Perfectos Mentirosos

capitulo 42

El beso no se detuvo allí. Fue como si después de años de contención, algo dentro de nosotros hubiera cedido, rompiéndose en silencio. Valentine me sujetaba con fuerza por la camisa, como si necesitara asegurarse de que yo no me alejaría jamás.

Mi mano descendió por su cuello hasta rozar la curva de su hombro desnudo, y sentí cómo se erizaba bajo mi contacto. El aire se volvió denso, pesado, cargado de electricidad.

El beso se volvió más profundo, más urgente. Nuestros labios se reconocían con una avidez que no venía de la rabia, sino de una necesidad callada, de esas que arden lento y se acumulan hasta volverse insoportables.

Ella se dejó guiar hacia la pared del apartamento, su espalda chocó suavemente contra el frío del concreto y yo aproveché para acercarme aún más, atrapándola entre mis brazos. La sensación fue devastadora: tenerla allí, al alcance, con su respiración entrecortada contra mi boca.

Mis labios bajaron hasta la línea de su mandíbula, dejando besos lentos, casi reverentes, hasta llegar a la piel suave de su cuello. Valentine tembló bajo mí y soltó un gemido contenido, apenas audible, pero suficiente para incendiarme.

—Mattheo… —susurró, y escuchar mi nombre de esa manera fue como gasolina en un fuego ya imparable.

Deslicé mis manos por su cintura, acariciando la curva de sus caderas, aferrándome a ella con la desesperación de quien sabe que puede perderlo todo en cualquier momento. Ella arqueó el cuerpo hacia mí, su pecho presionándose contra el mío, y por un instante sentí que el mundo podía derrumbarse a nuestro alrededor sin que me importara.

El roce de su lengua contra la mía se volvió más profundo, húmedo, lento, como si quisiera grabar cada sensación en mi memoria. El sabor a vino que había probado minutos antes aún estaba en sus labios, mezclándose con la dulzura propia de su boca, y me volví adicto a ese contraste.

Mis dedos encontraron la piel bajo el dobladillo de su blusa, apenas un roce en su cintura desnuda, y Valentine jadeó contra mi boca. No me detuvo. Al contrario, se aferró con más fuerza a mis hombros, guiándome, como si estuviera tan perdida como yo.

Fue un instante eterno: su respiración desordenada, mi corazón desbocado, el calor de su cuerpo contra el mío. La necesidad era tan real que dolía.

Y sin embargo, algo nos contuvo. Una chispa de conciencia en medio del incendio.

Me detuve apenas un segundo, con mis labios aún rozando los suyos, mi frente apoyada contra la suya.

—Si sigo… no voy a poder parar —le confesé, con la voz quebrada.

Ella me miró con esos ojos cafes profundos y oscuros, cargados de deseo y dolor al mismo tiempo. Y en lugar de apartarse, apoyó suavemente su boca contra la mía en un último beso, lento, ardiente, casi devastador.

Cuando nos separamos, la tensión quedó suspendida en el aire, como una cuerda a punto de romperse. No habíamos cruzado el límite, pero nos habíamos acercado tanto que el abismo parecía mínimo.

Valentine respiraba agitada, sus labios rojos e hinchados por mis besos. Yo, con las manos aún en su cintura, tuve que soltarla poco a poco, temiendo que si no lo hacía, jamás podría dejarla ir.

La guerra entre nosotros estaba lejos de terminar. Pero esa noche, los dos habíamos perdido una batalla contra lo que sentíamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.