír al lado de un socio de mi padre, un hombre mucho mayor, que apenas contaba anécdotas aburridas de viajes y negocios. Sonreía porque debía hacerlo, porque esa era mi máscara.

Pero entonces sentí esa mirada clavándose en mí.
La reconocería en cualquier lugar.

Mattheo.
Apoyado en la barra, con un vaso de whisky en la mano, observándome como si cada segundo que sonriera a otro hombre fuese una puñalada. Sus ojos azules no me soltaron ni cuando incliné un poco la cabeza hacia el socio en señal de interés. Su mandíbula se endureció. Su copa se vació. Y cuando me excusé para ir por otra bebida, él ya estaba allí.

—Vamos a hablar —dijo entre dientes.

No fue una sugerencia.
Su mano se apoderó de mi muñeca y, sin darme tiempo a responder, me arrastró lejos del bullicio. Los corredores del lugar estaban en penumbra, silenciosos, con puertas cerradas a cada lado. Sentía la fuerza de sus pasos, el calor de sus dedos clavados en mi piel.

—¿Qué demonios te pasa? —protesté, intentando zafarme.
—Lo mismo me pregunto yo —su voz era grave, tensa, cargada de rabia contenida—. ¿Qué hacías sonriéndole de esa forma a ese imbécil?

Me reí con sorna, aunque mi corazón latía demasiado rápido.
—¿Ahora también opinas sobre a quién puedo sonreírle? Qué conveniente…

Me empujó suavemente contra la pared, bloqueándome con su cuerpo. No fue violento, pero sí desesperado. Su aliento rozaba mi rostro.
—No es a cualquiera, Valentine. Es que no soporto verte así con nadie.

Sentí el golpe seco de esas palabras en mi pecho. Quise burlarme, pero él estaba demasiado cerca. Su mano subió desde mi muñeca hasta mi brazo, lento, quemándome la piel, hasta posarse en mi cintura.

—Suéltame —susurré, aunque mi voz tembló.
—Mientes tan mal… —sus labios se acercaron peligrosamente a mi oído—. Si realmente quisieras que te soltara, no estarías temblando de esta manera.

Mi respiración se volvió errática. Podía oler el whisky en su aliento, mezclado con ese aroma que siempre me había enloquecido. Sus dedos se deslizaron por mi cintura, rozando apenas la tela de mi vestido, haciéndome arquearme contra mi voluntad.

—Eres un maldito arrogante… —musité, cerrando los ojos un instante.
—Y tú una pésima actriz —contestó con una media sonrisa, acercando sus labios a los míos sin llegar a tocarlos—. Tus labios aún saben a mí, ¿no?

La rabia y el deseo chocaron en mi pecho como un trueno. Mis manos terminaron en su camisa, empujándolo, pero no lo suficiente para apartarlo. Su cuerpo ya me tenía atrapada. Su otra mano subió hasta mi cuello, acariciando apenas la línea de mi mandíbula, haciéndome inclinarme hacia él.

Nuestros labios se encontraron en un beso brutal. No hubo ternura, solo hambre, celos y furia. Un choque de dientes, un roce de lenguas que arrancó un gemido ahogado de mi garganta. Sus manos me sujetaron más fuerte, una en mi cintura, otra recorriendo la curva de mi cadera, obligándome a sentirlo pegado a mí.

El pasillo parecía girar. Mi cuerpo ardía, húmedo, rendido al mismo hombre que más odiaba. Intenté separarme, pero cada vez que lo hacía, sus labios encontraban otra forma de arrastrarme de nuevo al infierno: en mi cuello, en el borde de mi oído, mordiendo apenas mi piel.

—Mattheo… —jadeé, sin saber si era súplica o reproche.
—Dime que no lo deseas, Valentine. Atrévete a decírmelo y me detengo —susurró, la voz grave, vibrando en mi pecho.

No lo dije.
No podía.

Porque aunque todo mi orgullo gritaba que debía apartarlo, mi cuerpo confesaba la verdad con cada temblor, con cada humedad que crecía entre mis piernas.

Él lo sintió. Lo supo. Y sonrió contra mi piel.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.