El sol brillaba con fuerza.
El pasto se elevaba alto meciéndose con la suave brisa.
Cierro los ojos y me dejo envolver por la vegetación. Llenándome de vida. De paz. De placer. Encanto. Inspiro profundo, seduciéndome con el aroma de la naturaleza. Me encanta hacer esto siempre al salir del instituto. Me encanta hacerlo siempre que puedo porque siento como si mi cuerpo se llenase de vida. De energía. Como si los rayos del sol se incrustasen en los poros de mi piel y me mantuviesen fresco, relajado y energético.
—¡Gavril!
Alcé la cara al cielo, calentándome con los rayos ardientes. El canto de las aves eran mi banda sonora de fondo, y podía imaginarme miles de cosas en este momento. Volví a respirar el aire fresco del verano. Volví a sentir el césped bailar contra mi piel de los brazos desnudos. Sentía el cosquilleo en la piel cuando me rosaban el torso y el estómago desnudos.
Se sentía bien aquí.
—¡Gavril!
No escuchaba nada, en estos momentos el mundo solo era para mí. Exclusivamente para mí y no había lugar para nadie más que no fuera yo. Pero toda esa tranquilidad quedó interrumpida por una mano que se posó sobre mi hombro desnudo. Abrí los ojos de golpe y di un pequeño respingo.
—¡Rahat, Gav! —Gritó alguien a mi lado. Una voz masculina—. Me metiste un tremendo susto.
Me giro sobre mis propios talones, sintiendo el pasto arañar las plantas de mis pies descalzos, y me encuentro con la mirada de Emil. Sus ojos claros me miran directamente a los ojos, pero al darse cuenta de cómo me encuentro, desciende la mirada y comienzan a pintarse de un rojo claro sus mejillas.
—¿Por qué siempre andas desnudo cuando vienes para acá?
—Porque así es como se siente la vida, así llegamos todos, ¿no?
Asiente mirando al cielo.
—Vístete que tenemos que irnos ya, los chicos nos esperan para ir por ahí a caminar —se inclina para tomar mi camiseta mientras yo me agacho para ponerme los calzoncillos. Mientras me abrocho el botón del pantalón, dice—: por cierto, Adolf dice que eres raro.
Resoplo por la nariz, sonriéndole.
—La verdad es que me importa un rahat lo que diga de mí —respondo ajustándome la camisa por debajo del pantalón.
—Es un presumido.
—Lo dijiste tú, no yo.
Lo miro de soslayo y puedo ver cómo sonríe levemente, mirando hacia el pasto que continúa meciéndose con la brisa. Los rayos del sol se reflejan en sus pronunciadas facciones y su melena oscura, dándoles más luz.
Nos echamos a caminar uno al lado del otro hacia el enorme edificio en el que estudiamos, y, al llegar, nos encontramos al instante con Adolf. Me mira con recelo, recorriéndome de pies a cabeza con una mueca de espanto.
—¿Por qué tardaron tanto?
—Gavril y sus enredos con el ambiente, ya sabes —comenta Emil restándole importancia.
—Necesitaba un poco de aire.
—¿Desnudo?
—¿Te importa?
—Desde aquí podía ver ese lunar de estrella que tienes cerca de tu trasero, surioară —me manda un beso en el aire mientras sus amigos se parten en carcajadas.
—No le hagas caso.
—Hasta crees que me importa lo que dice.
***
Emil y yo nos detenemos frente a un puesto de periódicos de camino a su casa. Siempre, desde que lo conozco, lo he acompañado hasta su casa porque es el único momento en el día que estamos junto de verdad. Mi padre siempre me ha dicho que Emil le trasmite cierta desconfianza, como si ocultase algo por lo que merece la pena morir. Y es que, en tiempos de tempestad, siempre es bueno ocultar lo que necesitas mostrar al mundo.
—¿Ya viste eso? —Inquiero señalando uno de los periódicos, tocando con la puna del dedo índice la imagen a blanco y negro en donde se ve el cuerpo del Archiduque Francisco Fernando baleado.
Emil, curioso, toma el periódico y comienza a leer la nota. Estirando el cuello lo más que puedo, comienzo a leer yo también la nota.
ASESINATO
DEL ARCHIDUQUE FRANCISCO FERNANDO
La primera noticia
Viena, 28. —Ha causado aquí una impresión enorme la noticia recibida poco después del mediodía de que, en la ciudad de Sarajevo, capital de Bosnia, ha sido asesinado el archiduque Francisco Fernando, príncipe heredero de la corona de Austria-Hungría. Atravesaba en carruaje la ciudad, en compañía de la princesa su esposa, cuando se ha abalanzado al coche un hombre y ha hecho varios disparos de revólver contra el príncipe y la princesa, hiriendo a los dos mortalmente, que han fallecido poco tiempo después.
Abro los ojos como platos y miro a Emil, quien se ha quedado mudo de la impresión de la noticia. Le arrebato el pedazo de papel gris y analizo bien lo que acabo de leer. Incluso su esposa ha muerto junto con él. Qué tragedia.