Abro los ojos cuando siento una gota de agua caerme en el rostro.
¿En qué momento me quedé dormido?
Miro somnoliento mi alrededor. El cuerpo desnudo de Emil está tumbado a mi lado, con la respiración tranquila. Miro hacia el cielo y abro los ojos por completo cuando me encuentro con las nubes oscuras encima de nosotros.
Me incorporo, estirando la espalda.
—Emil… —Murmuro su nombre con voz ronca.
Me froto los ojos tratando de estabilizarme y una fresca brisa me envuelve el cuerpo. Me estremezco por completo y la piel se me enchina. Miro a nuestro alrededor, buscando la ropa. Miro el cuerpo de Emil y abro los ojos por completo, reaccionando.
¿Por qué está desnudo aquí conmigo?
Y lo más extraño, ¿por qué no me incomoda en lo absoluto?
—Emil —vuelvo a pronunciar su nombre, meciéndole el cuerpo.
Cuando mis manos tocan su pecho, siento la una especie de chispa que me hace quitarla al instante. ¿Qué está sucediendo? Vuelvo a acercar mis manos, poco a poco, a su pecho y apenas sentir el tacto de mi piel sobre él, abre los ojos de sopetón asustándome. Pego un pequeño brinco hacia atrás y un pequeño grito brota de mi garganta.
—¡Rahat, Emil! Me asustaste. —Vocifero.
Estira los brazos mientras emite un quejido y sonríe.
—¿Por qué te ríes? Casi me infarto, prost —me llevo una mano al pecho con evidente dramatismo.
Una risa ronca brota de sus labios.
—¿Dónde estamos? —Murmura mirando derredor.
Me pongo de pie frente a él, y cuando ve el estado en el que me encuentro, abre los ojos por completo y se pone rojo. Me recorre el cuerpo por completo y después, con lentitud, enfoca su mirada en su cuerpo y abre aún más los ojos, casi saliéndosele de los cuencos.
—Dime que no es lo que estoy pensando…
Niego con la cabeza. Nos quedamos en silencio unos minutos y después me encojo de hombros.
—No sé, estoy igual de confundido que tú. No recuerdo bien qué estábamos haciendo —extiendo la mano para ayudarlo a ponerse de pie, y noto una leve erección en mi miembro cuando mis ojos se desvían un poco a su entrepierna. Me aclaro la garganta—. Nos quedamos dormidos y está comenzando a lloviznar, he sentido una gota en el rostro.
—Con esas nubes diría que se aproxima un diluvio —comenta tomando mi mano. Un cosquilleo me recorre la piel cuando sus dedos rodean mi mano—. ¿Qué hora es?
Me encojo de hombros. Suelto su mano.
—Seguramente temprano no es.
—Mi padre va a matarme…
—Igual a mí.
Aprieto los dientes y trato de desviar la mirada de su cuerpo cuando se inclina frente a mí para tomar su ropa. Mis músculos se tensan y trato de mirar el cielo, distrayéndome.
—Gracias.
Lo tomo por sorpresa cuando se pone su ropa interior.
—¿Por qué?
—Por haber venido conmigo y hacer una locura como esta —sonrío y me inclino para tomar mi ropa. Pero no la alcanzo a tomar.
Se gira sobre su lugar y me mira a los ojos.
—A veces vale la pena hacer ciertas locuras —murmura y en su mirada encuentro un brillo extraño que me hipnotiza.
Miro su rostro por completo, recorriendo con la mirada sus ojos, su nariz, deteniéndome en sus labios. Y solo por unos efímeros segundos una loca idea me inunda la mente.
Quiero saber cómo se sienten.
Avanzo dos pasos hacia él, acortando la distancia de nuestros cuerpos, sin despegar mi mirada de sus ojos. Su cuerpo inmóvil. Me detengo frente a él, alzo una mano y le rozo la mejilla con la yema de los dedos. Su piel es suave, y cierra los ojos al sentir mi tacto.
—Algunas locuras son más locas que otras —murmuro y acerco mi rostro al suyo, poco a poco hasta que mis labios rozan los suyos.
Abre los ojos y me mira, sorprendido.
—¿Qué haces?
—Una locura —respondo y pego mis labios a los suyos.
Una corriente de emociones me recorre el cuerpo desde mi boca hasta la punta de los dedos de mis pies, estremeciéndome y excitándome. Cierro los ojos, tratando de pensar en sus labios jugar con los míos, y lo tomo de las mejillas con ambas manos. La piel me arde, el corazón me palpita con fuerza dando golpes más fuertes que un martillazo y la sangre me corre caliente por las venas como caballo en pleno campo abierto. Siento sus manos posarse en mi pecho desnudo y la yema de sus dedos jugar con mis pezones.
Desciendo mis manos por su espalda, sintiendo su piel erizada nuevamente.
Y esta vez, no me separo de él. La chispa que sentí hace unos minutos me importa poco porque de repente mi cuerpo anhela, pide con ansías, más de él. Pego mi cuerpo al suyo, restregando mi erección con la suya por encima de su ropa interior. Mis manos descienden hasta su espalda baja y lo atraigo más a mí, intensificando el beso en nuestros labios.