Mi padre, el coronel Robin, me mira de pies a cabeza en cuanto cruzo la puerta principal. Tiene el ceño fruncido y una mirada de todo menos amigable. Cruza los brazos encima del pecho y se relame los labios, después los aprieta y forma una línea recta.
—¿Ese era Müller? —Asiento con lentitud—. ¿Qué habíamos quedado?
Resulta que mis padres no quieren ni poquito a Emil Müller, ¿por qué? No lo sé… Siempre que me ven caminando con él me lanzan su letanía sobre los motivos por los que no debo juntarme con él, motivos que son del todo ilógicos porque tienen una percepción errónea de él. La verdad es que nunca he entendido bien por qué mis padres, si son grandes amigos de los papás de Emil, son así con él. Dudo demasiado que él haya sido capaz de hacer algo para que lo tengan con mala imagen.
Me aclaro la garganta y me muerdo el interior de las mejillas.
—Lo sé, padre, solamente estábamos caminando por ahí…
—Sabes muy bien que del instituto te tienes que venir directamente a la casa, no me gusta nada que andes de un lado para otro como vil indigente. —Lo miro a los ojos y siento su dominio sobre mí.
Aprieto los dientes.
—Mañana no quiero verte nuevamente con él, ¿entendido?
—Sí, padre.
Entonces mi madre hace acto de presencia en la habitación, se detiene detrás de mí y me toma de los hombros.
—¿Escucharon lo que andan diciendo en los periódicos?
Padre frunce el ceño, inocente.
—Mataron al Archiduque Francisco Fernando y a su esposa, querido —al oír esto último doy por hecho que la información no es para mí, así que me zafo de sus manos y camino hacia mi habitación.
Al entrar, cierro la puerta detrás de mí porque simplemente quiero evitar escuchar las voces de mis padres hablar sobre lo que dicen los periódicos, pero ni con la puerta de madera logro sofocar sus murmullos. Un poco molesto, lanzo el morral que llevo por mochila contra el suelo de madera y me encamino a mi catre, lanzándome como un costal sobre él.
Me recuesto con las manos debajo de mi cabeza, mirando el techo y suspiro cuando a mi mente acuden las imágenes del rostro de Emil sonrojándose cuando me vio completamente desnudo esta mañana. La manera en la que sus mejillas se tornaron poco a poco de un color carmesí… Me estremezco de solo recordarlo.
¿Por qué se habrá sonrojado? Había conocido a muchos chicos que nunca se ponían así cuando veían a otro chico tal como llegó al mundo.
Emil y yo habíamos sido mejores amigos desde que estábamos en la primaria, nuestros padres se habían conocido en el ejército cuando mi padre todavía formaba parte de él. Su amistad creció tanto que hasta hoy en día sigue vigente. Algo similar sucedió con Emil y yo, pero había algo que Emil me estaba ocultando y creía saber qué era. Porque él nunca se cambiaba enfrente de los demás, a duras penas lo hacía frente a mí y con el rubor en sus mejillas.
Me muerdo el labio inferior al recordar sus ojos mirando los míos.
—¿Por qué mis papás no te querrán? —Pregunté en un murmullo más para mí que para alguien más.
Voy a descubrir qué ocultas porque creo que tenemos un secreto compartido.