El silencio en mi apartamento era cómodo… hasta que el timbre sonó. No esperaba visitas y, por un segundo, pensé en no abrir. Mattheo estaba sentado en el sofá, con la camisa blanca arremangada, los botones superiores desabrochados, como si estuviera demasiado cómodo en un lugar al que aún no pertenecía. Me lanzó una mirada cargada de ese aire arrogante que siempre me irritaba.
—¿Vas a abrir o quieres que lo haga yo? —preguntó con esa ironía que se me clavaba en la piel.
Rodé los ojos y me levanté. Al abrir, ahí estaba Alexa, mi mejor amiga, con su sonrisa perfecta y ese brillo en los ojos que siempre parecía sincero. O al menos, solía serlo.
—¡Vale! —dijo entusiasmada, entrando sin esperar invitación—. Necesitaba verte.
Su abrazo fue cálido, pero demasiado largo. Cuando se apartó, noté que sus ojos se desviaban hacia Mattheo. Y, por alguna razón, un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, ladeando la cabeza con un gesto juguetón.
—Siempre interrumpes —respondió Mattheo, sin siquiera mirarla directamente, sirviéndose un whisky del bar como si estuviera en su propia casa.
Yo fruncí el ceño. Alexa rió, pero su risa sonó extrañamente forzada.
—Bueno, ya me imagino que ustedes dos tienen… cosas que hablar. Pero me moría por contarte algo, Vale.
Se sentó en el sillón frente al sofá, cruzando las piernas con elegancia. Su bolso cayó sobre la mesa de centro y, de manera casi automática, Mattheo lo miró. Un reflejo extraño brilló en sus ojos azules: desconfianza.
Me senté a su lado, intentando ignorar la incomodidad que flotaba en el aire.
—¿Qué es eso tan urgente? —pregunté, dispuesta a escuchar cualquier banalidad con tal de deshacer la tensión.
—Oh, nada tan grave… —Alexa jugueteó con el borde de su falda—. Solo que escuché un rumor viejo en la oficina de tu papá. Algo de hace años… sobre esa noche del accidente.
Mis manos se helaron. Sentí la respiración de Mattheo detenerse a mi lado. Alexa lo había dicho con demasiada ligereza, como si no supiera que estaba desenterrando un cadáver.
—¿Qué rumor? —pregunté, con la voz firme pero el corazón latiéndome en las sienes.
—Bah, ya sabes cómo son los pasillos… —rió nerviosa—. Alguien comentó que no todo fue tan claro como parecía. Que hubo un coche… que nadie nunca encontró.
Mattheo tosió, un sonido grave, áspero. Alexa lo miró un segundo demasiado largo.
—¿De dónde escuchaste eso? —solté, más brusca de lo que pretendía.
Alexa se encogió de hombros.
—De una secretaria nueva. Pero seguro es pura habladuría, no le des importancia.
No obstante, la forma en que mordió su labio inferior me hizo pensar lo contrario. Era como si midiera cada palabra.
Mattheo se inclinó hacia adelante, con el vaso en la mano, y habló por primera vez de manera directa:
—No parece que lo dijeras al azar. ¿Qué más sabes, Alexa?
Ella parpadeó, sorprendida por la intensidad de su tono.
—Nada, Mattheo. Nada que pueda interesarte.
La tensión se volvió insoportable. Su mirada se paseó entre los dos, y yo juraría que había algo oculto detrás de esa sonrisa impecable. Algo que no era de ahora, algo que llevaba años gestándose.
Para cambiar el tema, Alexa comenzó a hablar de una cena de beneficencia a la que asistiría, pero cada palabra sonaba ensayada. Cada vez que me miraba, parecía calcular. Y cuando Mattheo dejaba su vaso sobre la mesa, yo notaba que sus ojos seguían cada uno de sus movimientos, como si temiera que él supiera demasiado.
Me sentí atrapada entre dos fuerzas. Una parte de mí quería creerle, como siempre había hecho. La otra… no podía dejar de escuchar el eco de sus palabras: esa noche del accidente.
Mattheo se acomodó más cerca de mí, su rodilla rozando la mía, como si buscara que confiara en él. Pero no podía. No todavía.
Alexa se levantó tras un rato, dejando su perfume en el aire. Antes de irse, se acercó a mí y susurró lo suficiente para que Mattheo no la oyera:
—No confíes tanto. Hay verdades que duelen más que las mentiras.
Y se fue.
Quedé congelada en el medio de mi propio apartamento, sintiendo que mi mejor amiga acababa de clavarme un cuchillo invisible. Mattheo me observaba, los ojos azules cargados de ira y sospecha.
—Te lo dije —murmuró, con la voz rota—. Algo no encaja con ella.
Pero la pregunta seguía latiendo en mi pecho: ¿Alexa sabía la verdad… o solo estaba jugando con mis heridas?
Editado: 04.10.2025