Perfectos Mentirosos

capitulo 45

Valentine suspiró, como si mis palabras la hubieran herido más de lo que estaba dispuesta a admitir. Se dejó caer en el sofá, con las piernas cruzadas y la mirada fija en la carta que parecía quemarle los dedos.

—Alexa no pudo haber sido —dijo al fin, casi en un susurro, pero con una firmeza que no me convencía—. Ella estaba conmigo la noche del accidente, ¿recuerdas? Ella fue la única que apareció cuando nadie más lo hizo.

Su voz se quebró en la última frase, y el filo invisible de la culpa me atravesó el pecho. Yo sí recordaba esa noche, demasiado bien. El ruido del golpe, los gritos, la sangre, y el miedo que me dejó marcado desde entonces.

—Precisamente esa noche… —mi voz salió más grave de lo que quería— es la que deberías analizar con más cuidado.

Ella levantó la mirada hacia mí, sus ojos verdes como cuchillas que buscaban atravesarme.

—¿Qué insinúas?

Me acerqué un paso, lo suficiente para que pudiera oler mi perfume mezclado con la tensión que nos rodeaba.

—Que alguien te distrajo con historias falsas, Valentine. Que mientras tú pensabas que yo estaba con otra, yo… —me detuve, apretando los puños, luchando contra mis propios recuerdos— yo estaba en otro infierno completamente distinto.

La vi tensarse, y por un momento creí que me pediría la verdad, que exigiría cada detalle. Pero no. Se levantó de golpe, como si necesitara moverse para no romperse allí mismo.

—No me hagas esto, Mattheo —su voz se quebró, y esa grieta en su fortaleza me dolió más que cualquier insulto—. No me des migajas de verdades a medias. O me lo dices todo o no me digas nada.

El silencio se estiró, pesado, asfixiante. Yo la miraba y solo veía al amor de mi vida… y al mismo tiempo a la mujer que jamás podría perdonarme si descubría lo que realmente pasó.

Me pasé la mano por el cabello, frustrado, incapaz de decidir si debía protegerla con mentiras o liberarla con la verdad.

—Lo único que quiero que entiendas —dije al fin, con la voz rota— es que Alexa no es tan inocente como crees. Y que esa carta… no salió de la nada.

Ella me miró largo rato, como si intentara leerme el alma. Y por primera vez en mucho tiempo, no la vi tan segura. Había duda en sus ojos, duda hacia mí… y hacia su amiga.

Valentine retrocedió un paso, llevándose una mano al pecho como si necesitara contener un temblor interno.

—Si llego a descubrir que tienes razón… —susurró—, no solo será el fin de mi amistad con ella. Será el fin de todo lo que queda de mí.

Yo di un paso hacia ella, impulsado por ese impulso idiota que nunca aprendí a controlar.

—No, Valentine. El fin ya pasó hace años. Lo que queda ahora es decidir si seguimos viviendo entre mentiras… o si por fin empezamos a arrancarlas de raíz.

La tensión nos envolvió. Era esa clase de momento donde cualquier palabra podía encender un incendio o apagarlo para siempre.

Ella apartó la mirada, respirando hondo, y en ese gesto entendí que no iba a darme la razón. No aún. Pero también vi otra cosa: un resquicio. Una fisura en la armadura que se empeñaba en mantener.

Yo sabía que esa grieta era todo lo que necesitaba para que tarde o temprano, la verdad completa saliera a la luz.




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