Perfectos Mentirosos

capitulo 43

Habían pasado cuatro días desde aquel beso. Cuatro días desde que mis labios probaron de nuevo lo prohibido, desde que dejé que Mattheo me arrinconara contra mi propia pared y desatara todo lo que llevábamos reprimiendo por años.

Cuatro días en los que no podía dejar de pensar en cómo sus manos habían recorrido mi cintura, en la manera en que sus labios bajaron hasta mi cuello, en ese calor que aún parecía impregnado en mi piel. Y odiaba que lo recordara con tanta claridad.

Había pasado las últimas noches buscando distracciones. Dormir con la televisión encendida, trabajar hasta el cansancio, aceptar reuniones innecesarias. Pero nada lograba sacarme la imagen de sus ojos clavados en los míos, azules y ardientes, cuando me susurró que no podría detenerse.

Y al mismo tiempo, en medio de esa tormenta de sensaciones, la carta seguía allí, como una daga escondida.

La encontré en uno de mis cajones, doblada con una perfección extraña, como si alguien la hubiera dejado adrede para que yo la hallara. No era una carta extensa, apenas un mensaje anónimo escrito en tinta negra:

"No busques en Mattheo las respuestas que no puede darte. Pregúntale a tus amigos más cercanos quién es realmente leal a ti."

La primera vez que la leí, creí que era una mala broma. Pero algo en el tono, en la frialdad de esas palabras, me revolvió el estómago. Y lo peor de todo era que, aunque intentaba ignorarla, había una parte de mí que quería creer en cada sílaba.

¿Quién podía haber escrito algo así?

Había repasado cada nombre en mi mente: conocidos, familiares, incluso Alexa, mi mejor amiga. Y, sin embargo, nada encajaba del todo.

Mattheo, por su parte, parecía más distante. No me había buscado desde aquella noche, al menos no de manera directa. Pero lo sentía. Sus miradas en las reuniones, la forma en que su presencia llenaba un espacio aunque no dijera una palabra.

Era como si ambos estuviéramos intentando convencernos de que lo que había pasado no había significado nada… y al mismo tiempo, como si quisiéramos repetirlo desesperadamente.

Esa tarde, con la carta aún en mi bolso, decidí enfrentarme a él. No para hablar de lo que pasó entre nosotros, sino para hablar de ella, de esa sombra que parecía moverse detrás de todo, alimentando las dudas, la rabia y la culpa.

Cuando lo encontré en la cafetería del edificio, solo, repasando unos documentos, no dudé en sentarme frente a él.

—Necesito preguntarte algo —dije con voz firme.

Él levantó la mirada y su gesto cambió de inmediato. Pasó de la neutralidad a esa tensión que solo existía entre nosotros.

—Dime.

Saqué la carta del bolso y la dejé frente a él.

—¿Sabes quién pudo haber escrito esto? —pregunté sin rodeos.

Mattheo tomó el papel con cuidado, lo leyó en silencio y luego alzó los ojos hacia mí. Había una sombra en su mirada, un brillo extraño que me erizó la piel.

—¿Dónde la encontraste? —preguntó, en lugar de responder.

—Eso no importa. Quiero saber si reconoces la letra, si crees que alguien cercano a ti o a mí pudo…

—¿Insinúas que esto tiene algo que ver conmigo? —su voz se endureció, como si lo hubiera herido la sola idea.

Lo miré fijamente.

—Lo insinúo porque todo en mi vida parece tener algo que ver contigo, Mattheo.

El silencio entre nosotros fue brutal. Solo se escuchaba el ruido lejano de las tazas y las conversaciones de fondo, pero para mí era como si todo hubiera desaparecido.

Él dejó la carta sobre la mesa y se inclinó hacia mí, con esa intensidad que siempre me derribaba las defensas.

—No sé quién quiere manipularte de esta manera —susurró—, pero sí sé algo: quien haya escrito esto quiere separarnos aún más.

La palabra separarnos me caló hondo, porque ni siquiera podía admitir que aún hubiera algo de lo que separarnos.

Y sin embargo, ahí estaba yo, temblando bajo el peso de sus ojos, con la carta entre nosotros como una bomba silenciosa que aún no explotaba




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