Sebástian se encerró en su cuarto el resto de la tarde con el collar aún en sus bolsillos, observando parado a través de su ventana al horizonte mientras divagaba en nada más que en Cha. ¿Qué podría hacer como su amigo ante la idea de que estaba ella sola peleando contra lo que fuera que tuviese atormentando su mente y no quería contarle? El rozar la figura del colgante con la yema de sus dedos con algo de caricia le hizo pensar cómo hacer que Cha le contara sus problemas, y no fue hasta que le llegó un mensaje a su teléfono que se le ocurrió una idea. No tenía nada que ver la notificación de actualizar el dispositivo que era lo que había en la pantalla del dispositivo, sino mas bien el mirar la fecha lo que le hizo disparar su creatividad a la espera del día siguiente.
Despertose con ánimos al momento que la luna comenzaba a ocultarse tras las montañas y el bosque, levantándose con unas ojeras marcadas tras haberse quedado despierto hasta la madrugada y el cabello desarreglado tal que, en el espejo, no pudo evitar compararse el suyo propio con el pelo de Wyatt o de aquél enmascarado.
Una vez bañado y vistiendo con lo primero que halló entre sus gavetas salió de su cuarto y caminó por entre las penumbras de los pasillos alumbrados a medias por la luz anaranjada que salía de sus llamas en la búsqueda de la oficina del director Lenard, a quien sabía que incluso a esas horas de la mañana podría encontrar ya en su trabajo.
—¡Director! ¿Se encuentra allí? —dijo tocando aquella enorme puerta al final del pasillo que le trajo recuerdos amargos.
—¿Quién me busca?
—Soy yo, Sebástian
—¡Mendez! —saltó el director— Un momento por favor… listo, puede entrar.
Tomando el pomo de la puerta y haciéndolo girar, revelaron aquella oficina que a pesar de lo vivido le seguía maravillando. Ventanas de paneles de cristal con bordes de oro que dejaban ver un cielo purpúreo y rojizo, piso de mármol blanco con estanterías llena de libros y un escritorio adornado con varias cosas, en donde a su vez habían aún unos artilugios extraños que parecían asemejarse a artilugios de tortura, objetos los cuales Sebástian recordaba bastante bien con la piel erizada, sobre todo algo ahí que se asemejaba a un ladrillo de acero.
—¿Para qué me necesita, joven?
—¿Podría prestarme la cocina de la escuela, director?
—¿Para qué? Si busca algo en específico puede hacer la solicitud a los servicios de comida y pronto habría ese alimento en alguna comida del día.
—No es para un desayuno, director, es que quiero prepararle algo a alguien, ¿me da el permiso de usar la cocina?
—No si no me dice para qué.
—Está bien… quería preparar un pastel.
—¿Un pastel? ¿Y para qué lo necesita?
—Es que tengo una amiga, Sun-Shin, creo la conoce… bueno, sí porque le enseñó ese día a usar su elemento pero… el punto es que ultimadamente ha estado extraña, y hoy quería hacerle un regalo, y es necesario un pastel para ello, ¿me da el permiso y, de ser necesario para usted y si quiere aceptar, vigilar que no gaste más ingredientes de lo necesario?
Con una sonrisa y un ligero asentir de cabeza, ambos se embarcaron hasta aquel lugar de color blanco cenizo repleto de hornos, estufas, sartenes, y demás artilugios de cocina, y que en una puerta al fondo había una enorme despensa llena de productos alimenticios, tantos que Sebástian pensó que se podrían hacer todos los platillos del mundo con ellos. Tal vez fuera su gusto por la cocina o el cómo su mamá influyó en sus pasiones que miró aquella habitación como quien mirara algo que tendría el sueño de conseguir algún día.
—¿Cómo se prepara el pastel?—preguntó Lenard sacándolo de su ensimismamiento.
—¿Eh? ¡Ah, sí! Se necesitan huevos, harina, azúcar, leche, polvos para hornear y mantequilla. Además de un molde claramente, ¿cree usted que hayan allá? —dijo señalando la alacena.
—Deben de haber —respondió caminando hacia la alacena, donde encontraron con relativa facilidad todos los ingredientes, aunque bueno, debían alimentar a quien sabe cuantos alumnos tres veces al día, increíble sería que no hubiera con qué cocinar.
—¿Y de dónde consiguen todo esto? —preguntó Sebástian rompiendo unos huevos para comenzar a preparar el pastel.
—El gobierno de Enemeia nos proporciona estas cantidades de ingredientes a diario, lo bueno es que los elementales que trabajan en las áreas agrícolas apoyan bastante, lo último que supe en sus estadísticas fue que hoy logran hacer crecer cuatro toneladas de verduras en un día. Lo que ya es más difícil de conseguir son las carnes, pero también está cubierto tomando más materia marina que terrestre.
—¿Y quién cocina todo lo que traen?
—Vienen unos grupos de personas, se supone que en una hora estarían aquí para hacer el desayuno.
—¿Y quiénes son ellos?
—Personas que hacen servicio comunitario —respondió el director con la mirada curiosa en lo que Sebástian batía—, el gobierno cree que es una buena forma de que no estén en la cárcel gastando recursos mientras no hacen nada. No se preocupe, también están presentes oficiales y guardias para evitar que les hagan algo a los insumos.
—Entonces hay prisiones aquí —pensó Sebástian por lo alto—. ¿Sabe? escuché algo sobre usted y Connor en Enemeia, dicen que ustedes se enfrentaron hace años y que los Enemeicos contaban con que usted ganara.
—Bueno, era la esclavitud de la humanidad o la libertad de los mismos, una razón aborrecible contra otra más idónea —sonrió el peliblanco.
—¿Y qué pasó con Connor al final de su pelea?
—Lo enterré por ahí, no creerá que lo dejé ahí tirado a la vista. Oiga, joven Mendez —dijo Lenard de pronto— ¿Cómo es un pastel? Me imagino que es algo que se prepara en el mundo humano, pero yo no lo he visitado desde hace un tiempo así que no sé cómo luce.
—¿Neta no ha visto nunca un pastel? ¿Pues hace cuanto no va al mundo humano?