Lanzo el folleto de la anciana sobre la mesa cuando nos sentamos en las sillas en la cafetería del hotel. Suelto un suspiro cuando me quito la chamarra y la pongo en el respaldo de mi asiento. Anca y Stella se sientan cada una en una silla y sacan sus teléfonos.
—Menudo día —murmuro.
—¿Por lo de tu mareo? —Pregunta Stella en inglés.
Asiento.
—Quizá sea el cambio de temperatura, no estás acostumbrado a vivir en un lugar donde caiga nieve, ¿o no?
Asiento nuevamente con la cabeza.
Tomo el folleto y lo muevo frente a mis ojos.
—¿Y esto en qué podría ayudarme? —Murmuro.
—Ábrelo —me sobresalto cuando escucho una voz que conozco en mi oído.
Me giro sobre mi siento y veo a Emil de pie detrás de mí, sonriéndome de oreja a oreja. Cierro los ojos y tomo aire, controlándome.
—¿Qué te dije de los sustos? —Pregunto y se ríe.
—¿Cuáles sustos, Leo? —La voz de Anca me devuelve a la escena y miro poco a poco en su dirección: ambas me miran con el ceño fruncido. Stella mira por encima de mi hombro y frunce aún más el ceño al ver que no hay nada.
—Estoy cansado, es todo —les digo son una sonrisa fingida.
Me pongo de pie y me despido de ellas dándoles un beso en la mejilla a cada una. Tomo mis cosas, también el folleto, y camino hacia las escaleras que conducen a las habitaciones.
De repente, al cabo de unos minutos, las luces del pasillo en el que se encuentra mi habitación se apagan y me quedo inmóvil, en mitad de la penumbra.
Un ruido extraño suena detrás de mí y me giro, sobresaltado.
—¿Hola? —Pregunto en un murmullo.
Enciendo la linterna de mi teléfono y la enfoco en el pasillo. El grito que pegué fue tal que me sentí morir unos segundos. Emil se apareció de la nada frente a mí, iluminando su rostro con mi linterna. Las luces se encienden nuevamente mientras él se parte de risa.
—¡Ya deja de hacer eso, prost! —Le grito y se queda callado al instante.
Me mira con el ceño fruncido y sonríe poco a poco.
—¿Acabas de hablar en rumano?
—¿Qué?
—Hablaste en rumano…
—Pero yo no sé rumano —me encojo de hombros.
—Pero lo acabas de decir…
—Alucinas —comento poniendo los ojos en blanco, me giro sobre mis talones y continúo mi camino hacia mi habitación.
Al llegar abro la puerta y la cierro detrás de mí.
Escucho tres golpes.
—¿Por qué me cierras la puerta en la cara? —Pregunta Emil cuando abro la puerta nuevamente.
Frunzo el ceño.
—¿No las puedes traspasar o algo así como en las películas?
—Sí —me giro para dejarlo entrar—. Pero es de mala educación cerrar la puerta en la cara, Leo.
—Ya, ya, no me vengas con regaños de mamá que vengo huyendo de ella —cierro la puerta y me cruzo de brazos, recargándome en ella.
—¿Por qué? —Pregunta desde mi cama.
Camino hacia él mientras sus ojos me miran curiosos. Me desplomo a su lado, exhalando el aire que no tenía ni la menor idea que llevaba contenido en mis pulmones. Se recuesta a mi lado, mirando ambos el techo de la habitación.
—Mi vida no era precisamente la mejor de todas antes de venir aquí —murmuro cruzando las manos sobre mi pecho. Me relamo los labios y suspiro—. Mis padres son una mierda y mis amigos unos cabrones que no entienden de límites.
—¿Por qué dices eso?
Las lágrimas se me comienzan a acumular en los ojos, emborronándome la vista.
—El motivo por el que llegué aquí fue porque estaba cansado de todo. Mis papás me odiaban por ser gay y me querían hacer cambiar costara lo que costase. No paraban de presentarme chicas a las que ni en mis sueños podría hacerlas felices, y no dejaban de llevarme con psicólogos porque “estaba perdiendo la cabeza” —digo esto último haciendo comillas con los dedos en el aire—. Mis amigos se burlaron muchísimo por todo y no dejaban de lanzar indirectas. Lo hacían cada que podían. Y me harté de ellos porque pensé que podría tenerlos cuando el mundo se me viniera abajo, y no fue así…
—Creo que nunca es tarde para darte cuenta de quiénes son los que te rodean —murmura a mi lado. Giro la mirada hacia él y las lágrimas se salen de mis ojos. Está mirándome, nuestros rostros están a pocos centímetros de distancia—. Siempre es bueno abrir los ojos antes de tiempo para darte cuenta de qué es lo que te rodea, Leo. Hay personas que solamente llegan a tu vida para hacerla trizas y pisotearla como si fuera una basura, pero hay otras que llegan para hacerte sentir lo que debiste sentir desde el primer día que llegaste a este mundo.
Se queda callado y el silencio nos envuelve. Sopeso sus palabras en mi mente, saboreando cada una de ellas hasta que comprendo que tiene razón. Cuando conocí a las personas que me rodeaban, excluyendo a mis padres, pensaba que ellos serían como mi ancla en plena marea alta. Creía que cualquier cosa, por más mínima que fuera, podría llegar a contárselas para que me apoyaran y estuviesen conmigo hasta el fin de los tiempos. Pero la realidad me golpeó y me hizo ver que no todos son lo que pintan, que detrás de todas esas sonrisas hay una máscara que no le enseñan al mundo, una máscara que termina por destrozar a la persona que la ve por primera vez.