Durante mi forzosa estadía en la Ciudad de México, para mi ventura o desdicha, fui elegido por parte del editor en jefe de mi área para redactar una crónica sobre los sucesos más importantes de la décima emisión de la Feria de Sexo y Entretenimiento, por parte del periódico Reporta, la cual, como ya era costumbre, y para agrado —o rutina— de los fieles seguidores, se llevaría a cabo otra vez en las instalaciones del Palacio de los Deportes, lugar que habiendo sido construido originalmente para los juegos olímpicos de 1968, seguía fungiendo también, en los últimos años, como sede principal de esta festividad pagana.
Desde la etapa de planeación de dicha emisión se tenía contemplada la realización de una especie de festejo por tratarse del décimo aniversario de la feria, aprovechando que el evento estaba llamando la atención de, cada vez, más visitantes con respecto al año anterior, por lo que el equipo de organización no escatimaría en gastos para que esta emisión resultara diferente, sorprendente en comparación a las anteriores, y que lograra dejar mella en la turbia mente de los asistentes.
El gasto de este festejo representaba, comparado con el gasto de los años pasados, una inversión económica estratosférica. Aun así, ninguna cantidad que lograra quitar el sueño al comité, tampoco que mediante la más moderna y eficaz promoción mediática del internet, no se pudiera resolver tal y como se imaginaban. Se pensó que, apenas terminada la emisión anterior, aprovechando la calentura con que mandan a sus casas a la comunidad devota a la idolatría auto corporal, se comenzarían a develar una serie de atractivos rumores, mismos que se propagarían por sí solos, de manera viral, causando revuelo entre los eufóricos de piel sensible, e incluso, entre el público en general, con una desmedida y atípica expectativa sobre el evento.
El principal atractivo que se manejó, la tan esperada participación de Hugh Hefner, creador y fundador de la revista Playboy. Para el día que inicie la feria estaría cerca de cumplir los ochenta y siete años de edad, así que, más que una incertidumbre por parte del público, la de saber si era cierta o no tal extravagante contratación, su asistencia se convertiría en un morbo de apuesta por ver si llegaría vivo a la fecha anunciada, que para ciertos fanáticos, de resultar cierto el rumor, sumado a la suerte de que el millonario anciano llegara vivo y con salud suficiente para atender el compromiso, sus autógrafos cobrarían más valor, tratándose, posiblemente, de la última firma que realizara.
Mi primera expresión al ser tomado en cuenta como emisario del diario para un evento comercial de semejante índole, fue más que de asombro, me pregunté cuál sería el motivo por el cual me encomendaría a mí la labor de involucrarme en tan peleada redacción, un geek de primera categoría, amante de escribir notas sobre dispositivos tecnológicos, por qué no escoger a cualquiera de mis compañeros, quienes tenían experiencia probada asistiendo a las emisiones anteriores, y yo nunca había asistido a una feria internacional de sexo, ni como espectador. Me cruzó por la mente la idea de que quizá, mi ignorancia en ese ámbito, sería la clave más sólida del porqué yo encajaba perfectamente para la tarea, esperando en mí, el editor en jefe, un emisario estrella para el desarrollo de una crónica más objetiva y menos cíclica de los hechos, con un punto de vista más fresco y menos secular, incluso, más inocente, debido al estupor que me sobrecogería al ver, por primera vez, algunas de las prácticas tabú que, dentro de aquel recinto, parecían llevarse a cabo de manera pública y de lo más natural, para el deleite y ovación de los espectadores más calientes.
Misma razón que me fue confirmada cuando se me solicitó por escrito, vía e-mail, que no me documentara al respecto del contenido de los stands, las empresas participantes, expositores, marcas patrocinadoras, ni más cosas distintas de las que ya hubiese escuchado o leído hasta el momento, sobre todo, que evite en lo posible, leer el archivo de notas informativas y crónicas en otros diarios que hablasen de las emisiones anteriores, so pena de ser descartado en tal febricitante misión.
Para entonces, yo ya sabía de los rumores sobre la posible asistencia de Hugh Hefner, Lindsay Lohan, y aunque no de boca de los organizadores, el posible regreso a México de una de las luminarias más representativas del cine porno, Ron Jeremy, actor estrella por excelencia en el género. Además de supuestas sorpresas —ya no tan sorpresas—, que tenían preparadas algunas de las compañías europeas que formaban parte del extenso cartel de invitados especiales, una de ellas, el atractivo de ver a las chicas inglesas caminando lúbricas por los pasillos, llevando puesta sólo una capa de pintura corporal, simulando ser guardias de la Corte Inglesa, como si de verdaderos vigilantes del orden de la feria se tratase, tomando previa cuenta que, su portentosa desnudez, causaría entre la multitud un hirviente desorden mayor, sin contar el ingrediente visual de las frondosas chicas rubias de Suiza, que pintadas de blanco, con manchas negras, igual que las vacas, y peinadas con dos trenzas, exhibirían sus turgentes ubres humanas pintadas en color rosa, vendiendo chocolates y alguno que otro suvenir, despulpando miembros a granel.
Llegado el día esperado, sin saber siquiera cómo vestir para la ocasión, y decidiendo al fin, ponerme el más casual de mis atuendos, una camiseta tipo polo, unos jeans y unos tenis New Balance, tomando en cuenta que estaría de visita por el lugar desde temprano —desde las nueve de la madrugada— hasta la noche, durante los siguientes cinco días, salí de casa con dirección al recinto donde tomaba lugar dicha festividad, para muchos esperada durante todo el año.