El laboratorio ultramoderno en Bukchon Hanok Village, donde Min-Jae y Hye-Jin trabajaban, tenía algo único: combinaba la tecnología de punta con el encanto de lo tradicional. Desde sus ventanales se podían ver los tejados inclinados de las hanok, las casas tradicionales coreanas, enmarcados por un cielo despejado. Dentro, los estantes relucían con frascos de vidrio que contenían aceites esenciales, ingredientes exóticos y herramientas de precisión científica.
La chica, de pie frente a una mesa cubierta de notas y mezclas a medio terminar, observaba a Min-Jae por el rabillo del ojo. Él estaba concentrado, ajustando con cuidado la cantidad de bergamota en una nueva fórmula. Aunque ella intentaba mantener la calma, la tensión en la habitación era ineludible.
Él, con su elegante camisa blanca arremangada y un chaleco oscuro, parecía tan seguro como siempre, mas había algo diferente en su expresión. Su rostro mantenía una calma controlada, pero sus ojos oscuros traicionaban una mezcla de inquietud y cansancio. Era el primer día en semanas en que parecía dispuesto a hablar más allá del trabajo.
—¿Sabías que la bergamota es considerada el equilibrio entre lo dulce y lo amargo? —dijo el hombre de repente para romper el silencio mientras dejaba caer unas gotas en un vial.
Ella, sorprendida por el cambio de tema, lo miró con una ceja alzada.
—¿Estás filosofando sobre cítricos ahora? —respondió, con un tono seco, pero sus labios esbozaron una sonrisa irónica.
Él dejó el vial sobre la mesa y la miró para decir:
—Solo creo que es una buena metáfora para... lo que pasó entre nosotros.
Las palabras cayeron como una piedra en el agua, creando ondas invisibles de tensión. La joven se cruzó de brazos, intentando mantener su compostura.
—Si tienes algo que decir, dilo de una vez. Estoy cansada de tus insinuaciones —espetó, con su tono firme pero no agresivo.
Él respiró hondo, como si estuviera reuniendo valor.
—Cuando dejé a tu familia para unirme a la competencia, no fue porque quisiera —la muchacha frunció el ceño, mas no interrumpió—. Mi familia... —continuó, bajando la mirada— estaba en serios problemas financieros. Mi padre tenía deudas que no podía pagar, y las amenazas eran cada vez más peligrosas. No solo para él, sino para mi madre y mi hermana pequeña.
Min-Jae levantó la vista y sus ojos encontraron los de Hye-Jin. Había una mezcla de vulnerabilidad y determinación en su mirada que rara vez mostraba.
—No tuve elección —prosiguió—. El dueño de esa empresa sabía lo que valía mi talento y me ofreció un trato: si trabajaba para ellos y creaba fórmulas exclusivas, saldarían todas las deudas de mi familia.
Hye-Jin sintió que su corazón se aceleraba, mas no por las razones que esperaba. La traición que había alimentado su odio durante años comenzaba a desmoronarse bajo el peso de una nueva perspectiva. Sin embargo, su orgullo y el dolor del pasado la mantenían en guardia.
—¿Y eso justifica lo que hiciste? —inquirió, con su voz más baja de lo que pretendía.
Él asintió con lentitud y contestó:
—No estoy diciendo que esté orgulloso de mis decisiones, pero... en ese momento, salvar a mi familia era lo único que importaba.
Ella apartó la mirada al sentir una mezcla de emociones que no podía identificar. ¿Cómo debía reaccionar ante esto? Durante años, había rehecho su vida y su empresa alrededor del resentimiento hacia él. Ahora, ese resentimiento se tambaleaba.
—Podrías haber hablado conmigo —murmuró, casi para sí misma.
—Lo intenté, pero... ¿qué podría decirte? ¿Que iba a traicionar a tu familia para salvar a la mía?
La sinceridad en su tono la desarmó. La joven sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, mas lo reprimió con fuerza.
El laboratorio, usualmente lleno de actividad y aromas embriagadores, parecía detenerse en el tiempo. La luz del sol que entraba por las ventanas teñía el ambiente de un tono cálido, como si también escuchara con atención la conversación.
La chica caminó hacia una de las estanterías y tomó un frasco de vetiver, tratando de distraerse. Abrió el frasco y dejó que el aroma terroso y ahumado llenara sus sentidos.
—El vetiver es mi favorito —dijo, cambiando de tema.
Min-Jae la observó con cautela, entendiendo que ella necesitaba tiempo para procesar toda la información.
—Es una buena elección. Fuerte y equilibrado —respondió, al seguir su ejemplo y enfocarse en los ingredientes.
El momento parecía haber pasado, mas algo había cambiado en la dinámica entre ellos. Él no presionó más, pero Hye-Jin sabía que las palabras que acababa de escuchar no se disiparían con tanta facilidad.
Esa noche, la muchacha se encontró sola en el taller privado de su madre. Las paredes de madera y los estantes cargados de frascos antiguos tenían un aire nostálgico que siempre la reconfortaba. Sin embargo, esta vez, el lugar parecía lleno de preguntas sin respuesta.
Se sentó en una silla frente a una mesa cubierta de notas y fórmulas, algunas de las cuales pertenecían a su progenitora. En sus manos sostenía un pequeño frasco de perfume que había sido uno de los favoritos de su infancia.