Perfectos Mentirosos

capitulo 40

—¿Alexa? —repitió Valentine, con un tono tan afilado que casi me corta la piel—. No voy a permitir que vengas a mi casa a insultar a mi amiga.

Su voz era firme, pero sus ojos… no. En sus ojos había grietas, como si algo dentro de ella estuviera tambaleándose. Y lo supe: había sembrado la duda.

Me incliné hacia ella, lo suficiente para sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Mi voz bajó, grave, casi un susurro contra su oído:
—No quiero insultarla, Valentine. Quiero que abras los ojos.

Ella se tensó. Vi cómo se le erizaba la piel del brazo al sentir mi cercanía. Ese detalle me encendió como fuego.

—No tienes idea de lo que estás diciendo —me dijo con un suspiro entrecortado, girando la cara hacia mí. Quiso sonar fría, pero su respiración la traicionaba.

Me arriesgué. Levanté la mano y rocé con los dedos el borde de su muñeca, apenas un toque, como quien tantea una llama.
—¿De verdad no lo notas? —pregunté con la voz cargada de algo que ni yo mismo sabía si era rabia o deseo—. Cada rumor, cada duda en tu cabeza… alguien se aseguró de ponerlos ahí.

Ella cerró los ojos un segundo, como si luchar contra mí la agotara. Luego los abrió de golpe, chispas de orgullo en ellos.
—Aunque tuviera razón, aunque… —se interrumpió, tragó saliva y me miró fijamente—. Eso no cambia lo que hiciste. No cambia lo que pasó con mi hermano.

El golpe me dio en el pecho, como un puñal. Me mordí la lengua para no defenderme, porque sabía que cualquier excusa sonaría a mentira. Solo pude quedarme cerca de ella, demasiado cerca.
—Lo sé —admití con una voz rota—. Y lo cargo todos los días. Pero también sé que no voy a permitir que otra persona juegue contigo, Valentine. Ni aunque me odies.

La vi temblar, no de miedo, sino de esa mezcla cruel que siempre nos perseguía: rabia y atracción. Sus labios estaban tan cerca que era un castigo.

—Mattheo… —susurró, y fue suficiente para perder la poca cordura que me quedaba.

Me incliné más, apenas un roce de mi boca contra la suya, sin llegar a besarla. Fue como incendiar el aire entre nosotros. La vi contener el aliento, los dedos apretando el cojín como si eso la salvara.

—Dime que me aleje —le murmuré, mi voz ronca—. Solo dilo, Valentine. Y lo haré.

Pero no dijo nada. Solo me sostuvo la mirada con esos ojos cargados de odio, dolor… y un deseo que me partía en dos.




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