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Había una vez dos hermosos perros en un campo, ambos muy amigos, corrían juntos en el verde pasto, jugaban y se divertían mutuamente. Una mañana dispuestos a vivir una nueva aventura, uno de ellos sufrió un terrible accidente que lo dejó ciego, su corazón se agitaba, la pena lo invadía, el desánimo lo atormentaba, ya no podría tener las mismas aventuras de antes, dejaría de divertirse como solía hacerlo, se sentía inútil, simplemente su vida le cambiaría, así que buscó consuelo en su amigo deseando que éste le animara, pero para su terrible desengaño aquel que parecía ser su fiel compañero ahora mostraba una actitud indiferente ante su sufrimiento y discapacidad. A aquel falso amigo únicamente le interesaba su bienestar, envuelto en ego, presunción y vanidad, mientras él estuviese bien, el padecimiento de los demás no le afectaba, de ninguna manera intentaría cuidar de su amigo en éstos momentos difíciles en que le necesitaba, porque carecía de la paciencia y de la voluntad, pues aquel que antes era su amigo de diversión ahora ante su accidente no sería más que un estorbo en sus planes libertinos. Se fue, dejando solo al perrito ciego que tenía una decepción enorme al descubrir que en realidad nunca tuvo amigos, porque los que en su salud lo acompañaban y que en su enfermedad lo abandonaban simplemente no podían llamarse amistades. El perrito ciego se encontraba durmiendo triste en un rincón cuando repentinamente fue despertado por una cabra que le comentaba gustosa que su compañero había sido fríamente atropellado y nadie quería ayudarlo, todos los que decían admirarlo por su valentía, ahora festejaban su accidente, porque en ese instante demostraron que en realidad nunca lo estimaron, sino que lo aborrecían por soberbio y petulante, engreído le llamaban algunos. Lejos de alegrarse por la pronta tragedia que le acontecía a aquel que lo había abandonado en su desgracia, la primer sensación que tuvo el perrito al escuchar tan trágica noticia fue de angustia, no lo pensó, pese a que estaba ciego, el ánimo de ayudar a su compañero lo impulsó a descubrir sus otras capacidades con el afán de socorrer al que necesitaba ayuda; con su olfato guío su camino hasta encontrar a su compañero, utilizó su oído para percibir a tiempo los peligros y fue así como llegó hasta él que se encontraba muy herido y de urgencia necesitaría ayuda médica, el perrito ciego, como pudo lo subió en su espalda y aunque arduo fue el camino logró olfatear al humano que los cuidaba, acercándose a él, entregó a su compañero herido, el hombre de buen corazón sorprendido quedó al ver la acción del perrito ciego, atendió inmediatamente al otro perrito herido hasta hacerlo sanar y durante todo el proceso el perrito ciego se mantuvo fiel y pendiente como un verdadero amigo que permanece en la desgracia hasta asegurarse de la recuperación.
“Que entre los humanos abundaran más amigos como tú” dijo el hombre al perrito ciego; cuando el otro perro se curó y fue consciente de lo sucedido, comprendió la valiosa lección de la amistad, su corazón se alegró al entender que el verdadero sentido de un amigo es aquel que en las buenas y en las malas está contigo. El perrito ciego también comprendió que la amistad es aquella que le hiso descubrir que la discapacidad estaba en su espíritu y no en su cuerpo, porque recordó muchas de las otras aptitudes que tiene para poder hacer el bien. “Ciego quedé de la vista más nunca del corazón, dijo el perrito invidente a su amigo”.
Editado: 11.07.2021