Debí habérselo dicho.
Las palabras me taladran una y otra vez mientras camino por el pasillo vacío de mi departamento, con los nudillos ardiendo porque ya no pude contener la rabia y descargué los puños contra la pared. El yeso está manchado de sangre, pero lo único que me duele de verdad es saber que Valentine no solo me ve como un asesino, sino también como un traidor.
La mentira de la supuesta infidelidad…
Esa maldita mentira fue mi escudo, mi coartada, mi salvación durante todos estos años. Yo no la inventé, pero la permití. Dejé que se esparciera, que ella me odiara por pensar que había otra mujer en mi cama aquella noche, mientras en realidad lo único que cubría esa sombra era la verdad: que yo estaba al volante, que yo arruiné su vida.
Y ahora me pregunto: ¿qué habría pasado si hubiese tenido el valor de contárselo todo? ¿Si en lugar de esconderme tras la máscara de un canalla, le hubiera dado la verdad cruda, brutal? Quizás… quizás me habría odiado igual. Pero al menos, no tendría esa doble herida: la de creerme infiel y la de descubrir que también fui el culpable de su hermano.
Ahora me ve como el peor de los hombres.
Y quizá lo soy.
Me siento en el borde de la cama, hundiendo los dedos en el cabello, intentando contener la angustia que me ahoga. La imagino en su habitación, llorando. O peor aún, no llorando… porque cuando Valentine no llora, es porque está levantando un muro, uno que me dejará fuera para siempre.
No hay redención para lo que hice. Y, sin embargo, lo único que pienso es en encontrar la manera de recuperar aunque sea una parte de ella. Estoy maldito: en vez de aceptar mi condena, me aferro a la esperanza absurda de que pueda perdonarme algún día.
Me pregunto si debería contarle todo, aunque ya sea tarde. Mirarla a los ojos y confesarle que la infidelidad nunca existió, que esa historia fue el humo que cubrió mi pecado real. Pero, ¿de qué serviría ahora? Ella ya no me creería. Tal vez pensaría que solo intento suavizar mi culpa. Y en el fondo, ¿no es eso lo que quiero?
El recuerdo de su mirada vuelve una y otra vez: esos ojos cargados de dolor, esos labios que se abrieron para escupirme la verdad. Y lo peor es que, incluso así, incluso destrozada, Valentine era hermosa. Una belleza que duele, que hiere, que me consume.
Quiero retroceder el tiempo. Quiero volver a esa noche y frenar el auto, bajarme, evitar que todo suceda. Pero el tiempo no retrocede, y lo único que queda es este infierno en el que me hundo más cada segundo.
Si algún día le digo toda la verdad, si algún día le confieso que jamás la traicioné con otra mujer, que esa fue la máscara más cruel que acepté llevar, sé que su dolor será aún más grande. Porque entonces entenderá que desperdició años odiándome por un fantasma, mientras la verdadera herida seguía oculta.
Y tal vez… me odiará aún más.
Pero no puedo dejar de pensar en que, si la pierdo para siempre, prefiero que me odie por lo que hice, no por lo que nunca sucedió.
Editado: 04.10.2025