Entrar al apartamento de Valentine siempre había sido como entrar a un campo de batalla. No por el lugar en sí, sino por la tensión invisible que se colaba en cada rincón cuando estábamos juntos. Esa noche no fue la excepción.
Ella había insistido en que necesitábamos hablar de la carta. Y aunque yo no estaba convencido de que fuera buena idea, terminé aceptando. Parte de mí sabía que si seguíamos ignorando las sombras alrededor, nos devorarían vivos.
Valentine dejó la carta sobre la mesa de centro, entre dos tazas de café humeante. La miró como si fuera un enemigo, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Yo, en cambio, no podía apartar mis ojos de ella, de su manera de morderse el labio como si luchara consigo misma para no explotar.
—¿Y bien? —preguntó al fin, con esa voz suave pero cargada de filo—. ¿Vas a decirme qué piensas o vas a quedarte en silencio?
Respiré hondo y solté lo que había estado rumiando desde que la vi con esa maldita carta.
—Creo que fue Alexa,y ya te lo habia dicho.
Sus ojos se abrieron de golpe, como si hubiera dicho la peor blasfemia.
—¿Qué? —su tono era una mezcla de incredulidad y enfado.
Me incliné hacia ella, sin apartar la vista.
—Tu mejor amiga. No me gusta, Valentine. Nunca me ha gustado. Tiene algo… falso. Y si alguien se beneficia sembrando dudas entre nosotros, es ella.
—No digas eso —me cortó de inmediato, tajante—. Alexa ha estado conmigo en mis peores momentos, cuando tú… —tragó saliva, como si estuviera a punto de soltar un reproche más fuerte— cuando tú no estabas.
Aquello dolió más de lo que quise admitir, pero no desvié mi punto.
—Precisamente por eso —respondí con dureza—. Porque estuvo ahí cuando yo no pude. ¿No lo ves? Ella conoce cada grieta en ti, Valentine. Sabe qué decir para que dudes de mí.
Ella negó con la cabeza, levantándose del sofá. Caminó hasta la ventana, con la carta aún en su mano, apretada como si quisiera hacerla desaparecer.
—Alexa jamás haría algo así.
Me levanté también, acercándome despacio.
—¿Y si sí? —susurré, casi rozando su espalda—. ¿Y si la persona en la que más confías es la que más razones tiene para verte destrozada?
Valentine se giró bruscamente, y nuestros rostros quedaron a escasos centímetros. Había fuego en sus ojos, pero no solo de ira; también de miedo.
—No la metas en esto, Mattheo. No la conviertas en otra excusa para lo que pasó entre nosotros.
La tomé de la muñeca suavemente, obligándola a mirarme.
—Esto no es una excusa. Es una advertencia. Yo no confío en ella, y tú deberías empezar a cuestionarte por qué alguien que se hace llamar tu amiga quiere que me odies con tanta fuerza.
Ella tembló un instante, pero luego se soltó de mi agarre, como si necesitara espacio para respirar. Caminó de nuevo al sofá y dejó caer la carta sobre la mesa.
—No voy a aceptar que culpes a Alexa de todo esto. No hasta tener pruebas.
La miré en silencio, conteniendo la rabia. Parte de mí quería gritarle que su lealtad ciega la estaba condenando, pero otra parte… otra parte solo quería abrazarla, porque sabía que detrás de sus defensas estaba igual de rota que yo.
—Está bien —dije al fin, mi voz cargada de ironía amarga—. Pero cuando veas la verdad, recuerda que te lo advertí.
El silencio volvió a llenar la habitación. Afuera, la ciudad seguía viva, pero dentro de esas paredes el aire estaba cargado de algo más intenso: desconfianza, deseo reprimido, y la certeza de que la guerra apenas comenzaba.
Editado: 04.10.2025