—Padre pero yo no quiero ir —me quejo poniéndome de pie de la mesa.
Él me da la espalda mientras camina hacia madre que está junto a la estufa de la cocina. La abraza por la cintura y le planta un beso en el cuello. No sé por qué, pero inmediatamente a mi mente acude Emil aquélla tarde lluviosa en el campo hace ya dos semanas. Ese día, al volver a casa, padre me recibió con una paliza que todavía siento como si hubiera sido ayer. A Emil no lo he vuelto a ver desde ese día, solamente en las horas de clase, pero la verdad es que muy poco porque su hermano, Costel, ha estado manteniéndolo alejado de mí y no sé por qué.
Pero si algo sé con seguridad es que no me arrepiento para nada de lo que sucedió.
—No hay nada que discutir, Gavril, irás y se acabó —sentencia mi padre sin mirarme. Madre se gira sobre sus talones, quitando a padre de detrás de ella y se acerca a mí—. Es la guerra, Gav, tienes que servir a tu pueblo —dice padre desde la distancia.
—Tiene razón, hijo. Es tu deber como descendencia del Coronel Robin —comenta madre francamente.
Pongo los ojos en blanco y me voy a mi habitación, ignorando los suspiros de padre cuando salgo de ahí. Cierro la puerta detrás de mí de un portazo, y me dejo caer en el suelo abrazándome las rodillas al pecho. ¿Por qué tengo que ir a la guerra? ¿Por qué no pueden servir al ejército los soldados ya establecidos? ¿Emil también irá?
Cuando me levanté esta mañana, mis padres me dijeron que les había llegado una notificación sobre un reclutamiento para los jóvenes de todas las familias. Debido a que mi padre es un hombre mayor que no duraría mucho en el frente de la guerra, decidieron que el único de mi familia que iría seria yo mismo.
Me pongo de pie y tomo la primera hoja de papel que encuentro y mi barra de pinturas naturales. Humedezco el pincel con agua, después lo lleno de pintura y comienzo a dibujar el campo abierto con su cuerpo debajo del mío y nuestros labios hechos uno solo.
***
Abro los ojos cuando escucho que llaman a la puerta de la habitación. Me enderezo sobre la silla en la que estaba sentado y miro en dónde estoy. El pincel que estaba usando horas antes está tirado en el suelo, pero la obra de arte que he creado está terminada frente a mis ojos.
Otro golpe suena en la puerta.
—¿Quién?
—Yo —la voz de mi madre resuena baja en el otro lado.
La oscuridad comienza a tomar lugar en mi habitación, me pongo de pie y echo un vistazo a la ventana hacia el atardecer que se está desarrollando fuera. Es maravilloso. Camino hacia la puerta y la abro poco a poco.
—¿Qué pasó?
—¿Podemos hablar?
Asiento con la cabeza y entra, sentándose al instante en el borde del catre. Me hace una seña con su mano para que me siente junto a ella y lo hago.
—¿Cómo te sientes?
Me encojo de hombros.
—Bien, madre. ¿Por qué la pregunta?
—Pensé que te tomarías más a pecho lo de la reclutación….
Me rasco el puente de la nariz con un dedo.
—No tengo de otra, ¿o sí?
Niega con la cabeza, frunciendo los labios y con mirada triste.
—Pero, ¿te digo una cosa? —Asiento una sola vez—. Serás el mejor militar de todos en el combate y volverás victorioso a casa. Te lo aseguro porque soy tu madre.
Sonrío, de pronto un nudo se comienza a formar en la boca del estómago.
—No quiero ir, madre —murmuro—. No sé nada de defensa ni sobre cómo combatir en una batalla, en mi vida me he peleado con alguien a golpes…
—Lo sé, hijo, lo sé —me rodea con sus brazos—. Pero ahí les enseñarán a defenderse, a actuar en una batalla así de grande y a sobrevivir.
Me separo de ella y me limpia una lágrima que se me ha escapado del ojo.
—¿Y si muero?
—El sol dejará de existir entonces —me besa en la parte alta de la frente—. No temas, Gav, volverás sano y salvo.
Y me dejo consentir mientras más lágrimas se deslizan por mis ojos.
Maldita guerra, te odio.