Perfectos Mentirosos

capitulo 39

El apartamento de Valentine olía a jazmín, como siempre. A ese aroma que se pegaba en la piel y que a mí me sabía a castigo, porque cada vez que respiraba, era como si ella me invadiera, incluso cuando me odiaba. Estaba sentada en el sofá, las piernas cruzadas, con ese gesto frío que había perfeccionado como un escudo. Y yo, como un imbécil, no podía dejar de mirarla.

—¿Entonces? —preguntó, sin levantar la vista de la copa de vino que giraba en su mano—. ¿Vas a seguir callado o me vas a decir lo que piensas?

Me pasé una mano por el cabello. No sabía si era buena idea, pero la rabia se me escapaba entre los dientes.
—Pienso que Alexa está demasiado metida en todo esto —dije, con la voz más dura de lo que esperaba—. Siempre aparece en el momento justo, siempre tiene algo que decir… y tú, Valentine, le crees todo.

Sus ojos se clavaron en mí, fríos como un maldito puñal.
—Es mi mejor amiga, Mattheo. ¿Ahora también vas a venir a decirme con quién puedo o no puedo confiar?

La amargura me quemó la garganta.
—No es eso. Es que huele mal. Todo el asunto de la “infidelidad”… ¿no te parece raro que justo haya rumores, justo cuando todo lo demás estaba… jodido? —Me incliné hacia ella, incapaz de contenerme—. Fue demasiado conveniente.

Valentine apretó los labios, pero no me echó de inmediato. Esa era mi pequeña victoria: aún me escuchaba.
—Conveniente para ti, querrás decir. Si no fuiste culpable de eso, ¿quién más se benefició? —replicó con ironía, pero la vi dudar. Esa duda fue mi oxígeno.

Me dejé caer en el borde del sillón, cerca de ella, casi rozándola, y la tensión nos envolvió como una cuerda demasiado tirante.
—Mira, yo no estoy pidiendo tu perdón todavía —admití, y sentí la garganta apretarse—. Pero lo que pasó esa noche… lo que creíste que pasó, no fue real. Y la persona que inventó esa mentira… te lo aseguro, Valentine, no lo hizo por casualidad.

Ella bebió un sorbo de vino, evitando mi mirada. Pero vi cómo sus dedos temblaban apenas contra la copa.
—¿Y quién crees que fue? —susurró.

Tragué saliva. Aquí venía la bomba.
—Alexa.

El nombre cayó entre nosotros como dinamita.

Valentine me miró al fin, incrédula, los ojos abiertos con una mezcla de furia y desconcierto.
—¿Mi amiga? ¿La persona que ha estado a mi lado en todo esto? ¡No, Mattheo! Eso sí que no.

Me incliné más, tanto que sentí el calor de su piel, ese maldito imán que nunca me dejaba escapar.
—Eso es lo que quiere que pienses —le murmuré—. Y mientras tú me ves como el enemigo, ella se queda con tu confianza.

Vi cómo respiraba más rápido, cómo se mordía el labio para no soltar lo que realmente pensaba. La conocía demasiado: dudaba, aunque no lo admitiera.

Y en ese silencio cargado, me descubrí deseando que esa rabia suya se convirtiera en cualquier otra cosa. Porque entre nosotros, odio y deseo siempre habían sido lo mismo disfrazado




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