La mañana en Bukchon Hanok Village estaba teñida de una serenidad engañosa.
Los rayos del sol bañaban los tejados curvados de las casas tradicionales, y el aire llevaba el aroma suave de pinos y flores de loto. Dentro del taller privado de Hye-Jin, en la histórica perfumería familiar, el ambiente era mucho más tenso.
El taller, un espacio íntimo lleno de mesas de madera antigua y estanterías repletas de frascos de cristal, tenía un rincón reservado para el legado de su madre. Allí, entre cuadernos desgastados y utensilios de laboratorio, Hye-Jin estudiaba cada página del diario que había encontrado días atrás. El aire estaba impregnado de olores complejos: notas de sándalo, lavanda y almizcle flotaban en el espacio, pero no lograban calmar su creciente ansiedad.
Hojeaba el diario con una mezcla de nostalgia y atención meticulosa. Las fórmulas estaban escritas a mano, en la letra fluida y elegante de su madre, acompañadas de anotaciones personales sobre los ingredientes y los estados de ánimo que inspiraban cada creación. De pronto, sus ojos se detuvieron en una página con una fórmula que le resultaba familiar.
—Esto no puede ser... —murmuró mientras llevaba su mano a la boca.
Era una fragancia que había causado sensación en la industria hace años, cuando Min-Jae había lanzado su primera línea de perfumes de éxito. Reconoció las notas distintivas: un corazón de bergamota y rosa de Damasco, con un fondo de cedro y vainilla. Era la misma fórmula, salvo por pequeñas modificaciones.
Hye-Jin sintió cómo la rabia subía por su pecho, mezclada con una profunda tristeza. Su madre había dedicado años a perfeccionar esas creaciones, y ahora, una de ellas había sido usada para beneficio de alguien que había traicionado a su familia.
Con rapidez, tomó el diario y salió del taller, decidida a confrontar a Min-Jae.
El laboratorio ultramoderno donde trabajaban, situado también en Bukchon pero diseñado con un estilo contemporáneo que contrastaba con los alrededores, era un lugar de líneas minimalistas y tecnología avanzada. Las paredes blancas y los estantes de acero inoxidable brillaban bajo la luz artificial, y el espacio olía a una mezcla de alcohol etílico, esencias frutales y maderas exóticas.
Cuando la chica irrumpió en el laboratorio, Min-Jae estaba concentrado frente a una mesa, mezclando cuidadosamente gotas de un aceite esencial en un vial. Vestía una camisa azul claro, remangada hasta los codos, y tenía el ceño fruncido, inmerso en su trabajo.
—¡Min-Jae! —su voz cortó el silencio como un cuchillo.
Él levantó la vista, sorprendido por su tono.
—Hye-Jin, ¿qué ocurre?
Ella caminó hacia él con el diario en mano y su expresión reflejando una tormenta de emociones.
—Explícame esto —dijo, dejando el cuaderno abierto sobre la mesa, frente a él.
El chico miró la página, y su rostro se tensó al reconocer la fórmula.
—¿Dónde has conseguido esto? —preguntó, con su tono más serio de lo habitual.
—No cambies el tema. Es evidente que tomaste esta fórmula de mi familia y la usaste para tus perfumes. ¿Cómo te has atrevido?
El joven se apartó ligeramente de la mesa y se cruzó de brazos.
—Hye-Jin, no tienes idea de lo que realmente ocurrió —respondió, con su voz cargada de defensiva.
—Entonces explícalo, porque esto parece bastante claro.
Él respiró hondo, luchando por mantener la calma.
—Nunca robé esa fórmula, al menos no de la manera en que lo piensas —explicó, mirándola a los ojos. Hye-Jin lo observó, esperando una explicación más detallada—. Cuando trabajaba para tu familia, había personas en tu empresa que no eran tan leales como creías. Alguien me vendió esa fórmula. Yo... la usé porque estaba desesperado. Mi familia estaba en una situación crítica, con deudas que amenazaban con destruirnos. No tenía opción.
Ella frunció el ceño, tratando de procesar sus palabras.
—¿Quién la vendió? —preguntó con un tono afilado.
El muchacho negó con la cabeza y contestó:
—No lo sé. Era una transacción anónima, pero me dieron pruebas de que la fórmula era auténtica. Lo siento, Hye-Jin. Nunca quise que las cosas llegaran a esto.
La chica apretó los puños, sintiendo una mezcla de ira y dolor. Aunque una parte de ella quería creer en sus palabras, otra parte se resistía.
—Eso no cambia el hecho de que te beneficiaste del trabajo de mi madre —dijo con amargura.
—Lo sé, y me arrepiento de haberlo hecho, pero no puedo cambiar el pasado —añadió él, con su voz reflejando un genuino pesar.
El ambiente en el laboratorio se llenó de una tensión palpable. Hye-Jin dio un paso hacia él, con su mirada llena de determinación y advirtió:
—Si realmente sientes algo de culpa, entonces demuéstramelo. Ayúdame a ganar este concurso de una manera justa.
Él asintió con lentitud al reconocer la importancia de su petición y afirmó:
—Lo haré, Hye-Jin. Lo prometo.
Ella lo miró fijamente durante unos segundos más antes de girarse y salir del laboratorio para dejarlo solo con sus pensamientos.