Perfectos Mentirosos

capítulo 33

Dicen que el tiempo cura todo, pero conmigo el tiempo no ha hecho más que retorcer la herida.
Han pasado días desde que Mattheo se metió en mi cabeza con sus pequeñas notas, sus silencios ensayados y sus miradas azules que parecen suplicar sin palabras. No lo perdoné, y sin embargo… tampoco lo solté.

Él insiste en quedarse en mi órbita, y yo no lo aparto. No del todo.
Me limito a ponerle un precio invisible a cada gesto suyo: un favor, un recuerdo, una espera. Y lo observo pagar cada uno como si su vida dependiera de ello.

Esa noche, en una fiesta para celebrar a los nuevos socios de Oasis Inn y si, Stongate Hotels, lo llevé al límite otra vez.
Me vestí de un rojo que sabía que lo iba a desquiciar, con la espalda descubierta, con labios que no necesitaban palabras para provocar. Sonreí más de la cuenta a un socio de mi familia, dejé que su mano se quedara un segundo más sobre la mía. Y sentí la mirada de Mattheo clavarse en mí como cuchillos.

Me encontré con sus ojos al otro lado del salón.
No se movió, no dijo nada. Pero la tensión lo rodeaba como un campo magnético.
Disfruté alzar mi copa y darle un sorbo lento, solo para hacerlo hervir por dentro.

No tardó en venir a buscarme.
En el pasillo, su mano rodeó mi muñeca con firmeza, aunque sin la brutalidad de antes.
—¿Por qué haces esto, Valentine? —preguntó, casi con desesperación.
—¿Hacer qué? —murmuré, fingiendo inocencia mientras clavaba mis uñas en la copa que todavía sostenía.
Sus ojos ardieron.
—Jugar conmigo.

Reí, seca, cortante.
—Oh, ¿ahora resulta que eres tú la víctima? —me acerqué lo suficiente para que sintiera mi perfume—. Pensé que sabías jugar.

Él me miró como si quisiera devorarme y odiarme al mismo tiempo. Y por un instante, creí que iba a perder el control. Pero respiró hondo, retrocedió apenas un paso, y bajó la voz.
—No sabes cuánto me cuesta no… —se detuvo, apretando la mandíbula—. No tocarte.

Me quedé helada.
Porque yo también lo sentía. El deseo, el enojo, esa mezcla venenosa que nos arrastraba siempre al mismo lugar. Pero esta vez no le iba a dar la victoria.

Me liberé de su agarre con un tirón lento, deliberado, y caminé hacia la terraza, dejándolo con el pulso acelerado detrás de mí.
No lo miré, pero supe que me seguía.

En el aire frío de la noche, me apoyé en la baranda y lo dejé arder en silencio. Y aunque no me tocó, aunque no me besó… sentí cada mirada como un roce, cada exhalación como un roce de labios.

Lo peor era que yo también lo deseaba.
Y lo mejor… es que él no lo sabía.




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